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Humberto Ballesteros, foto cortesía del autor.

Literatura Colombiana

Humberto Ballesteros: un buen secreto no tan escondido

El escritor colombiano radicado en EEUU acaba de publicar su segunda novela 'Juego de memoria' y el libro de cuentos 'Cuaderno de entomología'. Hablamos con él sobre su obra, el amor, la venganza y la memoria.

Ángel Castaño Guzmán
6 de abril de 2017

Humberto Ballesteros, nacido en Bogotá en 1979, se define a sí mismo como un lector que no puede evitar escribir. Radicado en los Estados Unidos, Ballesteros acaba de publicar su segunda novela Juego de memoria y el libro de cuentos Cuaderno de entomología. En los ratos libres que le dejaban sus clases de profesor universitario contestó las preguntas de esta entrevista.

En la nota final de Juego de memoria señala usted que la escritura del libro le costó cuatro redacciones y varios años de trabajo. ¿Cuál fue el principal reto que encontró a la hora de escribir esta historia?

He descubierto que, en mi caso, buena parte de las historias que se me ocurren no se deja escribir a menos que tenga el oído preparado para escuchar a quien me las narra. Al escribir me gusta sentir que lo que hago, más que crear un relato, es transcribir lo que otros me dictan. Tal vez lo que ocurre es que no confío completamente en mi voz narrativa, pero sí en las voces ajenas que a mi narrativa le es dado escuchar. Y en el caso de Juego de memoria se me dificultó mucho encontrar esas voces. Comencé con un narrador masculino, pero por alguna razón esa versión no cuajó; luego intenté con un narrador omnisciente, pero muy pronto comprendí que el grueso de la historia no se podía contar así, que había que detallarla desde una perspectiva individual, subjetiva. Y por alguna razón, cuando al fin me topé con una narradora principal que era una mujer lesbiana, la historia fluyó. Con ese elemento vino, por supuesto, una ansiedad completamente diferente, porque la experiencia de una mujer homosexual no puede ser más diferente de la mía; pero la novela ya había decidido por mí, no se iba a dejar contar de otra manera, y me tocó acomodarme como mejor pude a esa imposición.

El libro centra la atención en el papel que juega la memoria en la vida colectiva e individual. ¿Cuál es, en su opinión, la importancia de tener palpitante el pasado?

Parte de lo que intento explorar en la novela es la relación problemática que existe entre la memoria y la identidad, tanto cuando se habla de personas como cuando se piensa en comunidades, en naciones. Recordar es un punto de partida esencial para saber quién se es; por eso las enfermedades cerebrales degenerativas son tan insidiosas, porque los afectados se pierden literalmente a sí mismos. Pero la memoria es de doble filo, sobre todo cuando los recuerdos que lo definen a uno son traumáticos. Entonces se vuelve terrible que se le imponga a uno la necesidad de construirse a sí mismo con base en una tragedia. Y siento que lo mismo les sucede a las naciones; cuando la historia que las precede y les da forma es violenta y absurda, eso crea una tensión entre la necesidad de definirse a partir de esa historia, y el llamado, igualmente imperativo, a superar esa historia, a moverse en alguna dirección que no implique la autodestrucción. Juego de memoria es una novela que intenta sopesar esa naturaleza ambigua de los recuerdos.

Es precisamente esta la disyuntiva que enfrenta la Tortuga: decidirse si perdonar al verdugo de su amada o vengarse aprovechando su estado de indefensión. La posibilidad de la venganza es una de las líneas argumentales más interesante del libro. Hablemos al respecto.

