AGUA QUE HAS DE BEBER

Entre la utopía de las Naciones Unidas y la realidad del Tercer Mundo, se debate el problema del agua potable

19 de diciembre de 1983

A finales de 1980 las Naciones Unidas declararon con gran pompa el Decenio Internacional del Agua Potable y Saneamiento Ambiental. Pero a menos de tres años de su proclamación, las cifras revelan que no sólo los objetivos trazados por el programa parecen irrealizables, sino también que éstas hace rato rebasaron los límites de lo preocupante. Un informe presentado por el periodista londinense John Madeley, especialista en desarrollo y medio ambiente, publicado por el servicio de información ambiental "Earthsacn", revela que sólo 26 países del mundo han trazado objetivos firmes para 1990 y muchos de ellos no se han trazado la obtención del 100% solicitado por las Naciones Unidas y sus agencias. Las Naciones Unidas calcularon una inversión anual de 60 mil millones de dólares que en 10 años haría posible que cada hogar rural contara con una letrina y una bomba de mano y cada hogar urbano con un grifo y conección de alcantarillado.
Sin embargo, las inversiones realizadas en 1981 apenas alcanzaron 10 mil millones de dólares para nuevos proyectos de agua potable, lo que ha descartado cualquier posibilidad de que se lleve a cabo el proyecto inicial trazado por las Naciones Unidas. Los países en desarrollo invirtieron 8 de los 10 mil millones y su situación financiera impide esperar que estas inversiones experimenten aumento alguno.
La ayuda económica internacional también ha disminuido. El PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) disminuyó sus fondos para proyectos de agua potable de 14 millones de dólares que tenía antes de la implantación del decenio a sólo 6.5 millones en 1982. Los empréstitos del Banco Mundial para estos fines también disminuyeron de 572 millones anuales entre 1977 y 1981 a 441 millones en 1982.
Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud, cada día mueren en el mundo entre 24.000 y 60.000 niños menores de 5 años, víctimas de enfermedades relacionadas con el agua. Sin embargo la UNICEF apenas destina el 2% de sus fondos para acciones preventivas como saneamiento ambiental.

ESPEJO DEL TERCER MUNDO
Colombia, a pesar de haberse declarado partícipe del Decenio Internacional del Agua Potable al suscribirse a las metas fijadas por las Naciones Unidas en la Conferencia de Mar del Plata de 1977, no es más que uno de los tantos espejos que reflejan el drama mundial del agua potable. Colombia es considerada la cuarta potencia hídrica del mundo ya que arroja a los mares 40.000 metros cúbicos de agua por segundo. Sin embargo, este privilegio se ha convertido en lastre. En vez de ser una fuente de agua potable para los colombianos, es la causa de innumerables tragedias ocurridas en los violentos inviernos que sacuden la mayor parte del territorio nacional. En el decenio 64-74 murieron casi 2.100 colombianos durante las inundaciones causadas por los ríos en tiempos de lluvia.
Colombia, a causa de esa abundancia de agua, nunca se preocupó por cuidar esta riqueza y solamente en los últimos años ha comenzado a notarse alguna preocupación por parte del gobierno.
Se calcula que de 25 millones de colombianos, 12.5 millones poseen acueducto. Sin embargo, esto no quiere decir que a todos ellos les llegue agua potable. De los 936 municipios y pueblos de menos de 300 mil habitantes que cuentan con acueducto, solamente 217 cuentan con planta de purificación de aguas. En cuanto a los servicios de alcantarillado, éstos apenas cubren el 40% de la población. La realidad de estas cifras se deja ver a la hora de contar las víctimas de enfermedades relacionadas con la calidad del agua. Se ha calculado que unas 12.000 personas mueren cada año en Colombia de diarrea y enteritis, la mayoría de ellos niños. Estas enfermedades relacionadas con la insalubridad del agua son la principal causa de mortalidad en el país. Además, se calcula que el 90% de los colombianos sufre de parasitismo y un 20% de amibiasis.

