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Gilmer Mesa firmando las paredes de "El café de la memoria". Foto: Luisa María Castaño.

El café de la memoria

“La memoria es ese material con el que se puede hacer arte”: Gilmer Mesa

El escritor paisa, autor de la novela 'La cuadra', fue uno de los invitados del viernes 14 de septiembre en “El café de la memoria” de ARCADIA e Itaú en la Fiesta del Libro y la Cultura. Su charla inició con una lectura de “El infierno de los vivos”, un ensayo personal publicado en ARCADIA que reflexiona sobre la calle y la Medellín de hoy a la luz de su violento pasado. Hablamos con él después de su conversatorio.

Andrea Barraza Cabana*
7 de octubre de 2018

"El café de la memoria" en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín es posible gracias a una alianza entre ARCADIA e Itaú.

A pesar del calor de la tarde, característico de esta época del año en Medellín, poco a poco van llegando, con mucho tiempo de antelación, personas que dedicarán la próxima hora de su vida a escuchar a Gilmer Mesa. “Tengo 40 años y vivo en Aranjuez, por siempre y para siempre. Más que nada soy un man de barrio comprometido con la gente que quiero. Trato de ser un muy buen amigo, buen hijo y buen ciudadano”.

El escritor paisa, autor de la novela La cuadra, que le dio reconocimiento nacional, fue uno de los invitados del viernes 14 de septiembre en “El café de la memoria” de ARCADIA e Itaú en la Fiesta del Libro y la Cultura. Su charla inició con una lectura de “El infierno de los vivos”, un ensayo personal publicado en ARCADIA que reflexiona sobre la calle y la Medellín de hoy a la luz de su violento pasado.

La lectura fue rápida pero precisa: todos en la carpa lo escuchaban atentamente, procesando cada una de sus palabras. Habló de ciudad, de memoria, de resiliencias y de la lucha diaria que conlleva habitar un espacio bicromático como es la ciudad de Medellín. Después de su lectura, hablamos con él para que profundizara sus reflexiones.

La canción de Alcolirykoz que usted cita como epígrafe en el ensayo termina diciendo “mi barrio es mi estado” y su ensayo comienza afirmando que “los lugares de la memoria son la verdadera patria”. ¿A qué apuntan estas relaciones entre barrio y memoria?

Yo cada vez estoy más convencido de que uno pertenece a un pequeño espacio. Obvio uno es de Medellín, de Aranjuez, pero a medida que pasa el tiempo, entre más se envejece uno más cerquita está de cosas muy pequeñas, que tuvo y perdió. Así que sí, la memoria es la verdadera patria, una patria muy triste, porque todos los recuerdos tienden a ser nostálgicos. Esto que voy a decir parecerá una obviedad, pero uno la empieza a entender después de cierto tiempo, y es que uno se va a morir. A los veinte años no pensamos en eso, pero cuando tomamos consciencia de la muerte, cada vez empezamos a evocar más los recuerdos de las cosas que uno vivió. Y esos recuerdos son tristes en gran medida, porque si son de cosas felices, es muy triste ya no tenerlas, y si son de cosas tristes, pues son cosas tristes. Así, todos los lugares de la memoria están llenos de una tristeza infinita. Yo creo que vamos llegando a la conclusión de que lo que todo el mundo busca, que es la felicidad, ya la tuvimos y la perdimos.

Ahora que hablaba de esta tristeza que genera la memoria, ¿qué lo motiva a escribirla?

Es simple: yo creo que nos vamos a pasar la mitad de la poca vida que nos queda recordando la otra mitad que ya vivimos. La memoria es ese material con el que se puede hacer arte. Hace poco tenía una charla con este man venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, él tiene un libro que se llama El baile de Madame Kalalú y ahí dice una cosa que a mí me parece muy acertada: uno llega a cierta edad en donde se la pasa mejorando los recuerdos para poder darle un significado a su vida. Entonces yo creo que la memoria es ese material con el que estamos tejiendo la vida.

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¿Cuál fue la reacción de sus amigos al ver su memoria plasmada en la novela? ¿Se sintieron identificados con un proceso de aceptación sencillo, o más bien complejo? ¿Afectó eso algunas relaciones que tenía?

