STAYING ALIVE

El corresponsal de SEMANA en París, José Hernández, presenció la forma cómo 280 personas ayudan a la recuperación de un niño hijo de colombiana en estado de coma

28 de mayo de 1984

"¿Qué te pasa Charles Alban? ¿No quieres soltar tu dedito anular? ¿Si no lo mueves cómo vas a hacer para ponerte la argolla el día que te cases?" ¿Diálogo ordinario entre un padre y su hijo de dos años y medio? Podría ser. Salvo que, esta vez, Charles Alban se encuentra en un estado comatoso desde hace ocho meses y que sus padres, Margarita -colombiana- y Joel -francés- buscan salvarlo gracias a un método norteamericano de "estimulación sensorial" y al concurso de 280 personas.
La familia Simon vive en la calle Allée des Tulipiers en Seynod (Francia) a pocos kilómetros de la frontera suiza. Su drama comenzo en junio pasado en una finca de El Poblado, cerca de Medellín. "Yo había viajado, nos dijo Margarita, con mi marido y mis tres hijos, Alexandre, 9 años, Antoine, 6 años, y Charles Alban para pasar vacaciones y celebrar el 40 aniversario del matrimonio de mis padres. El 31 de junio nos habíamos reunido unas cuarenta personas para desayunar. Un cuñado propuso pasar un video-cassette que había traído para los niños. Charles Alban no se fue con los otros niños y se puso a jugar con un carrito. Más tarde cuando terminamos el desayuno, fuí a ver a mis hijos pero no encontré al más pequeño. Buscándolo, terminé mirando hacia la piscina y ví algo que flotaba. Era el suéter de Charles Alban"
¿Cuánto tiempo permaneció el niño en el fondo de la piscina? "Quince a veinte minutos", afirma Joel, mientras su esposa describe el viaje angustioso, con el niño inerte entre sus brazos, hasta el hospital de Envigado. "Allá se nos confirmó que Charles Alban estaba clínicamente muerto. Sin embargo, un paciente -que también era médico- preguntó a mi marido si estaba dispuesto a que el niño viviera otra vez y tras obtener su acuerdo le puso una inyección de Adrenalina". Su corazón volvió a latir pero, a pesar de los cuidados intensivos dispensados en otra clínica de Medellín, el niño permaneció tieso, hundido en un coma profundo. Con todo, Margarita y Joel no perdieron las esperanzas. Viajaron a los Estados Unidos y en el avión una azafata les contó el caso de un joven de 23 años que vive casi normalmente, después de un año de estado comatoso, gracias a un método de estimúlación sensorial. "Nosotros fuimos a verlo a la casa de sus padres. El joven accidentado nos sirvió el café. Intelectualmente parece más joven que su edad y todavía tiene problemas con uno de sus brazos. Pero habla cinco lenguas y ha vuelto a tener una vida social normal".
Mientras entablan las gestiones con ese instituto en Filadelfia, la pareja decidió consultar a especialistas franceses. Pediatras y neurólogos confirmaron los resultados de los exámenes hechos en Colombia y sugirieron internar a Charles Alban en una institución para personas descerebradas. Joel y Margarita se oponen, y siguiendo los consejos enviados por el instituto de Filadelfia deciden viajar al International Coma Recovery Institut de Garden City, cerca de Nueva York. Allí Charles Alban es examinado y filmado durante quince días. Un electroencefalograma revela que hay células vivas en su cerebro. Los especialistas prescriben, pues, un tratamiento, de seis meses, perfectamente adaptado al estado en que se encuentra el niño y basado en la estimulación sensorial.
