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El fotógrafo estadounidense Alec Soth

Bogotá según Alec Soth

Mirar a los otros

Es fotógrafo de la agencia Magnum. Vino a Colombia para adoptar una niña. Durante la espera se le apareció una ciudad que muchos ven a diario pero que en su lente cobra una belleza –y tristeza– que, a lo mejor, solo puede verse cuando se está fuera. En Estados Unidos acaba de lanzar un libro con fotografías sobre Bogotá que ha sido elogiado por la crítica. Entrevista exclusiva de Arcadia.

Juan Pablo Lombana
15 de marzo de 2010

Dog Days Bogotá, el nuevo libro del fotógrafo estadounidense Alec Soth, reúne un conjunto de fotografías tomadas cuando él y su esposa viajaron a Colombia para adoptar a una niña. Soth, de 38 años y miembro de la prestigiosa agencia Magnum, es uno de los fotógrafos más destacados de su generación. A partir de la publicación de su primer libro, Sleeping by the Mississippi, la crítica ha destacado la destreza con que reinterpreta lugares a partir de retratos, paisajes y bodegones, sin abandonar la búsqueda de su propio sentido de la belleza ni dejar de sorprender con cada imagen. Por estos días, Soth se encuentra viajando y tomando fotos en Canadá.

Una mañana, marqué su número de celular y le pregunté por el proyecto bogotano. Así se hizo esta entrevista. “No hubo ningún plan de tomar fotos –dijo Soth– o de hacer un proyecto. Mi esposa y yo fuimos a Bogotá para adoptar a nuestra hija. Yo ni siquiera llevé la cámara que utilizo para mis proyectos. Pero aunque ya teníamos a la niña, tuvimos que esperar dos meses para los papeles de la adopción. Además, todo fue durante las fiestas de diciembre y enero, y ocurrió con mucha lentitud. Pero terminó siendo algo muy positivo porque pudimos pasar esos dos meses conociendo el lugar de donde ella venía. Y llegó un momento en el que comencé a sentir la necesidad de tomar fotos. Pero no tenía idea de que se convertirían en un libro. Lo hice pensando en la niña, para que pudiera ver el lugar de donde venía. Y esa es una de las razones por las que el libro no salió sino hasta ahora. Las fotos tienen cinco años, igual que Carmen, porque me tomó un tiempo aceptar que podía sacarlas al mundo”.

Parece un proyecto muy personal tanto por la cámara que usa como por la concepción misma de las fotografías...

Mucha gente me dice que, de mis proyectos, este es el que más les gusta. Creo que es, en parte, por lo que usted dice. Es muy personal y, en parte, es mucho más suelto. No sé. Es lo que es gracias a esa cámara que menciona. Es una cámara de formato medio, de mano, del mismo tamaño que una de 35 mm. Lo que sí mantuve fue el uso del trípode, porque yo suelo tomar fotos con trípode. Hay algo más de formalidad al tomar las fotos… todo se vuelve más lento.

Hay un detalle interesante: cuando estaba tomando las fotos, me di cuenta de que tenía que ver cómo iba avanzando. Había un laboratorio pequeño cerca de donde nos estábamos quedando, creo que se llama Rudolph’s, y así pude obtener contactos cada tercer día. Eso cambió mucho la manera en que trabajo. Ahora mismo, por ejemplo, estoy viajando y tomando fotos, y el viaje va a durar algunas semanas, pero yo no voy a ver ninguna foto. Así que eso fue muy diferente.

Usted suele hacer varios viajes al lugar donde desarrolla sus proyectos, ¿verdad?

Sí, sí. Por eso es tan gracioso que ahora sea un libro. Dos meses no es mucho tiempo. Llegué a sentirme culpable por esto, hasta el punto de considerar la posibilidad de volver. Luego, a medida que pensaba en ello, vi que el espíritu del proyecto estaba relacionado con ese periodo de tiempo.

¿Quién lo guió en Bogotá?

La agencia de adopción nos facilitó un conductor, y luego le pedí que me diera vueltas por la ciudad. Hicimos esto por un par de semanas, hasta que vi por dónde podía caminar y por dónde no.

En un principio, fui a Monserrate a ver el peregrinaje del domingo. Después se me ocurrió que podía hacer un miniproyecto sobre la montaña, como una manera de agradecerle a Dios por la bebé. Pensé que sería una metáfora adecuada y una forma de explorar la ciudad. Fui allá varios domingos, pero me sentí muy limitado. La metáfora me gustaba, pero no quería hacer un proyecto explícito sobre eso porque los proyectos explícitos no se me dan bien. Yo soy un poco más suelto. Pero la montaña está ahí, al fondo de muchas de las fotos. Es un motivo recurrente.

