SOBREVIVIENTES!

Una película evoca el drama de los deportistas uruguayos que tuvieron que alimentarse con los cuerpos de sus amigos para sobrevivir en los Andes. ¿Qué ha pasado con sus vidas en estos 20 años?

7 de junio de 1993

CADA MAÑANA ROBERTO CANESSA saluda a la anciana que riega su jardín en la esquina de la cuadra en un exclusivo barrio residencial de Montevideo. Ella le responde el saludo con una afable sonrisa. Pero a pesar de la cordial relación, esta no es una escena común de vecindario. A doña Teresa le tomó muchos años poder mirar a los ojos a Roberto Canessa. Hace 20 años, este prestigioso médico se alimentó con el cuerpo de su hijo. El es uno de los sobrevivientes de los Andes y como otros 16 uruguayos han tenido que vivir con el estigma de la antropofagia.
Ellos nunca podrán olvidarlo. Hace 20 años una situación extrema puso a prueba todos sus principios y convicciones frente al instinto de supervivencia. Gracias a ello regresaron de la muerte, pero eso también marcó sus vidas para siempre. La confesión de haber comido carne humana los expuso a la curiosidad morbosa del mundo. Ahora, el estreno de la película "Viven", lo ha llevado a revivir el terrible episodio. Lanzados a la notoriedad, han aflorado de nuevo los sentimientos que el tiempo parecía haber borrado. Actualmente sus fotografías ocupan otra vez las primeras planas, pero ya no como los sobrevivientes del accidente de aviación en las montañas nevadas de los Andes, sino como sobrevivientes de un trauma que ningún otro ser humano civilizado ha tenido que enfrentar. ¿Cómo ha sido en estos años la vida de esos 16 jóvenes que utilizaron los cuerpos de sus amigos como alimento?
Hoy son prósperos profesionales a los que la sociedad de Montevideo cataloga como héroes. Sin embargo, el 22 de diciembre de 1972, la alegría de lo que la prensa llamó el "milagro de Navidad" se convirtió en estupor tras la confesión de canibalismo. Los miembros del equipo de rescate observaron espantados que al lado de los restos del avión Fairchild de laFuerza Aérea Uruguaya había huesos y cadáveres mutilados. Entonces el mundo supo que ellos se habían comido los músculos, las manos, los sesos y los órganos de sus compañeros muertos. El drama que se había iniciado el 13 de octubre, cuando el equipo de rugby del exclusivo colegio Stella Maris de Montevideo, que se dirigía a jugar un partido en Chile, terminó estrellado en las cumbres nevadas del Tinguiririca, no había terminado. Si haber visto morir a sus compañeros, haber permanecido 72 días a 20 grados bajo cero era ya una experiencia difícil de superar, ahora tenían que enfrentar las miradas aterrorizadas de los padres de sus amigos que no comprendían que los cuerpos de sus hijos se hubieran convertido en trozos de comida.
Durante nueve horas los 16 sobrevivientes discutieron cómo explicarlo. Incluso sus propios padres se resistían a admitir que eso había ocurrido. Fue necesario apelar a la imagen de la sangre y el cuerpo de Cristo para que la sociedad comprendiera. Pancho Delgado, hoy propietario de una fábrica de plásticos, fue entonces el elegido para tratar el tema de la antropofagia: "Allí uno siente la presencia de Dios y se siente guiado por El, comenzó diciendo en la rueda de prensa.Y cuando no teníamos más alimentos, pensamos que si Jesús en su última cena compartió su carne y su sangre con los apóstoles, era la señal de que deberíamos hacer lo mismo: tomar la carne y la sangre como una comunión íntima entre nosotros. Así sucedió". Ningún periodista hizo una sola pregunta.
Pero sobrevivir no implica solo comer carne humana. Fue necesario vencer el miedo, preservar la cordura y racionalizar el instinto. Lo lograron porque nunca dejaron de ser un equipo. Ellos se unieron para sobrevivir todos. Como deportistas, no solo tenían un excelente estado físico sino que compartían un profundo espíritu de camaradería y fuertes vínculos afectivos. Tenían una sólida educación religiosa que en la soledad de las montañas se transformó en misticismo puro. Y fue un argumento de tipo religioso el que ayudó a la decisión. Diez días despué del accidente, cuando los pocos alimentos de que disponían se agotaron, las alternativas se limitaban a la pasta de dientes y los forros de lo asientos del avión. Roberts Canessa, dijo a sus compañeros: "Tenemos la obligación moral de sobrevivir. Lo que hay afuera es carne. Las almas han abandonado los cuerpos". Luego de prolongadas discusiones, todos estuvieron de acuerdo en que si hubieran muerto permitirían que su cuerpo sirviera de alimento para los demás.
