epidemiologia

Alarmas encendidas

El brote de fiebre amarilla detectado la semana pasada es una advertencia de que la enfermedad puede llegar a las ciudades.

19 de enero de 2004

La muerte de un niño guajiro de 12 años comenzó una cadena de rumores y miedos sobre un posible brote a gran escala de fiebre amarilla. Sin embargo, el ministro de Protección Social, Diego Palacios, dijo que no hay que alarmarse pues la situación está controlada. Pero los temores y la declaratoria de emergencia en varios departamentos del norte del país no eran infundados. La muerte de varios micos a causa de la enfermedad en zonas rurales cercanas a las urbanas dan fe de ello. Desde hace más de una década no se presentaba la muerte masiva de los primates en distintas zonas del país y cerca a capitales de departamento. "Antes, la enfermedad había sido detectada en zonas rurales alejadas de las urbanas, en lugares donde el paso de gente es bastante restringido. Este año, la zona expuesta es distinta y nos exigía actuar más rápido", explicó el ministro Palacios sobre la alarma generada. La alerta por la muerte de estos animales radica en que son los únicos que desarrollan la enfermedad y pueden transmitirsela al hombre a través de una picadura del mosquito Aedes aegypti. Por ello es necesario tomar todas las medidas del caso para evitar la presencia del insecto y el contagio de los humanos. Y el ministerio lo está haciendo. La semana pasada inició una intensa campaña de vacunación y de instrucción para lograr la asistencia a los puestos de salud en caso de un posible contagio. Cerca de cuatro millones de vacunas fueron aplicadas y se espera la llegada de otros dos millones para repartir en las zonas con mayor presencia del virus. Palacios insiste en la temprana detección del virus más que en la vacunación misma. Esto es importante porque la persona infectada sufre durante seis días de unos síntomas (ver recuadro) que desaparecen temporalmente. Cuando el paciente cree que ya se recuperó, su condición empeora y puede llegar a morir si no recibe atención médica. Fue precisamente ese descuido el que le ocasionó la muerte al niño de 12 años, la única víctima registrada en lo corrido del año y al cierre de esta edición. Según informes de las Secretaría de Salud de Riohacha, el menor presentó los primeros síntomas el 28 de diciembre y no consultó al médico hasta el 3 de enero. Por la gravedad de su caso fue remitido al Hospital Nuestra Señora de los Remedios de la capital de la Guajira, en donde falleció un día después. A partir de ese momento, las alarmas del sector salud de la Costa norte se encendieron. En Riohacha hubo asistencia masiva a los puestos de vacunación. En Cartagena se inició una intensa campaña por parte de la Secretaría de Salud de la ciudad, en la que los turistas y desplazados acapararon la atención. A los primeros se les solicitó carné de vacunación en las entradas a la ciudad y las calles. A los segundos se les llevó casi de la mano a los puntos de vacunación, por ser la población más vulnerable a la enfermedad. Como si fuera poco, se les pidió a taxistas y vendedores que tuvieran especial atención con personas que presentaran los síntomas y notificaran el caso en el Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis). En Cesar y Magdalena declararon la emergencia después de que se encontraran varios micos muertos en Valledupar y la Sierra Nevada de Santa Marta. No es la primera vez que Colombia se enfrenta al riesgo de una epidemia de grandes proporciones. El año pasado, según cifras del Instituto Nacional de Salud (INS), ya habían muerto dos menores por un posible brote de fiebre amarilla en la frontera con Venezuela, en los primeros 15 días de enero. En julio de 2003 se presentó otra amenaza de brote en Norte de Santander, que fue controlada después de que la Cruz Roja Internacional llegó a Honduras, una pequeña población del Catatumbo con alta presencia de actores armados que no permitían el ingreso de organismos de vacunación. Por eso, el estado de emergencia está declarado en algunos lugares desde el año pasado. En Valledupar, por ejemplo, en 2003 se inició una campaña preventiva, pero no se atendió a toda la población. La alerta surgió de nuevo la semana pasada. Pero esta vez el Estado no le dará oportunidad al virus de llegar a las grandes ciudades. La cobertura de vacunación e instrucción es cada vez mayor y se espera llegar a zonas donde no está permitido por la presencia de actores armados. Mientras tanto se sigue intentando frenar el contagio por la ascendente muerte de micos y una eventual llegada a las ciudades. "Mientras la enfermedad esté en la selva, los estragos son menores. En el momento en que entre a la ciudad, tenemos una complicación seria. Hay una pequeñísima posibilidad de que se urbanice", explica Palacios. Por eso convoca a la ciudadanía para que asista a los puestos de vacunación y les pide que eviten que haya aguas estancadas, desechos y materiales tóxicos en las calles. Para los expertos, la presencia de casos de fiebre amarilla en zonas donde en principio no debería aparecer está relacionada con el conflicto armado. Fernando de la Hoz, jefe del Programa de Ciencia y Tecnología en Salud de Colciencias, explica que la enfermedad se propaga de acuerdo con los movimientos que siguen los actores de la guerra. "Si se mira hasta el año pasado, la mayoría de los casos provenían de la zona de distensión donde se tumbaban árboles para los cultivos ilícitos y la población quedaba expuesta al vector. Ahora, cuando ya hay control sobre la zona, los agentes se han ido desplazando a otras áreas como el Catatumbo y la Sierra Nevada, que es donde se están presentando los nuevos casos". El ministro Palacio ha dicho que la situación está controlada y el riesgo de una epidemia urbana es bajo. Sin embargo, De la Hoz dice que no se puede asegurar categóricamente que no vayan a aparecer nuevos casos, pues "no existe control sobre el desplazamiento de la gente de una zona a otra". Por lo pronto, la mejor medida que se puede tomar es que quienes deban desplazarse a zonas de riesgo sean vacunados oportunamente. Hace dos años, Geert Haghebaert, entonces coordinador de los programas de salud del Comité Internacional de la Cruz Roja en Colombia, dijo a SEMANA que el deterioro de la salud que ha causado el conflicto armado empezaba a sentirse, pero que las verdaderas consecuencias se verían en un par de años. Es una bomba de tiempo, dijo en aquel entonces. Hoy lo único que esperan los colombianos es que el reloj no haya empezado a hacer tic tac.