La ruta del ‘rally’ , que esta vez fue de 820 kilómetros, fue trazada por Fernando Jaramillo, organizador del evento, quien estuvo viajando a La Guajira desde enero.

AVENTURA

Rutas de arena

La Alta Guajira fue el escenario de un 'rally' que, además de ser una carrera, fue el encuentro de dos mundos.

18 de agosto de 2007

"Pare que yo me bajo aquí". Paola le soltó convencida esa frase a su novio Fabio, como si fuera cuestión de bajarse del carro y tomar un taxi en la esquina para que la llevara a la casa. Estaba cansada de los reclamos y no estaba dispuesta a que la regañara. Tal vez olvidó por un segundo que se encontraba en la mitad de un desierto y totalmente perdida; que estaba participando en un rally, y que, como navegante, era la encargada de llevar el equipo a buen puerto.

Ella, principiante en estas lides, paseaba su mirada del GPS (Sistema de Posicionamiento Global) a la hoja de ruta y finalmente al mapa, mientras el conductor esperaba, cada vez más impaciente, que le dijera qué camino tomar, después de más de una hora de estar dando vueltas infructuosas en lugares por los que muy seguramente nunca había pasado un carro.

Ellos, en su Jeep Wrangler, estuvieron junto a 114 participantes que se dieron cita en La Guajira para correr la quinta válida del Rally Raid (ver recuadro), un certamen que emula carreras internacionales como el París-Dakar, en África, y el Baja 1000, en Baja California, México. Fueron tres días, del sábado 4 de agosto al lunes 6, en los que los participantes además de mostrar su pericia y la potencia de sus máquinas, pudieron ver de cerca la cultura wayuu.

Esta vez la partida fue en Riohacha, en donde se hicieron las pruebas clasificatorias a orillas del mar y con cientos de curiosos para los cuales los camiones que descargaban motos y cuatrimotos, y los 4x4 tapizados con calcomanías eran una novedad.

En esa primera jornada tenían por delante los 241 kilómetros, la mayoría en trocha, que los separaba de Punta Gallinas, el extremo más septentrional de Suramérica. Para llegar a su destino, pasaron junto a las montañas de sal levantadas por los pobladores de Manaure, corrieron en paralelo a la carrilera del tren que saca el carbón de las minas del Cerrejón y se adentraron en un océano de arena en donde la organización había recomendado seguir las huellas de las llantas de quienes ya habían pasado por allí, para no enterrarse.

Algunos que no siguieron la recomendación terminaron tan hundidos, que volver la ponerlos en carrera requirió de la solidaridad de los otros competidores para que los jalaran con sus propios autos. También hubo a quienes sus máquinas los dejaron tirados en la mitad del camino. Panorámicos despedazados, cauchos rotos y baterías que salieron volando fueron los incidentes más comunes.

En ese mar amarillo perderse era casi inevitable. Por eso, aunque los primeros en llegar a la ranchería del cacique Jacobo, donde era la meta ese primer día, lo hicieron en menos de tres horas, hubo quienes llegaron mucho más tarde. Así le ocurrió a una familia paisa que paseaba en cuatrimotos y arribó después de las 2 de la madrugada, cuando el resto de los participantes dormía en sus chinchorros.

Eso por no hablar de quienes no llegaron, como los tripulantes de una 4x4 que se volcaron y, aparte de dejar el carro destruido, terminaron en la clínica con algunas costillas rotas. O como Óscar Coral, de 16 años, que no apareció sino cuando lo encontraron a la mañana siguiente en medio del desierto y al borde de la deshidratación. Su cuatrimoto quedó varada en medio de la nada y al no poder sacarla, tuvo que guarecerse bajo un arbusto, con la soledad y la oscuridad como compañía.

Y precisamente en medio de la nada se vieron las cosas más increíbles en este rally. Hombres que aparecían como fantasmas pedaleando en bicicletas con destino a quién sabe dónde, porque no parecía que hubiera adónde ir. Ranchos con cercas de cactus que surgían en los sitios más remotos, habitados por wayuus de rostros cobrizos que miraban a esos hombres extraños que rompían un silencio casi sagrado y levantaban polvaredas con sus naves que les debían parecer de otro planeta.

En la alta Guajira muchos indígenas ni siquiera hablan español y viven alejados de todo. Allí, el rally se convirtió en un encuentro de dos civilizaciones. Mientras descansaban en las rancherías, competidores y paseantes comieron chivo y langosta fresca a 20.000 pesos, durmieron en chinchorros y compartieron historias con la gente. Se maravillaron con los cuentos de los nativos sobre las dotes que se pagan por las jóvenes vírgenes, y con una poligamia ancestral que unos envidiaron y otros, especialmente las mujeres, no pudieron entender.

En el segundo día la jornada fue más corta. Desde Punta Gallinas hasta Nazareth, y sobre un camino de arena suave mucho menos agreste, para un total de 78 kilómetros. Allí, la Patrulla Aérea Colombiana se unió a la causa y les dio atención médica gratuita a cientos de personas, una acción que se planeó en conjunto con el rally para dejarles a los pobladores de la región algo más que nubes de polvo y ruidos de motor.

Muchos sacaron provecho de la llegada de tantos visitantes y pudieron hacer sus negocios. La venta de gasolina se disparó y se hizo en ranchos adonde llegan pimpinas azules de seis galones, llenas de una gasolina rosada que es traída clandestinamente de Venezuela a precios ridículos, y que en La Guajira venden a unos 20.000 pesos.

También se comerciaron chinchorros tejidos que podían fácilmente costar entre 500.000 y un millón de pesos. Algunos más ingeniosos instalaron peajes improvisados y se limitaban a estirar la mano para recibir unas monedas y dejar pasar a los concursantes. Y los dueños de las rancherías hicieron su agosto con el alojamiento y la alimentación de las cerca de 270 personas que hacían parte de la caravana.

El final fue una jornada de 196 kilómetros de trocha, desde Nazareth hasta Uribia, en donde se tomaron los tiempos totales. El camino también se cobró sus víctimas el último día: hubo piernas rotas y despistados que terminaron en tierras venezolanas por errores de navegación. Mientras los ganadores de cada categoría recibían su trofeo en Santa Marta y celebraban después de la media noche del lunes, algunos vehículos que perdieron la ruta todavía no habían llegado. Al final, entre el agotamiento, las cervezas y las anécdotas, todos parecían de acuerdo en que la de La Guajira había sido la mejor válida del campeonato.