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Emmanuelle Seigner y Eva Green en una escena de ‘Basada en hechos reales’. Cortesía: Cine Colombia.

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¿Pero qué se puede escribir después de esto?: Piedad Bonnett sobre ‘Basada en hechos reales’

Por: Piedad Bonnett

La escritora y poeta colombiana analiza el libro que se convirtió en la película más reciente de Roman Polanski, un ‘thriller’ centrado en la creatividad.

Mientras escribía Lo que no tiene nombre leí una buena cantidad de libros sobre duelo, enfermedad mental y suicidio, y tomé nota de otros que quería leer pero que no pude conseguir en aquellos meses. Entre aquellas referencias estaba Todo se opone a la noche, de la escritora Delphine de Vigan, libro que encontré finalmente en 2015 en el stand de Anagrama mientras recorría la feria del libro de Bogotá. Habían pasado ya dos años desde la publicación del libro testimonial sobre la enfermedad y muerte de mi hijo y yo estaba literalmente devorada por las consecuencias que esto me trajo, de modo que Nada se opone a la noche reposó muchos meses en los estantes donde ubico mis lecturas “urgentes”, esas que uno anhela hacer pero que va postergando porque no logra llegar a ellas. Cuando finalmente pude leerlo, quedé atrapada por la historia, que parte del suicidio de su madre, pero que se amplía, guiada por la pesquisa de la autora, hasta convertirse en la saga de su familia, que encierra los más diversos acontecimientos, muchos de ellos trágicos y conmovedores. Admiré también su escritura, honesta y concisa, no exenta de rasgos de humor e ironía, y su habilidad para narrar y mantener la tensión. Fascinada como estaba, me volqué a Internet a averiguar todo sobre la autora, y me encontré con que su libro había sido un verdadero éxito editorial, una especie de best-seller con una venta de más de un millón de ejemplares y múltiples reediciones y traducciones a muchos idiomas.

“¿Pero, qué se puede escribir después de esto?” De esta pregunta, que le hacían con frecuencia periodistas y lectores, parece nacer Basada en hechos reales, la obra de Delphine de Vigan que sigue a Nada se opone a la noche. “En este caso –escribe la autora-narradora– me parecía que contenía en sí misma la respuesta: después de esto no había nada, estaba cantado. Había abierto la caja negra, dilapidado las existencias, no me quedaba ya nada en la recámara. En cualquier caso, la pregunta no era baladí. Me parecía que albergaba una vaga amenaza, una advertencia apenas solapada”. Pero resulta que ahora el lector tiene en las manos Basada en hechos reales, la obra que escribió “después de esto”, y que esa obra tiene un título sugestivo, y engañoso (como vamos comprobando a medida que avanza la novela). Ha comenzado un inteligente y brillante juego de espejos y manipulaciones con el que la autora sortea el difícil trance de pasar la página de Nada se opone a la noche, juego que va a llevar a que el lector se pregunte a lo largo de sus páginas: ¿escogió de nuevo Delphine de Vigan la opción autobiográfica, o lo que leo está contaminado de ficción? ¿qué será verdad y qué mera invención en esta novela?

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Pero: ¿es qué es esta, realmente, una novela? La pregunta tiene sentido, porque gran parte del material que usa De Vigan pareciera rigurosamente autobiográfico. Para comenzar, la obra tiene un prólogo en el que la autora nos habla de su proceso: de cómo pasó de la felicidad de haber dado en el clavo, de la embriaguez del éxito, a sentirse abrumada por él, harta de viajes, de firmas, de presentaciones, de oír las mismas preguntas; y de cómo, derrumbada por el cansancio y el dolor de los testimonios que oyó a diario, decidió amurallarse, replegarse sanamente al silencio de su biblioteca y emprender otro proyecto. Pero entonces la atacó un mal mayor: el miedo a la escritura, la parálisis, la fobia al computador, la intuición de que se está enfrentando a “la famosa historia del techo de cristal, del nivel de incompetencia”. La autora también aprovecha esa coyuntura para ventilar los riesgos que tiene escribir sobre lo íntimo, lo autobiográfico, y examinar sus efectos posteriores: las malinterpretaciones, las susceptibilidades, el rencor de los aludidos. Y para confesarnos que ha sentido la tentación de escribir sobre “el después”: “Contar las heridas, la amargura, el cuestionamiento, las rupturas. (…) Porque el libro no es sino una especie de material de difusión lenta, radioactivo, que sigue emitiendo durante largo tiempo. Y siempre acabamos siendo considerados por lo que somos, bombas humanas, cuyo poder es aterrador, porque nadie sabe qué uso haremos de él.” Pero no, se dice. No reincidiré en lo autobiográfico. Es necesario volver a la ficción.

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Es en ese momento de vulnerabilidad y dudas cuando aparece L. [que suena igual a “elle”, ella en francés], una mujer bella, encantadora, impecable y temperamental, que entra de manera sigilosa en la vida de Delphine y la somete poco a poco a su influencia. Ha comenzado el thriller. Y la protagonista le anticipa al lector en el prólogo: “Hoy sé que L. es la sola y única razón de mi impotencia. Y que los dos años que duró nuestra relación estuvieron a punto de hacerme callar para siempre”. Para que L. pueda adelantar su tarea y convertir a la escritora en un ser dependiente, se necesitaba, además de su parálisis creativa, otro factor debilitante: De Vigan introduce unas cartas anónimas, que aunque resultan un poco trilladas como recurso, no resultan para nada inverosímiles, menos aún en una época en que la perversidad humana ha encontrado nicho en el anonimato que propician las redes. “Los hurgamierdas de tu calaña –dice una de esas cartas– acaban siempre mordiéndose la lengua. Tu conducta no hace sino agravar tu estado psiquiátrico. ¿Crees que basta retirarte de la red mediática para hacer olvidar que te acuestas por interés? La verdad es que se te ha visto el plumero. Y lo peor es que no te das cuenta”. La maldad que nunca falta.

