Tan lejos, tan cerca

No hay tantas diferencias entre hombres y mujeres. Las distancias las marcan lenguajes y patrones culturales distintos.

7 de mayo de 2001

La película Lo que ellas quieren, protagonizada por Mel Gibson y Helen Hunt, está dando mucho de qué hablar. Y de qué pensar, pues la trama de esta simpática comedia romántica se basa en que, por pri mera vez, un hombre tiene la capacidad de escuchar los pensamientos de las mujeres sin que ellas pronuncien palabra y, de paso, saber qué es lo que ellas realmente piensan y esperan de él. Más allá de la divertida trama la película deja al descubierto un debate que ha quedado pendiente en la batalla de los sexos. ¿Realmente quieren las mujeres cosas diferentes a las que desean los hombres? ¿Provienen ambos géneros de dos planetas distintos? En principio pareciera que sí.

En la vida de pareja son muchos los ejemplos que podrían sustentar esta afirmación: las interminables discusiones acerca de si es mejor ir a la casa de la suegra o quedarse viendo fútbol por televisión; o el drama de los hombres que no entienden por qué deben esperar largas horas mientras ellas se arreglan, además de las constantes quejas de ellas que, tan románticas, protestan por la frialdad de ellos. Estos son apenas algunos de los cientos de ejemplos y lugares comunes que esgrimen hombres y mujeres para responder a las preguntas anteriores con un rotundo sí: somos como el agua y el aceite.

Pero el hecho de haber aceptado desde siempre unas supuestas e irreconciliables diferencias ha originado por parte de ambos sexos cierto conformismo: ni ellos ni ellas han buscado comprender a sus parejas sino que simplemente se han resignado a no entenderlas y convivir con ellas “mientras el cuerpo aguante”, como dice la canción de Miguel Ríos.

Sin embargo un nuevo enfoque está revaluando la teoría que hizo tan famoso a John Gray cuando publicó su libro Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Con este libro se fomentó por muchos años la creencia en esta diferencia, pues sin remedio alguno hombres y mujeres debían simplemente aceptarse tal como eran. En opinión de varios expertos esa idea no ha permitido ver que en el fondo hombres y mujeres son similares y van en busca de los mismos ideales. “No creo que los hombres y las mujeres vengan de planetas diferentes. Somos muy parecidos y son esas similitudes las que deben destacarse”. Con estas palabras Andrew Christensen, sicólogo de la Universidad de California, en Los Angeles, explica que todos los seres humanos, independientemente, de su género buscan en las relaciones de pareja amor, seguridad, comprensión y desarrollo personal. Aunque afirma que hay diferencias que resultan innegables. “Las mujeres quieren hablar más que los hombres, confrontar más los conflictos y compartir sus sentimientos personales. Mientras tanto los hombres buscan más independencia y más sexo en una relación”.

De la mano de esta teoría aparece un enfoque que antes que centrar los problemas de las relaciones de pareja en las diferencias de género se basa en que hombres y mujeres manejan diferentes lenguajes y al hablar chocan culturalmente como sucedería si se pusieran a conversar un chino con un mexicano. Es bien sabido por todos que si no se habla el mismo idioma es casi imposible que exista entendimiento. De esta manera puede afirmarse que se buscan las mismas cosas, como aclara Christensen, pero la manera en que se expresan difieren de acuerdo con el sexo. Según la lingüista norteamericana Deborah Tannen, hombres y mujeres se expresan de manera diferente: “Las mujeres preguntan tres veces más que los hombres, puntúan sus frases con numerosos ‘¿no es cierto?’. O directamente no las terminan. En consecuencia, a los hombres, sus discursos les parecen indecisos y poco interesantes”.

Además muchas mujeres se quejan de que los hombres no las escuchan y parecen tener la evidencia perfecta, porque mientras ellas hablan es común que su compañero mire para todos lados menos a los ojos de su interlocutora. Según Tannen ellos sí están escuchando, sólo que en lugar de fijar su vista en la cara prefieren mirar hacia otro lugar. Sin embargo las mujeres ven esa actitud como un sinónimo de desinterés.

Estas desigualdades, según la experta, son favorecidas por el proceso de socialización. Estudios basados en el juego de los niños han mostrado que ellas prefieren jugar únicamente con amigas y ellos con amigos. Esto hace que cada género crezca con patrones culturales y estructuras sociales distintas. Cuando se encuentran en la edad adulta las diferencias en esos lenguajes y las maneras de actuar se hacen palpables como si se tratara de diferencias transculturales.

Un ejemplo de lo anterior es que las mujeres, desde niñas, basan su amistad en contar secretos. Por eso cuando se casan creen que lo que han encontrado es un compañero de conversación que haga las veces de mejor amiga. No obstante muy pocos esposos comparten estas expectativas con sus parejas. Ellos establecen estrechos vínculos con miembros de su mismo sexo pero desde muy pequeños estas relaciones están mucho más fundamentadas en actuar juntos que en hablar sobre ellos mismos.

Esta misma herencia cultural hace que las mujeres tengan una tendencia a extenderse en un solo tema durante horas, mientras que la costumbre de ellos es saltar de tema en tema sin centrarse en uno en especial. Los hábitos lingüísticos que tienen hombres y mujeres en sus conversaciones pueden crear una interferencia en la que ambos salgan muy molestos. Mientras las mujeres muestran apoyo terminando la frase del hombre y haciendo comentarios como ‘ajá’, ‘¿de verdad’’, ‘si’ o ‘mmhm’, los hombres lo ven como una interrupción y falta de atención. Las mujeres sí desean ese aporte y comentarios a cada uno de sus puntos de vista pero a cambio sólo reciben silencio por parte de ellos. En últimas, ellas ofrecen una escucha participativa mientras los hombres prefieren asumir la condición de oyentes silenciosos.

El gran aporte de este nuevo enfoque es dejar de acusar al otro de los problemas de la pareja: a las mujeres por no ser lo suficientemente asertivas y a los hombres por no estar en contacto con sus sentimientos. La visión del problema desde la perspectiva sociolingüística hace que más que considerar grandes diferencias se vean las similitudes entre los dos géneros. Al fin y al cabo ambos sexos pertenecen a la misma especie y evolucionaron en el mismo planeta y para que se entiendan sólo hay que aprender a hablar el idioma del otro. Y ese sí que es un problema.