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Durante el cierre de campaña de Gustavo Petro en la Plaza de Bolívar de Bogotá, el 17 de mayo de 2018. /León Darío Peláez

Opinión

Una columna del escritor Juan Cárdenas a dos días de las elecciones

"Un colorido tapiz (inconsciente)": un texto breve escrito al calor de las elecciones presidenciales del próximo domingo 27 de mayo.

Juan Cárdenas
25 de mayo de 2018

En un pasaje de Las estrellas son negras (1949), la gran novela de Arnoldo Palacios, el protagonista, Irra, es testigo de una curiosa escena que tiene lugar en una tienda de abarrotes de Quibdó: dos liberales negros, fieles a la doctrina tradicional del partido, leen y comentan un artículo publicado por un periódico capitalino donde se critica ferozmente a un líder demagogo cuyo nombre no se menciona, aunque no es difícil adivinar que se trata de Gaitán. Palacios introduce las citas textuales del periódico: “Era de verlo bajo la profusión de lámparas radiantes en el escenario: cual lobo furibundo desparramaba la boca, levantaba los brazos. Retorcíase convulso, infringiendo las más elementales leyes de la oratoria, logrando sí un externo y desesperado dramatismo ridículo. Su aspecto era ni más ni menos que el de cualquier indiecito boyacense, con pretensiones de leader. Los viejos liberales dan su aprobación al artículo, que continúa describiendo al candidato demagogo: “Como lo advierte el observador imparcial, el palabrerío del caudillo no estuvo a la altura del vocabulario de las cocineras. Cada vez el país entiende que se trata de un politiquero mendaz, inescrupuloso, traficante con la buena voluntad de este pueblo ingenuo, en pos de la satisfacción de apetitos nazifascistas”. Tan verosímil les resulta a estos lectores la amenaza del “indiecito” que en el aire de la tienda quibdoseña se puede “sentir el paso de una hormiga”. Palacios subraya la ironía de la escena añadiendo que, un poco más abajo, el periódico reproduce la noticia del linchamiento salvaje de un negro en un pueblo del sur de Estados Unidos.

Quizás se trate de una asociación gratuita, pero he recordado este pasaje de la novela de Palacios a raíz de las críticas que se han publicado en diversos medios contra el candidato a la presidencia Gustavo Petro, en especial las dos columnas recientes de Antonio Caballero, donde el autor de Sin Remedio expone argumentos que hacen resonar el pasaje de Las estrellas son negras. Después de admitir que, en teoría, el programa de Petro le parece atractivo, Caballero se centra en tres aspectos, los mismos tres aspectos que utiliza el artículo “liberal” citado por Palacios, esto es: 1) La personalidad del líder, a quien tacha de poco fiable, mala persona, mal amigo de sus amigos, megalómano y demagogo. 2) Sus oscuras filiaciones políticas, “nazifascistas”, de aspecto izquierdoso pero con corazón autoritario, cercanas a Rojas Pinilla y a Juan Vicente Gómez. Y 3) La alusión a su fisionomía, a su “mala cara”, la “peor cara”, cosa que en un país racista como Colombia se traduce fácilmente en un comentario sobre la oscuridad de los orígenes familiares y étnicos.

El lector desprevenido creerá en este punto que pretendo comparar a Petro con Gaitán, como el propio Petro hace con calculado revisionismo histórico. No, en absoluto. Lo que me interesa mostrar es la innegable continuidad del entramado ideológico en el que se mueven las opiniones de las élites políticas colombianas, que no parecen haber cambiado mucho desde 1949, cuando Palacios publicó su novela. Se trata, creo yo, de un entramado ideológico donde se enredan los hilos del desprecio a las energías populares –que se consideran manipulables, inferiores, primitivas, rústicas, alimentadas por pasiones y no por juicios racionales– y el rechazo automático de cualquier forma de liderazgo que despierte y encauce esas fuerzas hacia un proyecto que cuestiona los privilegios naturalizados. El colorido tapiz queda completado con los hilos de un extraño psicologismo amateur –la supuesta capacidad de penetración en los rasgos del mal carácter del candidato– y un racismo solapado, frívolo, que deja traslucir, ahí sí, un elemento de la psicología profunda latinoamericana, a saber, el terror atávico que produce la llegada del bastardo “mestizo” al ámbito doméstico con intenciones de reclamar la propiedad familiar. El expropiador con derechos, el “indiecito” que papá engendró con la sirvienta y que, de un día para otro, se mete a vivir entre nosotros, los genuinos herederos.

Este entramado ideológico es fácil de observar en personas de derecha o, como Caballero, que se consideran de izquierda. Tampoco hace falta ser blanco y vivir en Rosales ni tener pedigrí para sintonizar con esos prejuicios y activar las alarmas del instinto de clase, como se comprueba en la escena de los liberales negros y pobres de la novela de Palacios. Porque, por encima de todo, esta trama es un campo de significación y de imágenes inconscientes, en un país donde las élites políticas no se han hecho cargo todavía de su propio trauma, ni del modo en que su síntoma se contagia al resto de la sociedad. La histeria, el terror irracional desatado por Gaitán y ahora por Petro en un amplio sector de los ilustrados y liberales así lo demuestran.

En sociedades que, como la nuestra, asocian la virtud con los privilegios y no con el ejercicio de derechos, la irrupción de esta clase de sujetos políticos –líderes populares con un linaje intelectual y familiar sospechoso– provoca una inestabilidad discursiva profunda. Todas las certezas tiemblan y el espacio de lo doméstico, tan reconocible y natural, se vuelve ominoso, amenazador, susceptible de ser expropiado. Tanto que se escucha hasta el paso de las hormigas.