Y ese pacto de comunión los convirtió en una verdadera tribu. Miembros de prestantes familias de Montevideo, ninguno vive a más de dos kilómetros de sus compañeros o de los padres de sus amigos muertos. A través de los años sus vidas han continuado unidas no solo por el recuerdo de la tragedia sino por la cercanía física en el prestigioso barrio de Carrasco en la capital uruguaya, que es como vivir en el Chicó en Bogotá o en El Poblado en Medellín.
Hoy conforman un "club de sobrevivientes", se apadrinan los hijos, hacen negocios juntos, planean los fines de semana juntos y sus hijos asisten a los mismos colegios. Esa lealtad de grupo que juraron en las cumbres andinas logró mantenerse. Desde hace 20 años, cada 22 de diciembre, el aniversario del rescate, se reúnen afestejar que están vivos. Ese día celebran una misa en la que todos comulgan, como símbolo de su experiencia. Luego de este momento trascendental, como en cualquier reunión de camaradas, beben champaña, bailan con sus esposas y hablan de algo que no pueden compartir con nadie más en el planeta. A veces afloran los chistes de humor negro, pero esa también es una forma de sobrevivir.
En algunas ocasiones han invitado a los padres de sus amigos muertos. Pero ellos prefieren mantener esta dolorosa experiencia bajo un manto de silencio. Nunca les hicieron una censura, y anualmente las madres también se reúnen para conmemorar los aniversarios de la tragedia, pero no pueden celebrar con quienes tuvieron que tomar los cuerpos de sus hijos como alimento. Para Carlos Páez, hoy director de una agencia de publicidad, el peor momento no lo vivió en las cumbres nevadas sino cuando el padre de uno de los muchachos le preguntó si había comido del cuerpo de su hijo. "Yo le respondí, sí. El me agradeció mi sinceridad, pero me dijo que no quería volver a verme nunca más". Aunque nadie jamás los censuró por lo que hicieron, Páez confiesa que durante todos estos años ha sufrido pesadillas y ha tenido problemas con el alcohol. "Pero, como entonces, el grupo me ha rescatado".
Sin embargo, las relaciones sentre ellos no fueron automáticamente buenas. Durante algunos años, el grupo estuvo bajo terapia siquiátrica. Y también sus relaciones con sus padres y amigos se vieron afectadas por el fantasma de la antropofagia. Fue solo con el transcurso del tiempo que estas prevenciones inconscientes y sicológicas se superaron. "Hoy puedo mirar a los parientes de mis amigos muertos a los ojos, dice Canessa. Y el respeto del recuerdo de mis amigos es igual al que siento por mis padres. Ellos me dieron la vida, pero mis amigos me dieron una segunda vida".
Para cada uno las experiencias han sido diferentes. Incluso el alimentarse se tornó para algunos en una tortura. De los 16 sobrevivientes cuatro de ellos duraron muchos años sin probar carne. Uno de ellos, Coche Inciarte, dueño de una hacienda ganadera, nunca pudo volver a comerla. Y recuerda con horror la escena de la película "El silencio le los inocentes" cuando Aníbal Lecter, el caníbal, dice que le gustaría comer hígado humano "acompañado con una botella de Chianti". El comió hígado humano. "No por hambre, dice. Para sobrevivir, y nunca he podido olvidar el sabor y la terrible sensaión de tener que hacerlo".
Ahora la película ha uelto a poner el dedo en la llaga. Adolfo Strauch, un industrial de 44 años, decidió que había llegado la hora de contarle su experiencia a su hijo de ocho años. "Quería prepararlo para lo que pudiera escuchar en el colegio". Luego de darle todas las explicaciones que consideró necesarias, el pequeño repitió incrédulo: "Mi paspi ha comido gente"... El, como otros de los protagonistas, preferiría que el recuerdo hubiera quedado enterrado para siempre, pero se trata de un episodio único que varias veces ha tentado a los productores. Luego del libro de Piers Paul en 1974, la idea ha sido contemplada por cinco casas cinematográficas. Finalmente Frank Marshall decidió hacerla en 1990. Entonces, al igual que hace 20 años, Roberto Canessa y Nando Parrado, quienes entonces fueron en busca de ayuda, partieron a Hollywood en representación del grupo. "No queríamos que fuera presentado solo como un asunto de canibalismo", dice Parrado.
El 31 de diciembre pasado, los 16 sobrevivientes se reunieron en un teatro de Montevideo a ver la película juntos. "La vimos en silencio. Fue terrible revivirlo, pero nos emocionó comprobar que transmite un fuerte sentido de la amistad y del triunfo del espíritu humano".