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Luz Patricia Correa.

Especial de Víctimas

Estuvo a punto de dañárseme la cabeza

¿Cómo puede la sociedad colombiana, y las víctimas que la habitan, cambiar de relato luego de décadas de violencia? ¿Cómo lidiar con los efectos de años de abusos? Luz Patricia Correa lo explora en el Especial de Víctimas de 'Arcadia' no. 139.

Luz Patricia Correa* Medellín
26 de abril de 2017

¿Cómo pueden las víctimas y la sociedad cambiar de relato tras años de abusos y violencia desde lo psíquico? Pensé en escribir sobre los proyectos que desde la Alcaldía de Medellín cacareamos a fondo para evidenciar que algo hacemos, que lo intentamos y que, en algunos casos, tenemos éxito. Pero faltaba algo, era evidente que lo que en principio me sacaría de apuros dejaba de lado un elemento central de la pregunta: el cambio; además mi respuesta inicial podría equivocadamente sugerir que aquel se ubica exclusivamente en la intervención estatal.

Como siempre, la solución al problema la proveen las víctimas. El viernes 7 de abril conmemoramos en Medellín el Día de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas. Allí, doña Luz**, líder de la Mesa de Víctimas, nos resumía con la frase: “Estuvo a punto de dañárseme la cabeza” los años de sufrimiento y las afectaciones que su expulsión y posterior reasentamiento en la ciudad le causaron. Daba cuenta en su relato de daños y sufrimientos emocionales que terminaban limitando su capacidad de resiliencia. También aludió a una especie de identidad impuesta por la ciudad y sus instituciones, que la asociaba en el mejor de los casos con la lástima y la minusvalía mientras que en el peor la definía como avivata, portadora del conflicto y responsable de su suerte. Finalmente también hizo alguna alusión a las intervenciones marcadas por el asistencialismo, que la condenaban a vivir en una especie de estado de expectativa por la adjudicación de recursos, que en muchos casos tardan en llegar y en otros ni siquiera llegan.

Luego, con la misma pausa que nos contó sus desgracias, pasó a dar cuenta de la forma en que comenzó el lento proceso para superarlas y los logros que en ello obtuvo. Su intervención me llevó a concluir que no era necesario olvidar el sufrimiento, que por el contrario, ella lo reivindicaba porque es su dispositivo de resiliencia para el cambio. También advertí que, más que cambios, lo que Luz hizo fue adjudicar otros sentidos diferentes al odio, la inhabilidad o el sufrimiento. Sus preguntas eran entonces ¿cómo transformar el relato?, ¿cómo resignificarlo? Luz tenía razón; este artículo debería advertir sobre aquello que, más que cambiar, debíamos resignificar, así como dar cuenta de ejemplos de este tipo de iniciativas.

María Isela es una líder de la comuna 8 de Medellín. Es una mujer campesina que, como miles, llegó a esta ciudad sin mucho más que desarraigos, necesidades y una tremenda potencia transformadora de realidades. Se ubicó en una de las laderas de esta ciudad e inició una lucha por su derecho y el de otros a estar allí. Como ella misma lo dice, lo hizo desde la reivindicación de la memoria, el restablecimiento de derechos y la necesidad de visibilizar a las víctimas como actores clave en la construcción de ciudad. Notable es su trabajo en la resignificación de la sede comunitaria Casa Vivero, del barrio Sol de Oriente, asociada años atrás a las tramas y los dramas propios de la violencia y hoy convertida en un escenario de encuentro comunitario, iniciativas locales de planeación del territorio y defensa de los derechos humanos. Hasta acá cito solo dos ejemplos, pero como estos existen muchos, iniciativas como TejiPaz y el Salón del Nunca Más en el oriente antioqueño y muchas otras en lugares como los Montes de María y El Salado, entre otros.

De lo anterior son evidentes por lo menos dos cosas. Lo primero: no estamos ad portas de cambiar el relato, ya se está haciendo, lo hacen desde hace muchos años los sobrevivientes, lo hacen desde el mismo momento en el que padecen las victimizaciones. Lo segundo: son esas acciones las que debemos como Estado y sociedad rastrear, replicar, difundir y asumir para resignificar y construir el relato que necesitamos como país. Ahora bien, justo al terminar pienso que no sería más que un cliché decir que los sobrevivientes son una vez más quienes tienen la clave para el cambio, para la resignificación. Es posible que lo sea, pero también estoy segura de que el nivel de consenso que necesita una frase para convertirse en un cliché debe encarnar una capacidad tremenda de llevar razón, de estar en lo correcto. También es posible que nos resistamos a ver lo obvio y trabajar desde allí.

*Psicóloga de la Unidad Municipal de Atención a Víctimas de Medellín.

** Nombre cambiado porque no pude concertar con la implicada mencionar su nombre en el texto.