YO REINARE

La devoción del barrio 20 de Julio, se ha convertido en un auténtico Fenómeno del Niño Jesús. Lo comprueba en los cuatro millones y medio de creyentes que lo visitan anualmente.

12 de noviembre de 1990

La fe no sólo mueve montañas. También multitudes, artesanos, vendedores, políticos, analistas, desempleados, y buenas sumas de dinero.
Y esto es lo que ocurre en el barrio 20 de Julio de Bogotá en la feria semanal de la devoción, cuando miles de personas se reúnen en torno a la imagen del Divino Niño Jesús, benefactor de almas en pena, corrector de destinos torcidos, protector de almas, cuerpos y bienes, guía, porvenir y fortaleza de los creyentes en su paso por este valle de lágrimas.

CONSULTORIO MULTIDISCIPLINARIO
La devoción por este niño de cara alegre, con los brazos abiertos, vestido con una túnica con ribetes dorados, niño bien nutrido y de pómulos rosados, no tiene límites. Es tan grande como la imaginación de quienes tienen el don de la fe. Da para todo: para la vida, para la muerte, para el amor, para los negocios, las enfermedades, las desgracias, los triunfos y hasta para evitar embarazos. Basta creer y pedir, en una síntesis profunda entre la realidad y el deseo. Tanto que la semana anterior un político, no sin algo de cinismo, decía que el temario del Divino Niño era más amplio que el de la Asamblea Nacional Constituyente.

Cada domingo no menos de 80.000 personas acuden a la cita con la divinidad y con sus propios problemas. El niño se convierte entonces para estos seres de todos los orígenes y condiciones, en un consultorio multidisciplinario en el cual su bonachona y benéfica imagen actúa como sicólogo, consultor financiero, abogado, médico, asesor de imagen ( para políticos en trance de ascenso), astrólogo, amigo, confesor, cómplice, buscador de objetos perdidos y oráculo para cogerle desde ya, ventaja al futuro.
Y esta frenética actividad íntima y a la vez colectiva de una multitud de colombianos, es posible gracias a una ya vieja tradición de fe en torno a la parroquia de este barrio bogotano colgado de las estribaciones de los cerros surorientales de la ciudad, con sus casas y calles que se asemejan a un radio transistor patas arriba. En el año 1942 apareció por esos peladeros y potreros el cura italiano Juan del Rizo, sacerdote salesiano inquieto y sediento de nuevas almas tributarias de la fe católica. Decidió entonces venerar la imagen del niño, en una capilla que en ese entonces no era más que una enramada, metida en el centro de ese barrio poblado por artesanos. A partir de entonces empezaron a afluir parroquianos al lugar y poco tiempo después, para apuntalar la fe en torno a un objeto simbólico, el cura Rizo le mandó confeccionar a un artista de apellido Brando la imagen del Niño, quien en un arrebato de misticismo decidió - saltándose 33 años de la vida de Jesús- crucificar de una vez al Niño. Alarmado, el padre Rizo ordenó que el Niño fuera desclavado de sus maderos y por eso hoy, a diferencia de otros niños del mundo, el Divino Niño del 20 de Julio tiene los brazos extendidos. Aun así, según los salesianos, es hermano del famoso y milagroso Niño Jesús de Praga, y su consigna es la misma: Todo lo que queráis pedir, pedídlo por los méritos de mi infancia y nada os será negado" .
Poco a poco la devoción se implantó, gracias a las decenas de milagros con los cuales el Niño complacía a sus adoradores. El cuento se regó entre la población del sur de Bogotá, trascendió el barrio y se regó como pólvora hasta llegar a los barrios del norte de la ciudad y convertirse también en rito cotidiano de sectores de clases media y alta. Su origen popular saltó extramuros y logró convocar las conciencias hasta de la clase política, que, quizás sin quererlo, impuso una nueva moda mística.

2880 MISAS Y CUATRO MILLONES DE FIELES
Hoy la parroquia del 20 de Julio dirigida por el sacerdote salesiano Rodrigo Díaz, no da abasto ante los miles de seguidores del Niño. La comunidad compuesta por 12 sacerdotes se multiplica para poder ofrecerle a la feligresía 24 misas los días domingo ( de cinco de la mañana a siete de la noche) y seis diarias entre semana.
A tal punto ha llegado la afluencia de fieles, que la plaza del barrio es acondicionada como templo todos los domingos y en las gradas de la iglesia se ofrece una especie de misa campal muy a la criolla, ante 40.000 católicos que ocupan en abigarrada multitud todos los espacios y resquicios de la plaza.

