OPINIÓN: LETRAHERIDAS

¿Apropiarnos de la pantalla? La columna de Jorge Carrión

"Los memes, los tuits de broma, los retuits de cachondeo, los selfis retocados y los emoticonos, en un extremo; y en el otro, la ansiedad porque nadie ha reaccionado a tu estado, porque nadie responde a tu e-mail o a tu mensaje, porque te riñe la app de salud o porque te has vuelto objeto de escarnio en redes".

Jorge Carrión
25 de febrero de 2020
"En nuestro lado del espejo, la literatura más innovadora, en cambio, sigue siendo la más minoritaria, la más alejada del mercado, materia de museo".

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"Tú y yo / despertamos en una cárcel / de máxima seguridad. / Los carceleros no hablan / nuestro idioma. La comida / es excelente. Caviar, faisán, / queso ahumado. / no sé, piénsalo”. Así comienza el libro más experimental del escritor colombiano Juan Cárdenas, Tú y yo. Una novelita rusa (Cajón de Sastre, 2016). El proyecto integra verso, narrativa distópica, diseño gráfico conceptual y apropiación de internet, pues uno de los demasiados subgéneros de esos objetos culturales vagamente identificados que llamamos meme consiste en variar hasta el infinito la fórmula “tú y yo + invitación obscena + no sé, piénsalo”. A partir de ella, el autor de la extraordinaria novela Los estratos (Periférica, 2013) construye una ficción irónica y desasosegante.

Esos podrían ser los dos polos de nuestra relación con internet: la ironía y la angustia. Los memes, los tuits de broma, los retuits de cachondeo, los selfis retocados y los emoticonos, en un extremo; y en el otro, la ansiedad porque nadie ha reaccionado a tu estado, porque nadie responde a tu e-mail o a tu mensaje, porque te riñe la app de salud o porque te has vuelto objeto de escarnio en redes. Con el blanco, el negro y la gama de grises juega la creatividad digital, cuyo objetivo por lo general es la viralidad. En nuestro lado del espejo, la literatura más innovadora, en cambio, sigue siendo la más minoritaria, la más alejada del mercado, materia de museo. 

“Me dan miedo los dentistas” es la primera oración de Dafen: dientes falsos (Tierra Adentro, 2017), del mexicano Pierre Herrera, un interesantísimo ensayo fragmentario sobre la falsificación, cuyo título refiere a una villa china de pintores donde “más de diez mil artistas producen anualmente cinco millones de cuadros para exportar, copiando obras de maestros como Van Gogh, Da Vinci y Picasso”.  Aunque nuestro contexto histórico, en lo que respecta a la circulación de copias y versiones, sea eminentemente digital, Herrera insiste en referentes y ejemplos analógicos, artesanales, siguiendo el modelo de collage literario que en nuestro cambio de siglo identificamos sobre todo con David Markson.

Tú y yo. Una novelita rusa. Juan Cárdenas. Cajón de Sastre. 128 páginas

La misma lógica sigue Una comunidad abstracta (Cadáver Exquisito, 2015), del creador ecuatoriano Salvador Izquierdo, quien tanto en esa novela como en El nuevo Zaldumbide (Festina Lente, 2019) acerca la literatura a los procedimientos del arte contemporáneo. Con un estilo desenfadado y muy personal, aunque también explore biografías artísticas o películas, Izquierdo habla en ambos proyectos sobre todo de libros en papel.

Eso me lleva a un hecho: la gran mayoría de los libros que, junto con los cuatro citados, podrían formar una constelación representativa de la literatura experimental en español de los últimos años hablan sobre libros. Desde El aleph engordado (Imprenta Argentina de Poesía, 2019), del argentino Pablo Katchadjian, hasta El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara, 2011), del español Agustín Fernández Mallo, pasando por Saturno (Alfaguara, 2003), de Eduardo Halfon, Paisajeno (Esto no es Berlín, 2016), del venezolano Willy McKey, o Permanente obra negra (Sexto Piso, 2019) y La Compañía (Almadía, 2019), de las mexicanas Vivian Abenshushan y Verónica Gerber Bicecci –respectivamente–, las obras que mejor podrían ejemplificar en nuestra lengua cómo la literatura asume como propias las estrategias de la apropiación, del conceptualismo o de la hibridación se centran en la propia literatura, a veces también en la realidad social, pero casi nunca lo hacen en la pantalla. Incluso Cárdenas, que parte de un meme, acaba escribiendo una “novelita rusa”.

Tal vez ese sea uno de los objetivos de la literatura de la próxima década, tanto en el laboratorio como en el mainstream: atreverse a dibujar, incluir o cuestionar el píxel, las redes sociales, los teléfonos móviles, los filtros, la autoedición, los algoritmos, nuestras benditas y malditas pantallas cotidianas. No sé, letraherida o letraherido, mi hipócrita lector, mi hermana: tú y yo: las tecnologías y sus máscaras, ¿te late?: piénsalo.

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