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Eduardo Sacheri nació en Castelar, Argentina, en 1967. Crédito: Alejandra López.

Lanzamiento

Eduardo Sacheri: “Cuando escribimos, reparamos la vida”

Un grupo de campesinos , víctimas de la crisis financiera de 2001, se convierte en una banda de ladrones amateurs en la más reciente novela del argentino, ‘La noche de la Usina’, que ganó el premio Alfaguara 2016. El escritor presentará el libro en Bogotá el 13 de julio en el Museo El Chicó.

Christopher Tibble
7 de julio de 2016

¿Por qué decidió retratar esa época en específico, la crisis del corralito de 2001?
Por un lado, hay un motivo inmediato que tiene que ver con conveniencia argumental: necesitaba que mis personajes sufrieran una estafa. Y ese momento de crisis es particularmente favorable para una estafa. Por otro lado, la crisis de 2001 es en Argentina un recuerdo social colectivo muy fuerte que nos ronda. El año pasado hubo unas elecciones presidenciales, con la sociedad muy movilizada, y las referencias al 2001 eran permanentes en todos los candidatos, como nuestro infierno nacional, por eso también me interesaba regresar.

Según el jurado del premio Alfaguara, su novela se acerca al western. ¿Existe una tradición de ese género en Argentina?
No creo, y de hecho me sorprendió mucho esa referencia del jurado. Imagino que tiene que ver con el ambiente rural de la novela, de pueblo pequeño. Tal vez por el enfrentamiento entre el bien y el mal, que el western simplifica bastante, tal vez las categorías morales de pueblo se aproximen un poco a eso, a un duelo sin armas, tal vez el jurado apunta en esa dirección.

¿Cómo, entonces, describiría La noche de la Usina?
Creo que es una suerte de policial imperfecto. Policial no por el lado de un crimen sino por el lado del robo, y en ese sentido creo que tiene esos mecanismos de relojería del policial, de causa y efecto, que van moviendo el argumento. Y cuando digo imperfecto me refiero a que sus protagonistas son extremadamente imperfectos. No son expertos en sus tareas. En el cine o en literatura uno se encuentra con ladrones eficientes, conocedores de su oficio, que aplican sus habilidades a un plan meticuloso con una perfección exquisita. Acá no. Se rigen por unos movimientos bastante torpes, impulsivos, nacidos más de la desesperación que de una habilidad para el delito.

Hay un detective de Paul Auster que dice, en la Trilogía de Nueva York, que prefiere leer novelas policiacas porque en ellas cada detalle cumple una función y así todo tiene un significado. Eso implica, sin embargo, una planeación exhaustiva. ¿Usted trabaja así?
Esa suele ser mi forma de escribir: dedicarle un largo tiempo a organizar la estructura, los eslabones del argumento, los encadenamientos de los sucesos. Diría que esa es mi primera etapa de trabajo. De eso sale una segunda etapa que tiene que ver con los personajes, con pensarlos, conocerlos un poco, que se diferencien entre ellos, que no se parezcan demasiado a mí. Y recién cuando eso está bastante avanzando me atrevo a empezar a escribir. En este caso, si la novela me llevó unos dos años en completar, por lo menos durante el primer año me dediqué a la primera etapa.

Usted es famoso por escribir sobre fútbol y en La noche de la Usina este deporte se cola en la historia. ¿Por qué decidió que el protagonista fuera un ex futbolista?
Eso se origina en el hecho de que yo escribí hace unos 10 años una novela llamada Aráoz  y la verdad, que está ambientada en el mismo pueblo que La noche de la Usina. En esta última repetí a algunos personajes, entre ellos a  Fermín Perlassi, el ex futbolista. Aráoz  y la verdad fue una novela disfumé escribir, O’Connor un pueblo que disfruté inventar, y por eso regresé ahí. Y Perlassi tiene ciertas características que a mí me gustan. Es un tipo sólido, bastante sereno, que se siente responsable de sus compañeros, y que al mismo tiempo maneja la fama que tuvo de manera modesta y adecuada. El es una gloria del fútbol de los años sesenta y no del fútbol actual, y en ese sentido su gloria fue muy pequeña, de salir en el diario, y de haber ganado un dinero que le permite comprar un comercio cuando regresa a su pueblo. Y ahí está, regresa a su pueblo: el fútbol ha sido una estación feliz de su vida y nada más. Entonces son esos valores los que me sedujeron para volver  a usar ese personaje.