La venganza como eje del argumento es uno de los recursos más antiguos que tenemos los escritores. Está en Homero, en Esquilo. Y si se lo maneja bien es perfecto para crear tensión narrativa. Pero en el caso de "Juego de memoria", yo quería jugar de manera ligeramente diferente con esa tensión. No al estilo griego, ¿cuándo y cómo será que el sufrido héroe va a poder vengarse?, sino a la manera de Hamlet, donde las preguntas son más sutiles e insidiosas: ¿Se concibe esta protagonista a sí misma como vengadora? ¿Es eso de verdad lo que busca, lo que le interesa? ¿Y solucionaría algo? ¿Le serviría de algo a alguien, al menos a ella? Esas preguntas, por supuesto, son muy difíciles de responder. Yo mismo no tenía idea de lo que iba a hacer la Tortuga. No sé si haya podido mantener bien esa tensión, pero en caso de que lo haya logrado, me atrevería a decir que fue porque la historia me tenía a mí mismo en ascuas. Cuando comencé el capítulo donde se soluciona ese nudo, yo mismo no sabía lo que iba a pasar. Me tocó escribirlo para darme cuenta.

En algún pasaje La tortuga dice que la escritura es una trampa en la que es difícil no caer. ¿Cómo usted cayó bajo el hechizo de la palabra escrita? ¿Qué le proporciona la escritura que otras cosas no?

Creo que todos los que caemos en la trampa de las palabras y lo hacemos como lectores. Yo soy lector desde muy pequeño. Comencé con fábulas, fantasía y ciencia ficción, y desde entonces no he parado, ni pararé nunca, de leer obsesivamente ficción de todo tipo. De hecho a veces prefiero la palabra "lector" para describir mi oficio. "Escritor" suena pretencioso, tristemente, porque hemos asociado la figura del escritor a la del filósofo que cree saber reducir el mundo a un sistema lingüístico, o aún peor, a la del columnista de actualidad que gusta de explicarle el universo a la gente cada domingo. Yo prefiero concebirme como un simple artesano.

Y tal vez es eso lo que la escritura me da; esa sensación que estoy seguro de que otros artesanos también conocen, el carpintero que lija una mesa o el alfarero que moldea una vasija. Un sentimiento de totalidad contenida, de desdoblamiento humilde; una forma curiosa de estar en, de ser el objeto al que las propias manos, más que darle forma, le abren un espacio, un nido para que se permita crecer de la manera que le nace hacerlo. Cuando me pierdo en la escritura, en la transcripción de las voces que me cuentan historias, es eso lo que siento, y no hay libertad más grande.

Hablemos del oficio artesanal de la escritura y cómo cambia cuando se escribe una novela de un cuento. ¿Qué diferenció la escritura de Juego de memoria de la de Cuaderno de entomología, su más reciente libro de cuentos?

Según mi experiencia, el cuento es un género mucho más liberador. Es cierto que también es más exigente, pero por alguna razón no siento los límites del género como restricciones, sino como invitaciones a una forma mucho más lúcida y perfecta de la libertad.

De pronto eso tiene que ver con la manera como escribo cuentos. La única técnica que me funciona es tomar nota del argumento cuando se me ocurre, y emplear un día que tenga libre en escribir el borrador de un tirón. Luego, por supuesto, hay que corregir el resultado obsesivamente; pero si se escribe el primer borrador sin parar, y la idea es buena, casi que se garantiza la unidad, que es una exigencia absoluta del género. Así que, para mí, escribir un cuento es cosa de irme a una biblioteca con un cuaderno y pasar unas cuatro, cinco o seis horas soñando despierto sin parar. Y no hay nada mejor que se pueda hacer con un día que emplearlo de esa manera.

En cambio, la novela para mí es mucho más difícil. Escribo por espasmos, borro mucho más de lo que escribo. Abandono proyectos a la mitad porque se me han hecho insoportables y los retomo al cabo de meses o años. Y sin embargo sigo insistiendo, porque muy a pesar mío he tropezado con varias historias que necesitan del largo aliento para desarrollarse. 

Se me ocurre también que parte de la razón por la que me resulta tan difícil escribir novelas es que me gusta que sean redondas, unitarias, como los buenos cuentos. Me encanta leer novelas explosivas en las que el autor mete de todo, pero cuando escribo las mías no quiero que sean así; quiero crear una sensación de desarrollo fractal, de espacios con la forma necesaria que se abren precisamente donde uno lo espera y conducen a la sección del laberinto que tenía que ser. Y lograr eso es difícil, acaso imposible, con una novela, pero ese es el desafío que me gusta.