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Cierre de campaña de Germán Vargas Lleras y Gustavo Petro en Barranquilla. Crédito: todas las fotografías por Catalina Holguín.

Elecciones

Así fueron realmente los cierres de campaña de Vargas Lleras y Petro: un retrato visual

En esta crónica se hace visible que uno de los cierres de campaña fue una puesta en escena, y el otro, el reflejo de una euforia colectiva. Esto fue lo que efectivamente se vio y se sintió el fin de semana pasado en Barranquilla.

Catalina Holguín
24 de mayo de 2018

Deconstruyendo la maquinaria

La cancha de fútbol de El Carmen en Barranquilla es uno de los muchos parques remodelados por el alcalde Alejandro Char. Es difícil no notar los parques cuando se atraviesa Barranquilla, sobre todo de noche: parques iluminados, llenos de gente, recién construidos o remodelados. A esa cancha, desde las 5:00 de la tarde del sábado 19 de mayo, empezaron a llegar en buses y a pie los asistentes al cierre de campaña de Germán Vargas Lleras. Yo estaba de paseo ese fin de semana, y como el furor electoral también ha contagiado mi casa, allá nos fuimos, a ver cómo era que se manifestaba el apoyo costeño a Vargas Lleras.  

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El grupo más animado, organizado y sonoro portaba cachucha y camiseta amarilla. Entraron marchando, con tambora y flauta de millo. Era el grupo de la Representante a la Cámara Martha Patricia Villalba, del Partido de la U. Sus cabezas amarillas resaltaban por encima del grupo, y fueron saludados desde la tarima en varias ocasiones. “¡¡¿Dónde está la gente de Martha Villaba?!!”, vociferaba el animador, y entonces las cachuchas amarillas se agitaban.

Los otros grupos siguieron llegando, uno tras otro, todos uniformados con cachuchas nuevas, camisetas y pancartas (también recién confeccionadas), todos liderados por alguna especie de manejador. En la cancha, algunos cargaban bolsas grandes con talegos azules de papas Margarita, sabor natural. Otros llevaban pacas de gaseosa, y a otros se les veía caminar con sánduches en empaques idénticos. Eran los refrigerios, que no se vendían dentro del recinto ni se repartían libremente. Adentro solo había, para quien lo pidiera, botellitas de agua gratis. Los otros alimentos parecían estar más controlados, al igual que el acceso a la parafernalia: no había manera de comprar una camiseta o una cachucha, o quizá un volante con el programa de gobierno. Era claro que las cachuchas y las camisetas eran los uniformes de quienes llegaron en buses, traídos por un cacique político, y que el uniforme cumplía la muy específica función de hacer visible el apoyo. De identificar los cuerpos dóciles, para luego retratarlos y así contarlos; para contar el apoyo con el que se cuenta.  

Sinceridad, espontaneidad y honestidad no son propiamente los adjetivos que usaría para caracterizar esta velada, en cuyo clímax (o sea, cuando Vargas Lleras salió a hablar) no había más de 5.000 personas. Mi cálculo, lo acepto, es aproximado, pero creo que es hasta generoso, porque estoy segura de que los 22.000 asistentes que reportó El Heraldo en su edición impresa no estaban.

Valga la pena recordar que al Estadio El Campín le caben 36.000 asistentes. Y valga la pena recalcar que la cancha de El Carmen está rodeada de rejas, que no tiene una sola gradería, que los arcos están ubicados casi al ras de las rejas, que la franja de adelante la ocupaba una tarima tan grande como cualquier escenario de un concierto distrital y que la franja de atrás (digamos que de la línea de pena máxima para atrás) estaba vacía. Tan vacía que en un punto, un grupo muy compacto, liderado por algún manejador se dirigió ordenadamente a cubrir una de las esquinas de atrás, como para tapar el hueco.

