TECONOLOGÍA

Tiros al aire

Dos noticias ponen en jaque la lucha de las industrias discográficas contra la piratería.

Álvaro Montes
5 de diciembre de 2009

Más dolores de cabeza para la atormentada industria discográfica; al tiempo que el emblemático bastión del intercambio ilegal de archivos, The Pirate Bay, anunciaba que dispone ahora de una tecnología más avanzada que no requiere de un computador central para coordinar el sistema Peer To Peer, lo cual hará más difícil su persecución judicial, un estudio publicado en el prestigioso diario The Times asegura que los músicos están ganando más dinero por los conciertos que por el viejo modelo de venderle el alma a una casa discográfica. Eso quiere decir que con las descargas ilegales de música, los únicos perdedores son los intermediarios de la industria musical, no los músicos ni el público.

Internet cambió la ecuación del negocio musical y eso, por supuesto, es lo que les molesta a los sellos discográficos, los cuales llevan algunos años en guerra santa contra la piratería y contra las tecnologías que la facilitan. En esa cruzada han hecho encarcelar a centenares de personas y clausurar sitios de intercambio de archivos o ‘Peer To Peer’, como se les conoce.

El profesor Lawrence Lessig, de reconocida autoridad en temas de derechos de autor y tecnología, cuenta esta graciosa historia en su ensayo ‘Cultura Libre’. En 1945, una pareja de granjeros de Carolina del Norte demandó al gobierno norteamericano porque aviones militares que cruzaban el espacio aéreo de la granja causaban la muerte de los pollos, los cuales, aterrados por el ruido de las aeronaves, saltaban y se estrellaban contra las paredes. Los granjeros, que llegaron a recibir a tiros los aviones, no estaban locos, como la escena hace pensar, sino que se aferraban a un marco legal vigente, pues hasta esa fecha la ley norteamericana reconocía que una persona era dueña del suelo y del aire hasta el infinito. Y aunque el juez de aquel caso, un tal Douglas, pudo apoyar a los granjeros en su reclamo, absolutamente apegado a la ley, prefirió obrar de manera inteligente: “El sentido común se rebela ante esa idea”, fue su frase lapidaria. Y de un tajo borró para siempre una doctrina obsoleta. Hoy parece toda una profecía su sentencia: “El aire es una autopista pública… reconocer semejantes reclamaciones privadas bloquearía estas autopistas, interferiría seriamente en su control y desarrollo en beneficio del público y transferiría a manos privadas aquello a lo que solamente el público tiene justamente derecho”.

No es cierto que las leyes de derechos de autor protejan a los autores; en realidad protegen la industria cultural, es decir, editores y vendedores. Hubo creatividad hasta en los tiempos más remotos de la humanidad, cuando nada pertenecía a nadie, así que encarcelar a una persona por descargar canciones de Internet puede que sea legal –todavía–, pero es obsoleto. Hay jugadas más inteligentes qué hacer; por ejemplo, vender directamente las canciones, los libros y el software a precios justos, o cuando menos razonables. Quienes lo hacen así ganan millones y combaten con eficiencia la piratería, como lo demuestra la experiencia de Apple y su tienda iTunes, con el negocio de canciones a menos de un dólar. La gente paga por la obra de arte cuando puede hacerlo.
Los entendidos consideran que lo que tiene que ajustarse a los cambios tecnológicos es el marco legal, y no al revés. ¿Cómo las editoriales esperan impedir que la gente se envíe copias de libros en los tiempos del archivo PDF? Habrá un día en que la noticia de gente llevada a juicio por guardar en su disco duro canciones en formato MP3 sonará tan hilarante como la historia de los granjeros que quisieron impedir las tecnologías aeronáuticas hace siglo y medio.