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La artista plástica Barbarita Cardozo

Todo lo falso es verdadero y lo sagrado, profano

La obra de Barbarita Cardozo escandaliza a muchos, pues se la considera sacrílega y blasfema. A unas casullas religiosas les bordó logos metaleros e hizo unas carteras en porcelana según modelos “piratas” de famosas marcas como Vuitton y Versace que se venden en Sanandresito. Su obra se expone en Bogotá y pronto irá a Basilea, Suiza.

Humberto Junca*
16 de mayo de 2006

En el siglo iii en Roma, se promulgaron las llamadas “leyes suntuarias”, que limitaban de forma exclusiva, únicamente dentro de la Iglesia, el uso de joyas, del oro, de la plata, de telas como la seda y de colores como el púrpura. Dichas leyes cambiaron cien años más tarde, al permitir el uso de estas telas y materiales preciosos dentro de la corte.
Tomando como referencia esta orden de la relación entre vestido, lujo y poder, la artista colombiana Barbarita Cardozo (nacida en abril de 1975) nombró su más reciente trabajo “Leyes Suntuarias”. Es una serie conformada por un pequeño grupo de prendas sacerdotales: casullas, capas pluviales y mitras en seda y terciopelo decoradas con bordados en hilos de oro y plata. Como su intención era permanecer lo más “fiel” posible a la historia, la joven artista calcó los moldes y estilos de sus accesorios de aquéllos exhibidos en el Museo de Arte Colonial de Bogotá y de otros fotografiados como parte del catálogo de una exposición realizada en el Museo de Arte Religioso de Bogotá y curada por José Hernán Aguilar: “Vestuario para Dios”. Pero hay un cambio brutal en los trajes de Cardozo y paradójicamente es una modificación de lo más superficial: los bordados que decoran dichas prendas no están conformados por los símbolos tradicionales como viñedos entrelazados, cruces, soles o palomas; sino por oscuros logos de casas disqueras como Alternative Tentacles, siniestros nombres de grupos con su correspondiente tipografía como Opeth, Queensrÿche, Asphyx y Desecrator y grafismos satánicos tomados de discos de Black Metal. Así, los símbolos y las convenciones chocan en una obra que a primera vista critica el lujo del edificio religioso, pero que contiene además una sutil observación sobre el “pirataje” y la supuestamente eterna condición del arte como representación, al construir de tal manera esos uniformes laicos que parecen originales, pero que no lo son.

Para entender la génesis de este proyecto y apuntar más exactamente a sus intereses, es necesario remitirse al proyecto anterior de la artista: “Knock Off”, exhibición llevada a cabo en la Galería Casas-Reigner el año pasado. El título de esa muestra es el término –aprendido por Cardozo como diseñadora de modas del Art Institute of Dallas– con el cual se designa un método mediante el cual se obtiene el molde o patrón de una prenda de vestir por medio de la deconstrucción de esa prenda que ha sido confeccionada de antemano. En dicha muestra se exhibieron una serie de detalladas porcelanas blancas, plateadas, doradas y nacaradas, cuyos moldes fueron tomados de bolsos, monederos y otros accesorios de marcas como Louis Vuitton, Chanel, Versace, Dior, Burberry, que apuntan con humor a la falsificación dentro del mercado de la moda, a la decoración doméstica y a la caprichosa noción adquirida de gusto. “En los Estados Unidos, el mal gusto se confunde con el buen gusto gracias a las estrellas de Hollywood, quienes construyen su propia moda, esa moda diferente que no tiene nada que ver con la de los políticos, o la realeza, por ejemplo. Esa moda descaradamente lujosa y llamativa de telas, materiales brillantes y joyas enormes es la especialidad de casas italianas como Versace y Gucci”, comenta Cardozo, y agrega: “Pero en Bogotá hay mucha prevención con todo lo que tiene que ver con ese estilo, pues se asocia con los narcos, que obviamente y sin pudor adoptaron el look de los gringos famosos. En mi exposición, las piezas que más gustaban a los compradores eran las doradas… se quedaban maravillados, luego dudaban, se aguantaban las ganas, me decían que nunca comprarían algo así; pero al final lo hacían.”