Fue tan mecánica la concurrencia que eran pocas y apagadas las voces que respondían a los saludos eufóricos del animador contratado. Solo cuando el comediante Joselo, encargado de amenizar la primera parte del espectáculo, invocó a Jesús, la concurrencia aplaudió con alegría. El show de Joselo, quien interpretó a un personaje homosexual, arrancó algunas risas, y sin duda, la mejor parte de su número ocurrió cuando, sin querer queriendo –o más bien olvidando que Vargas Lleras era el entregador oficial de Viviendas VIP y VIS–, empezó a burlarse del ínfimo tamaño de las casas de interés social. “¡Es tan chiquita la casa que toca salirse para que entre una llamada!”

Tan poco espontánea fue la asistencia que cuando la orquesta de salsa contratada tocó la emblemática canción “En Barranquilla me quedo” nadie cantó, ni bailó, ni coreó. Un sábado en la noche, en una cancha llena de habitantes de Curramba.

A la tarima también se subió la hija del candidato, Clemencia Vargas. Clemencia, quien dirige la Fundación Vive Bailando, es quien aparece en las propagandas de la campaña, con el llamado “baile de la democracia”, que lideró desde la tarima ante la apaciguada multitud. Lo extraño es que Clemencia no se presentó, ni habló del trabajo de su fundación, “una iniciativa de emprendimiento social líder innovador de fusión de baile en Colombia creada para la transformación positiva de los jóvenes”. De hecho, la fundación desarrolló, según dice en su página web, un proyecto de nueve meses, con 200 jóvenes barranquilleros, con apoyo de la Industria Nacional de Gaseosas. Pero nada de esto nos contó Clemencia. Tampoco nos dijo por qué deberíamos votar por su papá. No era importante conectar. Pegó dos gritos, cargados de un ánimo estridente –“Como vamos Barranquilla!!!!”– pero nadie contestó de vuelta. No porque la quisieran sabotear: simplemente nadie estaba ahí, conectado. Solo estaban haciendo la tarea. Con la frase “¡Sí ven a la cachaca bailando champeta!” y un par de revoloteos en la tarima, terminó el show de Clemencia.  

El animador intentó de nuevo avivar a la concurrencia, para que contestaran con gritos o saludos la llegada de Vargas Lleras, pero ni con el protagonista en tarima la gente respondió. No que a Vargas Lleras le importara la respuesta de la multitud. Importaba quienes sí estaban en la tarima, a su lado, y a quienes sí saludó como en cualquier acto protocolario, leyendo una lista impresa en una hoja colocada en un atril. Estaban en tarima Elsa Noguera (ex alcaldesa de Barranquilla), y el senador Arturo Char (acusado al día siguiente por Petro de fraude electoral), y otros políticos que no reconocí. Posiblemente estaría Toño Zabaraín (quien declaraba su apoyo en la valla más grande de la cancha), o el senador conservador Laureano Acuña (quien también tenía un disciplinado grupo dotado de pequeñas pancartas de cartón blanco y azul). Y si no estaba el presidente del Congreso, el honorable Efraín Cepeda, es porque él había sido el anfitrión de una congregación idéntica, ocurrida pocas horas antes, en la cancha de La Magdalena, en la misma ciudad.

Vargas Lleras se excusó por lo menguado de su voz, “mas no así, mi ánimo”, y luego prosiguió a declamar un discurso mecánico, estructurado en bullets, con cifras de lo que “nosotros habíamos hecho por Barranquilla”. Lo interesante del discurso (aparte del estratégico uso del pronombre personal de la primera persona en plural) era la falta de narrativa, la enumeración vacía de aparentes logros de un candidato que ha creído desde el comienzo que la presidencia le pertenece, que no es solo su derecho hereditario sino también un derecho adquirido tras haber usado los fondos del estado para apalancar favores y votos. Quizá la verdadera narrativa detrás de la campaña vargasllerista sea que la presidencia es suya, con o sin el legítimo voto de la ciudadanía.

