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Obama ayuda a pintar el mural 'Pared de esperanza', creado por el artista Omatayo Akinbolajo, trabajando junto a una imagen de Martin Luther King Jr. Crédito: Yuri Gripas / AFP.

editorial 136

El lector

Por: Revista Arcadia

Barack Obama, para muchos, fue el más progresista de los presidentes de Estados Unidos y, para otros, una oportunidad perdida. Pero puso el acento sobre los libros y la lectura, mencionando algunos títulos que, seguramente, se venderán durante unas semanas mientras duran el ruido y la furia por su partida. 'Arcadia' se despide del presidente número 44 de Estados Unidos.

No es el primero que dice haberse mantenido a flote gracias a la lectura. Barack Obama, presidente de Estados Unidos hasta el pasado 20 de enero, cuando asumió la presidencia el patán millonario Donald Trump, le contó a Michiko Kakutani, crítica literaria de The New York Times, que los libros le habían permitido desacelerar, tomarse las cosas con más calma, ver con perspectiva y ponerse en los zapatos de los demás durante los ocho años de su mandato. Fue presidente del país más poderoso e imperialista del planeta y eso, qué duda cabe, no es poco, para bien o para mal. El hombre que, para muchos, fue el más progresista de los presidentes de Estados Unidos y, para otros, una oportunidad perdida puso el acento sobre los libros, sobre la lectura, y mencionó algunos títulos que, seguramente, se venderán durante unas semanas mientras duran el ruido y la furia por su partida.

Obama usó palabras que no suelen usar los políticos, casi siempre tan obtusos. Dijo que leer sirve para comprender la ambigüedad y la complejidad del alma humana. La ambigüedad se opone afanosamente a la certeza, y no se contenta con una única  interpretación del mundo. Obama, a pesar de sus yerros, y a pesar de críticos que lo tildan de demagogo culto, ha dicho una y otra vez que los problemas deben entenderse de diversos modos, y que la incertidumbre, el azar, la contingencia y la expectativa son consustanciales a la historia de los hombres. Y eso no es poco en una sociedad como la norteamericana: al concederle valor a lo ambiguo y a lo complejo como aquello compuesto por diversos elementos, Obama estaba hablando de una sociedad multicultural que es la que ha construido su país. 

Pero también estaba hablando de la riqueza y variedad que brinda la lectura, no como mero escape, sino como posibilidad de explicarse a uno mismo, de darle un sentido y lugar a la existencia a través de los millones de vidas y personajes que se encuentran en los libros. De su infancia recordó cómo la lectura había sido un paliativo para la soledad en ese otro tiempo en que las pantallas no eran ubicuas y abrir libros significaba  entrar en nuevos universos. De su juventud, la posibilidad de hacerse una voz a través de la lectura de autores y voces que son su tradición, como James Baldwin y Malcolm X. En este sentido, la literatura lo ayudó a tratar de comprender la vida de personas distintas, a sentir empatía o antipatía por ellas: mientras que con las novelas de Marilynne Robinson se conectó emocionalmente con el sur de su país, Un recodo en el río, de V. S. Naipaul, le resultó cínico y despiadado. “El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, que se permiten llegar a no ser nada, no tienen lugar en él”, se lee al comienzo de la novela. “Siempre pienso en esa frase y en sus novelas cuando estoy pensando sobre la dureza que hay a veces en el mundo, sobre todo cuando se trata de política exterior. Y peleo contra ese punto de vista muy cínico, más realista, y me resisto a él. Pero a veces se siente como si fuera lo verdadero”.  

En el último apartado de la entrevista, afirmó que quien lee en el fondo abriga siempre el deseo de escribir para crearse una identidad, para intentar fijar sentimientos, ideas e inseguridades a través de la escritura. Confesó que durante su juventud escribió algunos relatos melancólicos sobre gente solitaria, quizá buscando, como sugiere Kakutani, una respuesta a ser un hombre negro, estadounidense, con un padre keniano que lo abandonó a los dos años y una madre cabeza de familia con quien se fue a vivir una temporada a Indonesia.  

Obama se despidió hablando de la importancia de conceder espacio a las historias en un momento en el que la política se dedica, cuando lo hace, a administrar el choque cultural que han producido la globalización, la tecnología y las migraciones. 

No es la primera vez que un hombre dice haber encontrado refugio en la lectura. De seguro, millones de personas entienden que no se trata de un discurso artificioso, de una especie de promesa de la felicidad; de una cruzada por la alfabetización emocional o de palabras bonitas carentes de sentido y fondo en un mundo que pide que un hombre tenga soluciones expeditas para la vastedad y la complejidad de nuestros problemas: para las guerras –como la nuestra–, la economía, la pobreza, las drogas o el cambio climático. Al despreciar la experiencia de la lectura, nos hacemos cada vez menos ricos en posibilidades de pensar soluciones creativas para esas circunstancias, es lo que dijo Obama. Leer nos protege de nuestros falsos credos. La lectura complejiza, pone trabas, nos hace variar el rumbo y nos convence casi siempre de que no tenemos la razón. Pero también organiza y nos concede un pasado y un destino. Ahora, cuando veamos a diario a un hombre que desprecia el conocimiento, que está convencido del valor supremo del dinero, que sueña con levantar muros de la vergüenza y expedir leyes en contra de esos otros que han edificado, a pulso, su sociedad, nos daremos cuenta del valor de Obama y quizá podremos entender cuánto bien nos hizo tener, durante ocho años, a un lector sentado en la Casa Blanca.