Al mes se celebra 240 veces la Eucaristía, lo cual da como resultado 2880 misas anuales, cifra que sin duda, debe ser registrada como marca, cuando menos, nacional. Y teniendo en cuenta que al rito dominical acuden 80.000 personas y entre semana asisten a la ceremonia máxima 12.000 más, esto da como resultado la delirante cifra de 4.416.000 colombianos que año tras año se dan cita con el Niño. Un sociólogo afirma que al ver estos datos, no son necesarias mayores explicaciones para entender porqué los políticos acuden con cierta frecuencia a las ceremonias colectivas de la plaza del 20 de Julio.

EL FENOMENO DEL NIÑO
En los últimos tiempos líderes de sectores antagónicos en lo ideológico, han coincidido alrededor de la figura del Divino Niño. Ernesto Samper, tras el atentado que casi le cuesta la vida, se convirtió en fiel devoto del Niño; Andrés Pastrana, tras su secuestro, acudió al Niño para agradecerle haberse salvado; el general Maza Márquez está bajo la eficaz protección de la imagen; Carlos Pizarro fue al 20 de Julio, escuchó misa y se encomendó al Niño. En este caso, por desgracia, la realidad nacional fue más contundente que la fe.
Aunque muchos analistas consideran que estos y otros políticos han sabido aprovechar el fervor popular con motivos meramente proselitistas o electorales, el vocero de la parroquia, padre Juan Pablo Rodríguez, tiene otra opinión:" No veo motivaciones políticas. Para mí, todos los que vienen acá, lo hacen por fe, porque de ella nace la devoción. Viene el que quiere, desde el más pobre hasta el más rico. Los milagros se suceden uno tras otro, y eso motiva estas grandes movilizaciones de gentes" .

NIÑO JESUS DIFERIDO
Pero el Niño Jesús del 20 de Julio, no sólo cura las dolencias del cuerpo o del alma. También los problemas típicos del subdesarrollo, como el desempleo.En efecto y según cálculos de las autoridades de la zona, 2.500 familias derivan directamente su sustento de la actividad milagrosa. Centenares de artesanos fabrican imágenes, pinturas, retablos, lámparas y enemil objetos relativos a la devoción por el Niño. Miles de vendedores vocean estos productos de la imaginación colorida del trópico, mientras circulan bajo el sol o el agua, entre las caras de los devotos, adormecidas por las preocupaciones o exaltadas por sus pasiones místicas. Y otros, mitigan ya no los rigores del alma, sino la sed y el " filo" de los visitantes, con mazorcas, frituras, empanadas, cervezas y gaseosas que ayudan a conformar la atmósfera ferial de esos domingos dedicados al asombro.

Pero el negocio en torno al semanal acontecimiento, no se queda en el " rebusque", ni en la frágil economía de las familias de artesanos y vendedores. Como el Divino Niño, del 20 de Julio, de alguna manera ha subido de status y ya es sujeto de admiración por parte de las clases media y alta, (y además coquetea con el poder político y con las grandes empresas) una tarjeta de crédito, últimamente decidió ofrecerle a sus socios por el sistema de crédito directo o difererido, cuatro tipos diferentes de medallas del Divino Niño, de oro de 18 quilates, para cargar en la billetera o al lado del corazón, cuyos precios van desde 25.000 pesos para el llamado estrato seis, hasta $ 13.950 para ciudadanos pertenecientes a los estratos tres o cuatro.

La parroquia no estimula estas actividades comerciales, pero tampoco las condena. Hacen parte de los beneficios del culto al Divino Niño, tanto como los mil desayunos diarios para los niños pobres, los mil mercados para las familias desposeídas, la atención médica para los ancianos y desvalidos. De algún modo, los salesianos son conscientes de que además de la devoción, esta circunstancia mística se ha convertido en un modus vivendi y también en una manifestación de la cultura popular, que fluctúa entre el acto de fe, la feria popular y el carnaval.

Invariablemente una inmensa cola de iniciados en este esotérico rito, avanza hacia el templo. Pero son pocos los que logran asistir a las misas bajo techo. Los más, temperan en la plaza, escuchando con cristiana resignación las homilías sacerdotales y los cada vez más numerosos testimonios de milagros de toda índole. Y en torno a la plaza decenas de restaurantes, tiendas, misceláneas, y un barrio entero, palpitan al son de las creencias y los buenos presentimientos. Sin duda, la fe está de moda.