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'Trayecto. Parte 1: La entrega', de Teresa Margolles.

Crónica

De espectador a partícipe

Una mirada a 'Estorbo' la nueva exposición de la artista mexicana Teresa Margolles, que se inauguró recientemente en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), y recoge piezas de su trabajo en la frontera colombo-venezolana.

Pablo Obando Guzmán
9 de abril de 2019

El espectador entra al MAMBO y lo primero que se encuentra, justo en la mitad del salón, es una sombrilla grande, precaria y solitaria que interrumpe el espacio. Si uno quiere llegar a las escaleras para subir al segundo piso hay que rodearla. No se sabe bien por qué está ahí, ni siquiera de qué exposición forma parte. Así, sin presentarse, se presenta Estorbo, la nueva exposición de Teresa Margolles.

Sin todavía saber qué es o por qué está ahí esa sombrilla, el espectador empieza a detallarla. “Debajo de ella cabrán aproximadamente cuatro personas”, piensa. En su base tiene tres piedras que rodean una figura circular que parece no ser suficiente para sostener la estructura. De allí se desprende un poste de madera o de metal de unos dos metros de largo. Y arriba, encima del armazón, hay un toldo sucio y desgastado que parece alguna vez haber sido blanco y que ahora está cubierto de manchas cafés en toda su superficie. El desgaste de toda la sombrilla aumenta la curiosidad de su presencia. Después, en una mirada más abierta, el espectador se da cuenta de que encima del toldo hay una luz blanca que hace que se proyecte una sombra amorfa que se extiende por tres o cuatro metros sobre el piso. La intriga crece y obliga a que la mirada se abra aún más: el techo, el piso, las paredes, todo lo que rodea la sombrilla. Y en una esquina, al lado de la puerta de entrada, ve un texto corto. Se acerca y se encuentra con toda la explicación que buscaba. La instalación se llama “La sombra de Venezuela” y consiste en una “Tela impregnada con tierra de suelo venezolano, montada sobre una estructura metálica y sostenida con piedras del río Táchira”. Sigue leyendo, y entiende que en realidad el color de la tela responde a que Margolles les pidió a algunos ciudadanos que la arrastraran por lugares de su ciudad que están “manchados” de sangre; y que después esa tela fue usada como parasol en zonas vulnerables de Cúcuta en las que la migración convive con problemas de pobreza y seguridad. Entiende que allí, en esos lugares, el parasol les permitió a los ciudadanos protegerse del sol y regular su temperatura bajo los restos de sus propios muertos; disfrutar de una sombra que, sin saberlo, estaba impregnada de violencia.

“Entonces acá, así, empieza Estorbo”, piensa el espectador. Entra a la exposición y se encuentra con distintas obras que responden al mismo principio: imágenes en gran formato de hombres y mujeres mirando a la cámara y exponiendo cuerpos tonificados por trabajos ilegales, un muro cuyas baldosas contienen sangre de un asesinato en Cúcuta, camisetas impregnadas del sudor de trabajadores fronterizos que son restregadas periódicamente contra las ventanas del museo para empañarlas, bloques de cemento dispuestos en el suelo en donde están encapsuladas esas camisetas y cuya superficie expone las iniciales de sus antiguos dueños. Sin excepción, el protagonismo de cada una de esas obras está en una materialidad tan cotidiana como críptica que encuentra su explicación en los textos que la acompañan. La muerte y la violencia siempre están presentes, pero no como conceptos abstractos y ajenos, sino como una corporalidad que se siente, que toca y se toca. El cuerpo vivo –el espectador–, inconsciente y tranquilamente, entra en contacto con aquello que normalmente lo horroriza; las fronteras usuales entre vida y muerte, entre cotidianeidad y horror, entre presencia y participación, se desdibujan. El antes espectador es ahora –siempre lo ha sido, sin saberlo– partícipe de un horror omnipresente, sistémico.


Tela sumergida en un pozo de un chircal de Juan Frío, Teresa Margolles

Su participación consiste en la normalización de ese horror. La muerte y la violencia que lo tocan todo el tiempo son asumidas con tanta naturalidad que terminan siendo ignoradas. Y es esa presencia permanente en cada rincón de esta realidad socioeconómica (hoy sinónimo de sociopolítica) ante lo que la obra de Margolles nos sensibiliza. Estorbo no es una exposición sobre Venezuela, sino sobre el límite. La frontera colombo-venezolana es el escenario, mas no la denuncia puntual; el límite territorial desdibujado por el fenómeno migratorio expone la vulnerabilidad de la vida ante la omnipresencia de la muerte y la violencia, pero no eleva la importancia de las problemáticas venezolanas presentes sobre las colombianas o las latinoamericanas; el estorbo no es el migrante venezolano, sino un espectador que aún se asume como tal.

Así, ya como partícipe, pasa a un segundo plano la posibilidad incómoda de que la convocatoria de Margolles forme parte del maquillaje político que hoy a tantos –aunque pocos todavía– nos tiene hartos; o de que su lugar en el MAMBO esté perpetuando esa maquinaria que exagera y dramatiza las problemáticas ajenas para ignorar las propias. La exposición va más allá de esa realidad circundante; no se puede leer como un documental o como un reportaje, sino como un gesto artístico que nos está invitando a tomar consciencia ante la normalización de la muerte y la violencia y a incomodarnos al denunciarnos como partícipes y no como espectadores de una dinámica sistémica regente. Porque, ya involucrado, el antes-espectador entiende que el arte no es ajeno a su realidad, y que el artista no es un redentor; entiende que, por el contrario, son un espacio y un agente propios del sistema que desde escenarios artificiales o ficcionales nos permiten acceder a lugares de denuncia y conciencia a los que otros no llegan o no les interesa llegar.

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