El evento se cerró con fuegos pirotécnicos, pero para ese punto ya estábamos al menos a dos cuadras de distancia de la cancha buscando un taxi. Hasta allá llegaba la fila de buses vacíos en los que llegaron los fieles electores. ¿Y para qué pagar tanto dinero para llevar cabezas a una plaza pública? ¿Para qué el esfuerzo si no para que en la foto de primera plana de El Heraldo se pudiera usar el adjetivo “multitudinaria”? ¿Para qué si no para calentar los motores de la operación logística del 27 de mayo?

II. “El 27 de mayo las urnas abren 8:00 a.m.”

A la cancha de fútbol de Cevillar llegamos por primera vez el sábado 19 de mayo a las 3:30 de la tarde. Pero nos encontramos con una cancha de tierra y un picadito barrial en plena. La tienda de la esquina, con salsa a buen volumen y un par de sillas Rimax sin ocupar; una panadería con un grupo de niñas comiendo pan y gaseosa después de algún entrenamiento deportivo. El arrume de vallas al final de la cancha anunciaba el evento por venir. Un periódico había informado erróneamente que el sábado sería el cierre de Petro.

Al otro día, a la hora correcta e indicada, entramos por la misma calle de la tienda y la panadería. A 50 metros de la entrada la circulación estaba atorada por carros de comida y gente caminando con camisetas de la selección de Colombia, del Junior, o cualquier prenda, y un torrente humano tratando de encausarse por el callejón de vallas que daban entrada a una de las dos entradas habilitadas para el ingreso a la cancha, totalmente rodeada. ¿Para qué? En la cancha de El Carmen de Vargas Lleras las cercas eran parte de la instalación permanente. Éstas eran para la ocasión.

Entre la barahúnda, un letrero pegado a un árbol con tachuelas: “No venda el voto. No venda a su país. No sea miserable”. Y mientras tanto, otro hombre, por fuera de la valla, repartía afiches a color de tamaño doble carta. Así se formó el trancón, pues todos querían uno. En el techo de un edificio, un soldado armado vigilaba la algarabía. La orquesta ya estaba tocando (en ese punto, un montuno improvisando versos sobre “el nuevo presidente Petro”). Buena parte de la organización corría por cuenta de voluntarios, con camisetas fosforescentes y un estampado de pobre factura con el cuerpo de Petro y la palabra “Logística”.

Logramos entrar a las 4:00 de la tarde, y el discurso de Petro empezó unas dos horas después. En ese lapso seguía llegando gente, y mientras en tarima: una champeta compuesta en honor a Petro, luego un decimero ofreció versos ensalzando al “caudillo”, y después dos orquestas, una de salsa y otra de vallenato, tocaron canciones con las letras trocadas a favor de Petro. Para finalizar, un grupo de viejos declamaron letanías al estilo carnavalero lamentándose y burlándose de la situación nacional. Todos compartían el mismo hilo conductor, que era el de comparar a Petro con muertos ilustres –Gaitán, Galán, Pizarro, Batemán y Bernardo Jaramillo–, como si Petro, aún vivo, estuviera en riesgo de muerte; como si Petro fuera un mártir en vida, otra víctima política. En el homenaje final (ya con Petro presente y antes de que él abriera la boca), una niña del Caquetá, que no tendría más de 10 años, declamó un poema largo, con referencias políticas que muy posiblemente ella ni entendía ni compuso, con visiones de un país en paz, tierras pobladas por campesinos, ríos limpios y hospitales funcionando.

En boca de una niña no sonaba a populismo: sonaba al sueño legítimo de tener un país justo. ¿O acaso la niña estaba adoctrinada? ¿Un Mini-Me del Petro demagogo? Lo cierto es que con cada cierre de estrofa la niña ganaba cada vez más rugidos y aplausos: la Voz Kids, pero de la política.