"A partir de ese momento, lo que más nos preocupó fue cómo encontrar las personas que nos ayudaran generosamente a llevar a cabo ese tratamiento", dijo Margarita a SEMANA. "Este necesita la presencia, en permanencia, de cinco personas cada hora durante diez horas por día. Es decir, que fuera de Joel y de mí, necesitábamos unas 280 personas por semana". La pareja optó por organizar dos reuniones: una en los correos en donde trabaja Joel; la otra, en la escuela en donde estudian sus hijos Alexandre y Antoine. Las buenas voluntades se manifestaron inmediatamente. Pero el número de voluntarios se reveló insuficiente. Decididos a intentarlo todo para salvar a su hijo, Joel y Margarita programaron una reunion pública pero, esta vez, anunciándola en un periódico local. "Felizmente, recuerda Margarita, un periodista vino a esa reunión y relató nuestra historia en el periódico más importante de la región Le Dauphiné Liberé. Enseguida llegó la televisión y los demás diarios y radios nacionales o extranjeros. Gracias a todo ello, hemos podido establecer un planning con 280 personas y una lista con unos 120 reemplazantes. Por su lado, los bomberos de la ciudad han puesto a nuestra disposición doce de sus miembros para paliar a cualquier deficiencia y el teléfono no cesa de timbrar".
Los padres de Charles Alban se dicen positivamente "sorprendidos" por la movilizacion de ese ejército de voluntarios que, ignorando el veredicto de los médicos franceses, los ayudan a intentarlo todo para que su hijo vuelva a la vida.
Cada hora Margarita y Joel, cuando vuelven del trabajo, explican a los grupos de estudiantes, amas de casa, jubilados, empleados, sacerdotes, etc., la significación y la manera como deben efectuar cada uno de los ejercicios previstos en el programa de estimulación sensorial: alumbrar y apagar durante un segundo -diez veces por hora- lámparas a 60 y 120 centímetros del rostro de Charles Alban. Los flujos de luz deben ser horizontales y verticales y cruzarse en el centro de las pupilas. Eso no es todo. También deben acercar un algodón humedecido en productos fuertes (éter, amoníaco) hasta obtener una reacción pero sin superar los cinco segundos; alternar sabores (azúcar-limón...) en la boca del niño; golpear dos pedazos de madera o una cacerola con una cuchara tres veces, a una distancia de 30 a 45 centímetros de cada oreja; hacer sentir sonidos graves (126 hz) o agudos (512 hz) durante cinco segundos; acariciar las partes sensibles del cuerpo (están enumeradas en un panel) y, enseguida, presionarlas. Además deben hacer respirar al niño con una bolsa plástica sobre la nariz durante un minuto; aplicar alternativamente un recipiente frío y otro caliente sobre algunas zonas del cuerpo; mover cada articulación durante quince veces; hacer "rodar" al niño tres veces con el fin de hacerlo volver a la noción de equilibrio.
Ante cada una de esas experiencias, Charles reacciona. Se rebela cada vez que siente la bolsa plástica sobre su naríz. Parece apreciar, en cambio, las caricias o el minuto que se le mantiene suspendido por los muslos.
Margarita también cita otros signos que muestran, según ella, cierta evolución: el hecho de que se le haya podido retirar la sonda y que Charles pueda ser alimentado con una cuchara; las lágrimas que le salieron el lunes 9 de abril; sus reacciones al contacto del hielo y el vago sonido "ma" emitido el mismo día de nuestra visita.
Ella y su esposo son, sin embargo, conscientes de que "En Nueva York, nadie (les) pintó pajaritos de oro" y que, en el mejor de los casos, el niño podrá salir del coma "pero no será el Charles Alban que debía ser". Los dos saben, igualmente, que si al cabo de seis meses los especialistas estadounidenses no juzgan que la evolución es significativa, pondrán fin al tratamiento.
"Por ahora, confiesa Margarita, preferimos no pensar en todo ello y vivir día a día". "Los Simon", como los llaman sus vecinos, tampoco quieren polemizar con los médicos franceses ni con los raros periódicos que critican los métodos y el ritmo de vida que han tenido que imponerle a su hijo. Como buenos padres de familia, ellos se limitan a aplicar un método experimentado, con resultados positivos, en los Estados Unidos y a creer que la ciencia y el amor pueden, de vez en cuando, generar milagros.