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En el programa Diálogos con Sentido, el área de educación del Museo de Antioquia trabaja con niños del entorno de la edificación. | Fotografía: Julieta Duque

MUSEO DE ANTIOQUIA: EN EL CENTRO Y DESDE LA PERIFERIA

Somos nosotros

Una reflexión sobre la necesidad de desafiar el sentido de individualidad que nos ha sido inculcado, y sobre cómo la idea de una vida común ha abierto, desde el Museo de Antioquia, espacios para el diálogo y la pedagogía.

Jessica Rucinque*
6 de mayo de 2019

Este contenido institucional surge de una alianza con el Museo de Antioquia. Haga clic aquí para ver los demás contenidos de este especial.

"Hay una voz que busca otras cosas, que intenta hablar de otra manera, que murmura otros lenguajes. Es el sonido de una voz que no quiere participar sino implicarse en lo que vive, en lo que crea, en lo que sabe, en lo que desea. Para esta voz, anónima y plural, la cultura no es un instrumento sino una necesidad. Para esta voz, no se trata de instrumentalizar la cultura sino de usarla. La cultura no es un producto o un patrimonio. Es una actividad significativa de una sociedad capaz de pensarse a sí misma". 

Marina Garcés

La voz de que habla Marina Garcés en Un mundo común es la unidad de nombres anónimos, seres vivos, vidas soñadas, necesidades reprimidas, relaciones materiales y simbólicas que hace posible la vida humana. Esa voz somos nosotros, y es poderosa, pues es una suma de mundos individuales conscientes de que compartimos nuestra vida con los otros.

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Esos mundos son un motivo de encuentro y festejo en un museo que afirma que todas sus puertas están abiertas. Así, el Museo de Antioquia muestra que cree poderosamente en la reconfiguración del sentido de comunidad y en la necesidad de resistir a la falta de afecto entre unos y otros –y entre nosotros y las demás formas de vida–; a la inconsciencia, individual y colectiva, del valor de los seres y las cosas que nos rodean y la relación que con ellos construimos. Como institución cultural y grupo humano, hemos comprendido, como lo expresa Marina Garcés, que es imposible ser solo un individuo y que nuestra apuesta debe ser por restaurar y potenciar el tejido social de lo que nos une para así acabar con el sistema que nos atomiza. Queremos aportar a la construcción de una sociedad crítica, reflexiva y comprometida con su bienestar y el del planeta, que pueda demostrarse a sí misma que la vida es mucho más que lo que nos han dicho.

Hemos ampliado nuestra misión, y esto no tiene solamente que ver con salvaguardar el conocimiento que reside en nuestro equipo humano y en los objetos que conservamos con tanta cura. También está relacionado con la necesidad de trascender hacia un sentido de intercambio vital que nos abra la posibilidad de pensarnos con los otros y en igualdad de condiciones. Así, nos damos a la difícil pero maravillosa tarea de reconocernos, escucharnos, preguntarnos y compartir saberes que, al recorrer nuestros cuerpos, nos afecten. Nos ponemos al servicio del otro comprendiendo que somos. Nos constituimos como un organismo vivo de la ciudad, en función de un nosotros.

En el espacio de formación Diálogos Con-sentido, hemos acompañado a niños y niñas que viven en el centro de Medellín en el proceso de pensarse en relación con el territorio. Esto ha implicado abordar, por medio del ejercicio creativo, sus malestares, sus inconformidades, pero también alegrías, con el fin de que las voces individuales se encuentren y de que con ellas podamos hacer visible nuestros imaginarios del mundo, en relación tanto con cómo es como con cómo quisiéramos que fuese.

Al nombrar las cosas y materializarlas, le devolvemos la fuerza al impulso creativo; nos encontramos, en un ejercicio de ir más allá de nuestros saberes y sentires, con potencialidades que antes no conocíamos, y nos damos la posibilidad de involucrarnos y comprometernos en un proceso de transformación propia y del cuerpo común.

Hemos tomado, entonces, la vía de la implicación, y no solo la de la participación en procesos de construcción de ciudad. Y esto ha hecho que nos interese también deconstruir la idea de mundo con que hemos sido formados: un mundo plagado de negaciones, de reducciones y de distancias, un mundo que no nos permite ver nuestras potencialidades, que nos deja ensimismados, que quiere que nos compartamos gozosamente, y en el que no queremos dar/nos al otro.

En este contexto surgen los programas El Caldero y Memorias del Agua. El primero se ocupa del autocuidado y cuidado del ser, y el segundo, de la conservación y la conciencia de uso del agua. Pero, cada uno desde su esquina, se han constituido como un proceso que busca un nuevo orden de prioridades y reconfigura así el sentido de lo social en grupos poblacionales históricamente invisibilizados: las mujeres y los hombres que deben asegurar su supervivencia con oficios informales de los que se alimenta la gran ciudad, y que viven al margen de todo derecho y vulnerados en su propia dignidad. Con ellas y ellos hemos reconstruido una historia alterna, que nos ha permitido reencontrarnos desde la humanidad que nos une y no desde la diferencia que nos separa. En estos programas hemos intercambiado herramientas y conocimientos de vida para abordar problemáticas cotidianas y darles solución. Nos hemos escuchado compasivamente desde los desafíos de cada realidad, y hemos aprendido a poner el cuerpo en un ejercicio honesto de empatía.

Darnos a la realidad de esta ciudad en función de nuestro quehacer cobra sentido solo si logramos existir como un espacio/grieta para la práctica creativa y colectiva en la que el pensamiento conjunto sea el fin último. Queremos pensar como la acción de un cuerpo, individual y colectivo, que transgrede las normas de la indiferencia y se permite entrar en relación con otros seres, con las cosas del mundo y con el mundo mismo para ser parte fundamental de un todo. Queremos pensar como lo que somos: el fundamento de la vida común. 

*Directora de Educación Museo de Antioquia

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