CON LA BOCA ABIERTA

Por primera vez, se da el caso de un odontólogo que contagia de sida a su paciente.

15 de octubre de 1990

Hasta ahora todas las medidas de prevención habían sido tomadas por los odontólogos, para evitar ser contagiados de sida por uno de sus pacientes. Considerado como uno de los grupo de población con más alto riesgo, los dentistas han hecho numerosas demandas para obligar a sus pacientes a confesar si son portadores del temido virus. Pero nadie se había ocupado del caso contrario. La semana anterior, por primera vez se reportó un caso en que fue el dentista quien contagió a su paciente.
Aunque aún no se sabe cómo la sangre del especialista tuvo contacto con una herida abierta del paciente, o si el contagio fue a través de los instrumentos utilizados por el médico, el caso ha puesto en alerta a los pacientes odontológicos.
El drama comenzó hace unas semanas, cuando los diarios de Stuart, una población de La Florida, en los Estados Unidos, publicaron una insólita carta de un dentista, David J. Acer, dirigida a sus pacientes. En ella el especialista informaba que los servicios de salud sospechaban que él había trasmitido el virus del sida a uno de sus pacientes y pedía a su clientela que "para su tranquilidad mental", se mandaran hacer un examen. La posterior aparición en los diarios de la mujer que padece la enfermedad y la noticia de que el dentista había muerto dieron al drama características de novela de suspenso.
Hasta el momento, 200 de los 450 pacientes del doctor Acer han sido examinados y ninguno ha resultado seropositivo. Pero la polémica está al rojo vivo. La protagonista de este drama, Kimberly Bergalis, de 27 años, pidió en una conferencia de prensa que las autoridades obliguen a todos los médicos que sufran la enfermedad a informar el hecho a sus pacientes antes de iniciar cualquier tratamiento. "Si se pueden prevenir estos casos, tenemos que hacerlo", dijo. "Siento ira contra todo aquel que sabía de este caso y no hizo nada para evitarlo", señaló.
El caso de Kimberly se conoció desde julio pasado, cuando el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos informó, sin incluir los nombres de las personas involucradas, que había descubierto un caso en el que el virus del sida había sido contagiado a un paciente en la dentistería, durante la extracción de un diente. Señalaba, además, que el especialista llevaba puestos guantes y máscara, como lo obligan las normas de salud en ese país. Posteriormente apareció publicado el mensaje del odontólogo,-que empezaba así:
"Soy David Acer y tengo sida. Fui dentista en el área de Martin County. Si usted fue mi paciente, por favor lea esta carta". En ella, Acer aseguraba que había seguido todas las normas obligadas por el centro de control de enfermedades y que dudaba que él hubiera sido el transmisor de la enfermedad. Pero que, como entendía la preocupación de sus pacientes, les solicitaba que se hicieran un examen. Y terminaba: "Por favor traten de entender. Soy un hombre correcto que jamás hubiera intencionadamente tratado de hacer daño a nadie" .
El tema está sobre el tapete. Mientras en los Estados Unidos los odontólogos han realizado manifestaciones para exigir que se obligue a los pacientes a confesar si son portadores del virus, ahora la gran polémica gira sobre el hecho de que el paciente también tiene el derecho a saber si está corriendo un riesgo grave. Hasta ahora, no existe ninguna obligación del paciente o el médico de notificar que es portador del sida. Algunos han llegado más lejos, al solicitar que en los profesionales de la salud que sean seropositivos el retiro debería ser obligatorio. Los que están en contra argumentan que el caso de Kimberly Bergalis es el primero que se presenta de contagio en un trabajo común de dentistería en los diez años que hace que se descubrió el sida. Sin embargo, al lado de este riesgo, el temor a la fresa parece haber quedado en el pasado.