OBSTACULOS INSALVABLES
Una de las causas de la situación que padece el país en materia de agua potable es la desorganización. Son varias las entidades responsables de los distintos aspectos del manejo del agua, lo que ha impedido una unidad de criterio que permita un manejo más efectivo de este recurso. Mientras que el responsable de dirigir las soluciones a los problemas de abastecimiento es el ministerio de Salud, que actúa a través de dos entidades autónomas que son Insfopal y el Instituto Nacional de Salud, la administración de los recursos hídricos está encomendada a otras entidades como el Inderena, el Himat, los ministerios de Desarrollo, Salud, Agricultura y Obras Públicas y las corporaciones autónomas regionales como la CAR en la Sabana de Bogotá y la CVC en el Valle del Cauca.
Funcionan además 30 empresas locales de acueducto en ciudades de más de 300.000 habitantes, que cubren el 84% de las redes actuales de alcantarillado en solamente el 4% de nuestras ciudades. Las 936 poblaciones de menos de 300.000 habitantes y más de 2.500 deben ser atendidas por el Insfopal, una entidad que desde 1968 dejó de construir acueductos para convertirse en un organismo que cumple una labor de asesoría y financiación.
El otro gran problema es la falta de recursos económicos que permitan financiar los programas del Decenio Internacional del Agua Potable. Serían necesarias inversiones de 250 millones de dólares anuales pero las posibilidades del país, muy por debajo de esa cifra, convierten, prácticamente desde ya la "Revolución del Agua", a más de siete años de terminarse el decenio, en una utopía.

UN CASO PATETICO: EL RIO BOGOTA
El Río Bogotá recibe a lo largo de su trayecto, las aguas negras de 11 municipios cuyas poblaciones suman 120 mil habitantes que deterioran la calidad de sus aguas. Al pasar frente a Bogotá deja de ser un río que arrastra barro y algunos residuos para convertirse en una alcantarilla. De allí hasta su desembocadura en el río Magdalena afecta a cinco poblaciones, como Apulo y Tocaima, habitadas por 200 mil personas que se ven obligadas a surtirse de las negras aguas del río. Este problema ha sido causa de varios estudios pero hasta el momento ninguna propuesta ha sido llevada a la práctica.
La firma norteamericana Black and Veatch realizó un estudio sobre el río y llegó a la conclusión de que la mejor alternativa consiste en construir un canal interceptor paralelo al río y una planta de tratamiento a la altura de la represa del Muña, donde el río abandona la Sabana de Bogotá para descender en busca del Magdalena. El río recibe las aguas negras de la ciudad que le llegan por cuatro afluentes principales: los ríos Torca, Salitre, Fucha y Tunjuelo. La función del canal interceptor es recoger las aguas de estos afluentes para que no le lleguen al río y llevarlas a la planta de tratamiento planeadas en el Muña. De este modo se recuperaría la franja del río Bogotá entre el río Torca y la Represa del Muña, unos 40 kilómetros, una zona que en la actualidad es prácticamente inhabitable y de un valor incalculable en caso de ser recuperada.
La idea del canal, en opinión de varios ingenieros consultados por SEMANA, es óptima. Además el costo de este canal, 100 millones de dólares, es perfectamente accesible. Donde surgen serias dudas es en la inversión de 900 millones de dólares que cuesta la planta de tratamiento de las aguas negras de Bogotá. El proyecto completo vale 1000 millones de dólares, lo que significa que cada bogotano tendría que poner 250 dólares unos 29.000 pesos, para pagar el costo del proyecto. Esto implicaría un alza de tarifas tan alta que sería imposible poner en práctica.
Una solución planteada por el ingeniero Sergio Barrera de la Universidad de los Andes abarataría los costos del proyecto propuesto por la Black and Veatch. En su opinión, la Sabana cuenta ya con una planta de tratamiento de aguas en potencia: la represa del Muña. En vez de llevar las aguas negras del canal colector a una planta sofisticada, estas podrían tratarse haciéndolas circular a lo largo de la represa del Muña. Por medio de unas guías sostenidas por boyas, las aguas se decantarían y podrían ser devueltas al río libres de la gran mayoría de los contaminantes. El Muña es hoy día un lago muerto, donde es imposible pescar o navegar, por lo que no se estaría contaminando una fuente de agua.