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'Sumando Ausencias' en la Plaza de Bolívar. Foto: Juan David Padilla.

crónica

Doris Salcedo riega cenizas sobre la Plaza de Bolívar

Por: Sergio Rodríguez y David Felipe Suárez

La artista, con ayuda de más de 1.500 personas, realizó una intervención en la Plaza de Bolívar como respuesta a la victoria del No en el plebiscito. Un grito de paz en nombre de las víctimas.

“No nos martiricen con fotos”, dice Doris Salcedo minutos después de llegar a la Plaza de Bolívar. Son las 8:00 de la mañana., más o menos, si bien todo comenzó a gestarse media hora antes, a las 7:30 a.m. Algunos llegaron muy temprano, con todo el frío y el horror del Transmilenio, para mover las carpas de quienes han pasado sus noches en la plaza desde el miércoles de la marcha silenciosa. Un viento enrarecido baja de los cerros intentando vencer a los enruanados que trataban de dejar el sueño atrás.

Con un cerco negro y abarrotado se cierra la plaza. Al sur, frente al colegio San Bartolomé, enhebran agujas con hilos rojos, azules y verdes. Todos esperan a la artista. Las agujas en bloques de icopor. Las telas embaladas en cartón. Nadie las toca hasta que Salcedo llega y quita el plástico que cubre las cajas. En su interior, 2.300 telas de 250x130cm. El plástico se rasga, las cajas se ponen sobre el suelo y se abren. Un pequeño y tímido olor a osario pulula la plaza.

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Dos días después de la derrota del Sí, a Doris Salcedo la vieron merodeando por las aulas de la Universidad Nacional. Por las plazas y pasillos se escucharon algunos susurros especulando que "Doris quiere hacer algo por la paz, pero no sabe qué. Debe hacer algo grande". A las once y cuarto de la mañana llegó un correo masivo a los estudiantes que se reunieron en el museo de la universidad. Horas más tarde se viralizó por toda la ciudad. Una muchedumbre de estudiantes de todas las carreras se congregó en el patio central del museo, llegaron madres de familia, artistas, profesores, niños, abuelos y camiones llenos de tela y carbón.

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Fuera del cerco, casi excluidos, venden café, aromáticas y cigarrillos. Los que pasan por ahí no pueden evitar ver y escuchar a la artista dar órdenes y decirle a los fotógrafos que los dejen trabajar, que les den una hora para que puedan tomar las fotos. Como niños regañados por su madre se alejan de Salcedo, la cazan de lejos con sus lentes. “Doris es un poco complicada”, dice alguno.

Las telas ya están listas para ser cocidas. “Comienzas por la izquierda sin pasar las dos telas. Después la pasas por debajo en diagonal y por encima recto” recita una de las voluntarias a los demás. La puntada debe ser precisa, igual en todas, cada tres centímetros. Hay que tomar cada esquina de las telas para que no toquen el suelo y no les llegue mugre. En las 2.300 telas hay 2.300 nombres de víctimas del conflicto escritos con dos toneladas de ceniza de carbón. Alguien dice, en broma, que las cenizas las sacó de un asado que hizo para celebrar el triunfo del Sí, pero que al ganar el No tuvo que ver cómo utilizarlas.

- ¡Una aguja con hilo!

- Acá tengo, mira.

- Gracias, revisa si tiene bien el nudo. ¿Listo? Gracias, se decían unos a otros.

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Solo podían estar aquellos dispuestos a participar de manera activa en la creación de la obra. El museo de la Universidad Nacional se convirtió en un laboratorio. Hubo una lluvia de ideas para fijar la ceniza en la tela. Las placas de madera con las letras tipográficas íntegras por todas las paredes del patio. A Doris se le veía dar vueltas de un lado para otro, con su mirada fija en los materiales, pensando en imágenes que pudiesen convertirse en el símbolo de la deshumanización, de la guerra absurda, del dolor.

María Belén Sáez, directora del Departamento de Divulgación de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional, quien apoyó la iniciativa desde el principio, invitó a la sociedad a no olvidar, “a dejar el conflicto, la rabia. Tenemos que ir más allá de la indignación, más allá del dolor para empezar a renacer". La ceniza empezó a llover como copos de nieve. Era como si los muertos estuvieran escribiendo su propio nombre, a la espera de algún conocido que dijera: "ahí está mi hijo, ahí está mi esposo, ahí está mi recuerdo de paz".

En cinco días se preparó la obra. 1.500 personas escribieron cada nombre. Una nueva bandera de paz hecha pedazos terminaría en la Plaza de Bolívar.

Salcedo es la plaza. Dueña y señora una vez más. Dirige a estudiantes como sus soldados diligentes, atentos y rápidos. En una hora el 20% de la plaza trepida en el ondear de las telas que aún no descansan en el suelo. “Om ianoraianaia. ¡Om ia na!”: canta una de las voluntarias y su voz modula en tonos para atraer buenas energías. Una puntada, dos puntadas, tres puntadas, 100 puntadas, 1000 puntadas y para qué contarlas. La mancha crece y se ve a Salcedo ir de un lado a otro. Revisa puntadas, toma café, espanta fotógrafos.