Y la gente siguió llegando. Mucha se agolpó en las graderías (esta cancha a diferencia de la del Carmen, sí tiene graderías en un costado) y mucha se quedó por fuera de las bardas, apoyada mirando. Muchos más se sentaron en las casas de alrededor, donde en todos los porches delanteros los vecinos pusieron sillas Rimax, orientadas hacia la tarima.

Pero quiero hablar de las pancartas, los objetos publicitarios y la comida. Había pancartas de agremiaciones de trabajadores y profesores: pendones mal diseñados, con texto de todos los tamaños, reservados para todas las marchas. Pancartas que eran sabanas pintadas, y también un hombre pancarta, con un gran cartel de cartón, la rama de un aguacatero y un atado de yuca guindado, recorriendo toda la cancha con un amigo trompetista que de soplo en soplo anunciaba la llegada del hombre del campo. Una estudiante universitaria con un gran aguacate verde tallado en espuma. Una pareja de carnavaleros consagrados con marionetas sobre sus hombros que bailaron por sobre la multitud durante todo el evento. Banderas del M-19, banderas de la UP y muchas banderas rojas del Partido Liberal. (Curiosamente, hace una semana, en Florencia, Caquetá, vi una valla publicitaria donde los Liberales declaraban su apoyo a Duque...).

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El agua que en el evento de Vargas Lleras se regalaba, acá la vendían. Lo mismo que la cerveza, la gaseosa, los plátanos fritos y la butifarra con limón. Acá nada era regalado. Si usted quería un pin de Petro para su camisa, ahí estaba el estudiante con botones guindados de una tela negra. Si usted quería un selfie con una valla, ahí estaba un telón grande con la figura de Petro grafiteada de negro para tomarse la foto. Si quería la cachucha, otros las vendían. Y a falta de camiseta estampada, algunos estudiantes recurrieron a pintarse la camiseta blanca con un marcador indeleble.

Periódicamente, el conductor de tarima coreaba “Yo vine porque quise….”, y toda la gente contestaba al unísono “¡¡¡A mí no me pagaron!!!”.  (¿Una amarga memoria de la ola verde de Mockus? Quizá sí). Porque en esta tarima, aparte de ese cántico, y de las voces de apoyo, se repitió constantemente otra instrucción, la de ir a votar, el 27 de mayo, cédula en mano, muy a las 8:00 de la mañana. Ese fue justamente el único mensaje que en el evento de Vargas Lleras nadie se tomó el trabajo de decir: “El 27 de mayo las urnas abren 8:00 a.m. Vayan a votar”.

Con la salida de Petro, y el comienzo de su relato –un relato que ataba el recorrido de su campaña al territorio de Barranquilla y sus inequidades–, todos los asistentes (yo diría que eras unos 10.000, y no los 40.000 que el optimista animador declaraba desde la tarima) quedaron en silencio. Eran miles de barranquilleros escuchando, prestando atención. Porque Petro es un contador de historias, un lúcido explicador de la situación actual, pero sobre todo, un tipo capaz de hilar una visión de futuro, más allá de los cuatro años de gobierno, una visión de largo plazo, en busca de un futuro ambiental y social viable.

En la tarima, junto a Petro, estaban Aida Avella, Gustavo Bolívar y otros líderes cuyos nombres se me escapan. Y se presentaron ante la audiencia como si fueran una gran fuerza en torno a Petro. Él y los cinco de la lista de los Decentes.

Los Decentes… ¿y quiénes más? ¿Acaso no habrá consenso posible entre verdes, amarillos, morados y rojos?  ¿Acaso es imposible un consenso en contra de los compradores de votos, de la ultraderecha, del eterno mandato de Uribe? Sin los verdes, Petro no gana. Sin Petro, Fajardo pierde, y la agenda de los verdes y la fuerza de su equipo de académicos y políticos se perderá, y esta será otra anécdota de otra ola verde que no fue.