No, yo con mis amigos estoy del carajo, es que aquí están (risas). Tengo el club de fans más bacano del mundo porque me siguen a todas partes. A mí me pasó una cosa muy particular escribiendo La cuadra, tengo un grupo de amigos que no se dedican a escribir y uno de ellos me dijo una vez: “Yo que nunca me he leído un libro, pero me leí el libro tuyo”. A lo que voy es que yo creo que ellos también se sienten muy representados en un libro del lugar en el que hemos vivido todos, de donde crecimos, y que haya tenido tanta aceptación de la gente.

¿Cuál es la relación de Medellín con la memoria?

Yo creo que Medellín tiene una cosa que por un lado es muy buena y por otro muy mala y es la resiliencia, esa que nos hace levantarnos todos los días con ganas y afrontar esa realidad tan brutal en la vivimos constantemente en esta ciudad. Eso también hace que tengamos una memoria de muy corto plazo y que no podamos hacer procesos de memoria histórica, lo cual me parece un problema gravísimo porque nosotros no elaboramos eso, vamos echando todo debajo de la alfombra y nos vamos olvidando de las cosas que pasaron: por eso también es tan difícil salirnos de ese círculo vicioso en el que nos mantenemos todo el tiempo.

Usted hablaba de la palabra “comuna” como una forma en la que hoy vemos un barrio como Aranjuez. ¿Por qué considera que es tan difícil hablar en esos términos y utilizar esas categorías para entender una realidad, especialmente hablando de las comunas, que es la forma como se ha dado a conocer Medellín o a esa parte de Medellín que se ve representada en La cuadra?

No es solo en Medellín: yo creo que el mundo en sus momentos más álgidos de crisis opta siempre por el eufemismo. Es de alguna manera la forma que tiene la sociedad misma de defenderse de sus agravios constantes, un tipo de profilaxis del lenguaje para cubrirnos de la realidad. También es una manera de meter las cosas debajo de la alfombra.

Tenemos una ciudad que todo el mundo quiere ver, que es la imagen de postal, en donde todo se guarda bajo la alfombra. Por otro lado está la ciudad que habitamos aquí, todos los días, donde nos tenemos que levantar y luchar, escondernos muy bien el celular en el metro porque nos lo pueden robar, que las chicas hagan fuerza para que no las manoseen. De eso a veces no se quiere hablar o no se habla mucho.

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¿Por qué cree que después de tanto tiempo empiezan a tomar importancia estas narrativas de ciudad, que en su momento parecían no tener relevancia?

Comparto esta idea parcialmente. En el noventa, Alonso Salazar sacó No nacimos pa’ semilla, y fue un éxito inaudito. Lo sacó para CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular), ni siquiera para una editorial, y eso se vendió como pan caliente. Entonces sí se estaba hablando de eso desde hace rato. ¿Por qué ahora más? Porque esta generación que vivió la violencia creció y ahora es que se está contando esa realidad que vivimos. Si se hace una novela sobre lo que está pasando ya, es muy fácil que caiga en la noticia y no en el arte. Hay que darle cierto espacio al recuerdo para poder valorarlo. Entonces no creo que estemos hablando de un auge comercial, lo que estamos haciendo es una revisión de esa época que vivimos.

¿Qué forma está tomando la memoria en Medellín?

Se están haciendo esfuerzos como el Museo Casa de la Memoria y otros espacios diferentes para construir memoria en el país, pero mientras no cese el problema todo esto va a seguir pasando. Estos procesos de memoria son institucionales y siempre que la memoria esté afianzada a lo institucional tiene unos intereses de por medio. La única forma de hacer memoria, que también se está haciendo, es a través del arte. El arte no tiene esos compromisos: en una película puedo hacer lo que se me dé la gana. Hay muchas personas que están haciendo esto, llegándole a la gente con un mensaje cruel, pero real.

*Estudiante de Periodismo de la Universidad de Antioquia. El cubrimiento de ‘El café de la memoria‘ es posible gracias a una alianza entre ARCADIA y la Universidad.