Algunas de esas porcelanas doradas se exhibieron después en el Salón Regional de Artistas, sede centro, en Tunja, a fines del año pasado, como parte del proyecto curatorial de Natalia Gutiérrez. Ella decidió insertar el trabajo de los artistas que seleccionó en lugares históricos, en un experimento museográfico que cruzaba lo antiguo con lo contemporáneo. Así, las porcelanas de Barbarita Cardozo se exhibieron en la Casa del Escribano Don Juan de Vargas, en una urna que entre otras cosas contenía una capa pluvial de la colonia preciosamente decorada con bordados de oro. La imagen de esta particular articulación sorprende a la artista: es como si la copia de la nueva colección de Dior estuviese hecha para acompañar esa vieja prenda religiosa. Esa relación inesperada entre el accesorio de clase alta y “el vestido de Dios” es el origen de “Leyes Suntuarias”.

Cardozo nació en Bucaramanga en el seno de una familia tradicional. Recibió una educación católica en el Colegio Santísima Trinidad, dirigido por franciscanos. “Mi tía Antonia”, recuerda, “me dijo alguna vez una frase que no puedo olvidar: no sólo tienes que ser; sino parecer. Más que hacer el bien, quería que me vistiera bien… eso y la supuesta humildad de los franciscanos, inexistente en un colegio elitista, me hizo caer en cuenta de la falsedad implícita en todo”. Un collage cubista armado por Picasso con fragmentos de objetos apropiados y pegados sobre el lienzo, donde se confunde la figura con el fondo y no se sabe qué es qué, desarma toda la ficción del arte representativo frente al espectador. Un collage demuestra que eso que parece ser un vaso no es un vaso, demuestra que toda representación en el espacio bidimensional es mentira: figura y fondo son lo mismo, son mera ilusión, no son reales. Paralelamente y así como las porcelanas de Barbarita Cardozo hacían corto circuito entre el buen y el mal gusto, lo original y la copia; sus vestidos religiosos parecen hacer corto circuito entre el bien y el mal. La artista une signos de luz y de sombra y parece decir que ambos son ficción. O que son lo mismo: pura superficie, puro parecer.

Entonces, “Leyes Suntuarias” contiene también una crítica al uniforme “metalero”. El metal aparece en la década de los ochenta en los Estados Unidos, de la mano de jóvenes aburridos por la pacatería, la vigilancia y la censura bajo el gobierno de Ronald Reagan. Toman del look punk la intención de verse mal, de parecer “los enemigos”, indigentes, muertos vivientes; toman del hardcore la velocidad y la fuerza y de grupos como Black Sabbath y escritores malditos como Aleister Crowley, la seducción por lo negro, por el mal. Sin embargo, lo que fue un subgénero del rock, peligroso, contracultural, nacido del aburrimiento y el malestar de una generación con padres en la ruina debido a la crisis del petróleo, una generación que veía cómo supuestamente las buenas acciones dentro de las cruzadas políticas que su gobierno ejecutaba en pos de y gracias a la voluntad divina (el destino manifiesto), dentro y fuera de su país, eran vulgares luchas por el lucro de sus estadistas; este movimiento terminó siendo una moda, domesticado, otro producto de consumo made in usa. Ahora vestirse de negro, llevar en la cadena una estrella de cinco puntas, estar pálido y escuchar esa música heroica y estridente llena de gemidos guturales basta para ser “malo”, es decir, para oponerse a lo hegemónico. Porque en el caso del metalero metido en su uniforme negro, “parecer” también es igual a “ser”. Los opuestos se unen. Se cierra el círculo que va del bien al mal, de lo antiguo a lo nuevo, de la calle al altar y de la moda al arte. Porque todo es lo mismo, todo es mercado. Vivimos la pérdida de la esencia (buena o mala) y su reemplazo por el culto a la imagen externa.
 
El contenido está por fuera. Por eso, repito, Barbarita Cardozo no toma los símbolos con los cuales adorna sus prendas religiosas de libros o websites de brujería; ella acude a los discos de metal que se consiguen en las tiendas porque le interesa seguir apropiándose de logos de productos de consumo, “piratearlos” y mostrarlos de otra forma. Cuando le pregunto si está de acuerdo con la piratería, contesta: “No creo en el copyright. En eso soy un poquito oriental, creo que lo que hace el hombre es para el hombre, que todo es de todos. En la empresa de moda de mis padres yo veía a mi mamá copiar estilos y patrones de libros y catálogos, la veía sacar un dibujo de un lado y ponerlo en el otro. De hecho, la empresa tuvo el nombre de una tira cómica infantil que le gustaba a mi papá: Periquita. Creo que todos copiamos y lo vamos a seguir haciendo, en el arte e incluso en la alta costura. La diferencia entre un buen y un mal diseñador, o un buen y un mal artista, está en lo que copia y por qué lo hace. Por eso prefiero a Pepa Pombo o a María Clara Ortiz que a Silvia Tcherassi.” .