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Estudiantes de la Primera Nación Maliseet (Wulustukwiak) en los escalones del Woodstock Indian Day School, New Brunswick | William James Topley/Library and Archives Canada

Contenido Institucional

Forjar una nueva relación

Esta es la historia de cómo el gobierno y la sociedad canadiense han logrado entender el valor de la confrontación del pasado para la reconciliación.

Marcel Lebleu*
6 de marzo de 2019

Este contenido institucional surge de una alianza con la Embajada de Canadá en Colombia.

Esta es la historia de Saúl, un niño indígena del norte de Ontario, Canadá. A los siete años fue separado de su familia ojibwa y llevado al internado de Saint Jerome. Un fuerte olor a desinfectante le dio la bienvenida, acompañado de los polvos blancos que un sacerdote le espolvoreó y el cepillado de las monjas sobre su piel. “Nos frotaron casi en carne viva. Se sentía como si estuvieran tratando de eliminar más que la suciedad o el olor. Se sentía como si estuvieran tratando de quitar nuestra piel”. Acto seguido, le cortaron de un tajo su larga cabellera, y Saúl debió enfrentar la vida en el internado, lejos del territorio ancestral de su pueblo, de las costumbres y de la tradición oral de su familia.

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La historia de Saúl es la historia de Indian Horse (2012), la novela de Richard Wagamese (1955-2017) que inspiró la película del mismo nombre de Stephen Campanelli (2018). La historia de Saúl es la historia de cerca de 150.000 niños, niñas y jóvenes indígenas canadienses, víctimas.

“Matar al indio en el niño”

Por más de cien años, entre 1870 y 1990, existieron en Canadá cerca de 130 escuelas residenciales, administradas por el gobierno federal (bajo el Departamento de Asuntos Indígenas) y en asociación con iglesias. La asistencia era obligatoria y agentes estatales fueron empleados para asegurar que todos los niños nativos asistieran a la escuela. Se consideraba que existía un “problema indígena”, por lo que había que “civilizar” su cultura. Mediante abusos físicos, emocionales y sexuales, se esperaba “matar al indígena en el niño”, aislarlo de su familia y cultura y hacerle asimilar la cultura dominante. Las escuelas residenciales produjeron una generación de sobrevivientes marcada por traumas y sufrimientos; el resultado de la intervención fueron el alcohol.

Maliseet (Wulustukwiak) Estudiantes de las Primeras Naciones en los escalones de Woodstock Indian Day School, New Brunswick. | Autor: William James Topley/Library and Archives Canada.

Reconciliación y verdad

El último colegio residencial cerró en 1996. Una década después se promulgó el Acuerdo de Colegios Residenciales, el más grande en la historia legal de Canadá, negociado por representantes indígenas, órdenes religiosas, sobrevivientes de escuelas residenciales y el gobierno federal. Tras más de cien años, iglesias y autoridades tendrían que reconocer el daño, pedir perdón y empezar a establecer medidas de reparación. Producto del acuerdo, se definieron compensaciones económicas a los sobrevivientes, actos de conmemoración y reparación, procesos extrajudiciales para resolver reclamos de agresión sexual, física y emocional, y una Comisión de la Verdad y Reconciliación, entre otras medidas. La Comisión, que pudo revisar documentos sobre las escuelas y conocer cerca de 7000 testimonios, determinó que más de 6000 niños murieron. Su informe señala que las escuelas residenciales formaron parte de una política que se puede describir como un “genocidio cultural”, y presenta 94 llamados a la acción para que indígenas y no indígenas avancen en el proceso de verdad y reconciliación.

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Una renovación fundamental

Como resultado de la Comisión, hoy en Canadá se desarrolla a nivel nacional una conversación crítica sobre la reconciliación, el reconocimiento y la implementación de los derechos de los indígenas y el lugar de los pueblos indígenas en la toma de decisiones y en la gobernabilidad en el país. En 2008, el entonces primer ministro de Canadá, Stephen Harper, ofreció en la Cámara de los Comunes una disculpa en nombre de los canadienses a los pueblos aborígenes por el papel de Canadá en el sistema de escuelas residenciales. Reconoció que esta política de asimilación era incorrecta, que ha causado un gran daño y que no tiene lugar alguno en nuestro país. En febrero de 2018, el actual primer ministro, Justin Trudeau, ofreció una nueva declaración en la Cámara de los Comunes y confirmó que todas las relaciones con los pueblos indígenas deben basarse en el reconocimiento de sus derechos.

El gobierno de Canadá está comprometido con la transformación y renovación fundamental de la relación con los pueblos indígenas. El objetivo es transformar el enfoque legal, institucional y práctico de Canadá en relación con los pueblos indígenas, al basar la acción federal en el reconocimiento de los derechos, el respeto, la cooperación y la asociación.

Precisamente porque los derechos han sido negados bajo una creencia equivocada, los canadienses nos encontramos actualmente buscando resarcir décadas de desconfianza para comenzar, como deberíamos haberlo hecho tiempo atrás, sobre una base sólida del reconocimiento de derechos.

Aquí vale la pena recordar las palabras del presidente de la Comisión de Verdad y Reconciliación, el juez Murray Sinclair, cuando afirmaba que la reconciliación no se trata de “pasar la página”, sino de comprobar que se necesita un cambio y que se deben encontrar puntos en común para forjar una nueva relación.

Esto también es válido para otros países que confrontan su pasado: forjar una nueva relación implica dar a conocer la voz de los que no han tenido la oportunidad de ser escuchados frente a la veracidad de los hechos y, sobre todo, garantizar la no repetición. Por esto, el esfuerzo de una Comisión de Verdad no es solo el restablecimiento de los derechos de las víctimas, sino también abrir espacio para construir una cultura de paz, para honrar la memoria de niñas y niños como Saúl y para hacer digno el futuro de familias y sobrevivientes.

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* Embajador de Canadá en Colombia