Pero L es también el recurso literario que la autora utiliza para introducir en su historia un elemento perturbador, una intriga entre policíaca y sicológica, y para plantear a través de diálogos –que por momentos le dan a la novela, como en las obras decimonónicas, un leve carácter ensayístico– la relación entre la ficción y la no ficción en literatura. ¿Por qué a la gente le apasiona “lo real”? ¿La ficción, tarde o temprano sucumbirá al deseo de “verdad” de los lectores? Que L. sea una ”ghost writer” como se denomina a los escritores en la sombra, dedicada a redactar memorias de famosos, tiene su lógica dentro de la novela. Ella es la encargada de “empujar” a Delphine para que escriba de nuevo sobre lo autobiográfico. Sus argumentos son vehementes y coinciden, no se puede negar, con unos tiempos que han revalidado con fuerza la escritura del yo: “Sí, la gente (…) quiere la verdad. Quiere saber que eso ha existido. Ya no cree en la ficción, e incluso te diré una cosa, desconfía de ella. Cree, por ejemplo, en el testimonio”. Y va más lejos:

“Hace ya tiempo que la literatura ha mordido el polvo en materia de ficción. (…) ¿Nunca has pensado que los guionistas os han ganado la mano? ¿O, más bien, que os han dejado fuera de combate. Ellos son los nuevos demiurgos omniscientes y omnipotentes. (…) ¿Ves de qué te hablo? Ese vínculo íntimo que se teje entre el personaje y el espectador, ese sentimiento de pérdida o de duelo que experimenta cuando acaba todo. Eso ya no pasa con los libros, tiene lugar fuera de ellos, ahora. Es lo que saben hacer los guionistas”.

L. se nos va revelando también, poco a poco, como un alter ego de Delphine, tal vez su doble –en un determinado momento se ven idénticas, y L. empieza a suplantar a la escritora– o la parte de su conciencia que la impele a repetir la fórmula del éxito alcanzado. Quizá sea, incluso, la parte más oscura de la protagonista, la que es capaz de violencia, la que en ciertos momentos pareciera rayar en la locura. La novela empieza a girar lentamente en remolino, avanza y retrocede, decae en tensión. Hasta que un acontecimiento importante marca el punto de inflexión, da la primera vuelta de tuerca: L. que hasta ahora ha sido totalmente hermética en relación con su propia vida, empieza a desgranar información, afloja, se entrega. Entonces en Delphine se enciende la chispa creativa. “Ahora las cosas concordaban, hallaban su razón de ser. De pronto no pensé en otra cosa: una novela sobre L. Lo que sabía de ella. Sus fantasías, sus fobias. Su vida.” Ha aparecido el escritor-vampiro, dispuesto a chupar la sangre de la víctima. La novela-ensayo cede el espacio al thriller y la acción se desboca y entra en un nivel de desmesura. Aparece lo inquietante, lo perverso, lo terrorífico. Porque las cosas no van a ser tan sencillas como las imagina Delphine. Ni más faltaba.

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Pero tampoco van a ser tan sencillas como las imaginaba el lector, que cuando parece haberse encauzado en una trama policíaca es sorprendido de nuevo. Porque en la novela hay una segunda vuelta de tuerca. Entonces la ambigüedad se enseñorea, los bordes se difuminan, las dudas aparecen creando perplejidad y fascinación. Protagonista y lector tiemblan parapetados en la línea difusa entre lo real y lo imaginado. El juego se hace más complejo, más aterrador, si se quiere. Lo que parecía una historia truculenta, una salida en falso de Delphine de Vigan, se convierte en una reflexión conmovedora, la misma que de alguna manera subyacía en Nada se opone a la noche. La última página, la última frase, sólo puede estremecer al lector, que otra vez se pregunta, debilitado por la historia, qué tanto de autobiográfico hay en ella.

La versión cinematográfica que llevó a cabo Román Polanski sólo puede llevarnos a pensar en las diferencias abismales entre el lenguaje de la literatura y el lenguaje del cine. Este no puede, no podría de ninguna manera, recrear la sutilísima reflexión que entraña la novela, sobre el vacío creador y los cruces entre ficción y realidad que hay en toda literatura, basada o no en hechos reales. Bien producida, bien dirigida y actuada, la película logra en muchos momentos aprehender lo que Delphine de Vigan plantea sobre la mente humana, la manipulación, el abuso de poder y la locura. Sin embargo, tiende a la truculencia, y no logra remitirnos a esa parte nebulosa, más poética, del final de la novela. Triunfa el thriller, la historia llana, y por momentos se hace previsible. Aun así resulta interesante, como siempre, entrar en el mundo de Polanski, ver cómo vuelve a sus obsesiones, y mezcla perversidad y belleza. Pero el ejercicio más interesante, más iluminador, resulta de la confrontación entre película y novela. Las dos, cada una a su manera, nos remiten a lo que en algún momento plantea la novela: “¿No hay siempre en la ficción una parte de nosotros mismos, de nuestra memoria, de nuestra intimidad?”.