El libro también tiene un trasfondo político, diría izquierdista. ¿Siente cierta nostalgia por la época del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989)?
A lo mejor, desde punto de vista personal, conservo una gran admiración por Alfonsín. Siento que fue nuestro mejor presidente desde la restauración democrática hasta hoy. Me gustó que un personaje tuviera esa misma simpatía, más allá de su confusión ideológica, algo que es muy habitual en mi país. Ese personaje, por ejemplo, es anarquista y Alfonsín, en términos amplios, era social demócrata. Pero no va más allá que eso.

En La noche de la Usina está presente la justicia poética. ¿La ficción es una manera de castigar a esos corruptos que, en la vida real, a menudo salen ilesos?
En términos generales, muchas veces la literatura implica un acto de reparación simbólica. Hablo de las novelas en general, más allá de la cuestión de la corrupción y su castigo. Muchas veces, cuando escribimos estamos reparando o corrigiendo íntimamente el sentido práctico de la vida. Imposible que en el caso de La noche de la Usina, en cuanto a la corrupción y a la acción de robar, no haya algo de eso, aunque también en la novela hay un padre y un hijo que se llevan mal y su proyecto no consigue acercándolos. De hecho, se distancian más. Las reparaciones que uno ensaya o bosqueja no necesariamente terminan siempre bien.

Llama la atención que La noche de la Usina, si bien es una novela, también parece un guion. ¿El cine es una referencia suya a la hora de escribir?
Si bien esto que me comenta me ha pasado con cierta frecuencia con otros libros, pues dos novelas mías han ido al cine, no es una pretensión de mi parte. Tal vez el hecho de que trabajo capítulos cortos, bastante asimilables a escenas de guion en cuanto a la estructura, en los que presto mucha atención a los diálogos, a desarrollar descripciones bastante precisas, eso facilita esa idea. Pero es más una cuestión de mi modo de escribir novelas que algo que venga del mundo del cine.

¿Ya ha tenido ofertas para llevar la novela al cine?
Ha habido una que otra conversación apenas exploratoria. La novela tiene un mes en las librerías en España y Argentina, o sea que es muy reciente. Me llama la atención la premura de esas consultas, pero entiendo que recibir el premio Alfaguara trae un prestigio que puede favorecer ese entusiasmo. Esperemos a ver qué pasa con el transcurso del tiempo.

¿Por qué el título? Cuando escucho la palabra usina pienso en una fábrica, en la clase trabajadora, en los protagonistas…
En mi país la palabra usina siempre la utilizamos para referirnos a las plantas generadoras de electricidad, nunca como un sinónimo de fábrica. Y en cada ciudad y pueblo de Argentina tuvimos una, y fueron unos edificios que luego quedaron abandonados, decadentes, periféricos, pero permanentes en la fisionomía de los pueblos. Me gustó darle ese anclaje cronológico y topográfico, a lo que es un recuerdo del pueblo. Los habitantes de O’Connor recuerdan ‘la noche de la usina’ como un suceso fuera de lo común, y la frase funciona en la memoria colectiva como cuando uno habla de la inundación o la erupción de este u otro año.  

Mejor dicho, ¿‘la noche la usina’ es el corralito?
Es posible. O también podría ser el romper con ese laberinto. No tanto la prisión del corralito, o la opresión de la crisis. Sino el acto de rebeldía de romper los muros.