Creo que Monserrate le da forma al libro porque, al final, en las últimas diez fotos, hay una sensación de espiritualidad o algo así. Yo quería este final espiritual porque la experiencia de la adopción fue muy poderosa, muy conmovedora, y existía esta sensación de inmensa gratitud. Estar en una habitación y que alguien te ponga un bebé en los brazos… uno siente una gratitud enorme. Y claro, eso está relacionado con el sentimiento hacia la primera mamá de Carmen. Es una especie de agradecimiento espiritual porque ni siquiera la conozco. Pero trato de expresarlo a través del cosmos porque no puedo escribirle una carta.

¿Cómo hizo para conocer a la gente que fotografió?

Es esencial para mí decir que este libro no es un documento oficial de la ciudad. Porque yo no sé nada. Soy un ignorante. Así que no pretendo tener ningún tipo de conocimiento. Y esto es igual cuando tomo fotos por el río Mississippi. Pero lo es más en este caso porque desconozco el idioma y por otras razones. Así que no me siento cómodo aduciendo ningún tipo de autoridad. Incluso me molesta decir que tengo algún tipo de conocimiento acerca de la gente porque no es así. Yo estaba bajo el resplandor de esta experiencia increíblemente poderosa y del sentimiento que me producía pensar que una persona pudiera ser tan generosa. De manera que quizá proyecté esto en la ciudad, pero no lo sé. Solo sé que cada encuentro que tuve fue positivo.

Hubo cosas maravillosas, por ejemplo, la foto de la niña rodeada de sus muñecos de peluche. Yo andaba dando vueltas, deambulando por las calles, y saludé a alguien. Había una familia dentro de una especie de patio, y nos saludamos, y yo no hablo el idioma, buena parte de esto son señas con las manos, y de una manera u otra, me invitan a seguir, me muestran la casa y veo el cuarto de la niña. Y es increíble, cuando uno se pone a pensar en eso: ¿usted haría lo mismo? Yo ni siquiera les estaba hablando y ellos me invitaron a seguir… Y muchas de las fotos ocurrieron de la misma manera.

Sí vi que había preocupación con la seguridad. Siempre que sacaba la cámara, había personas que me decían que la guardara, que no me descuidara. Pero no tuve ni un solo incidente.

¿Ser de Estados Unidos y estar tomando fotos en Bogotá le produjo algún sentimiento especial? ¿Tuvo que ajustar algo?

A veces, me molesta de veras eso de meterse en el territorio de otros y mostrarles cómo son. los matices de la cultura son muy específicos. Cuando tomo una foto en algún lugar de los Estados Unidos, el enchufe de la luz es específico a esa cultura y yo veo en tal tipo de enchufe un signo de algo, la posición social y lo demás: es muy elaborado. De manera que cuando uno entra en otra cultura, uno no tiene nada de eso a su disposición. Uno no detecta los matices.

Yo me sentí especialmente incómodo en este caso, y ahí es donde aparecen los perros. Usted sabe que en los cruces de las calles hay niños, y eso es algo que un americano fotografiaría. Así que yo evité hacerlo. En lugar de eso, utilicé a los perros. Me pareció que era más neutral, menos de americano aprovechándose de algo. Aun así, con la fotografía uno utiliza la vida de otra gente para sus propósitos personales, sea en el país que sea, uno hace eso y es un lado incómodo del proceso.

Y entonces trata de resolverlo…

Sí, uno quiere hacerlo lo mejor posible. Uno no sale corriendo. La manera de salir corriendo sería fotografiar perros únicamente, supongo, o árboles, pero yo necesitaba que hubiera gente en las fotos.

También, tomé las fotos no mucho después del 11 de septiembre, cuando surgió esta cultura del temor, la sensación de que algo malo está por suceder. Y cuando estaba allá, sentí que estaba en el futuro. El de la cultura del temor. Usted me entiende, los pedazos de vidrio encima de las paredes y los alambres de púas… están ahí por buenas razones, pero es triste vivir con temor. Las dos cosas estaban relacionadas en mi mente. Esta es una cultura que ha vivido con eso por un tiempo, así que era interesante. Está en el trabajo de alguna manera, pero no es algo explícito.

¿Cómo cuajó la idea de fotografiar perros?

En primer lugar, me encantan los perros. Adonde quiera que voy, les pongo atención. Y allá, respondí al verlos. Fue una reacción natural, pero no sé cuándo me di cuenta de que era una buena manera de hablar de todo lo otro. Mi hija, que ya tiene cinco años, al mirar el libro por primera vez, vio uno de los perros de las páginas iniciales y dijo: “¿Este perro tiene mamá?”. Increíble. Dio en el blanco. Mucha gente no da en el blanco, pero ella lo hizo de entrada. Eso fue perfecto. De eso se trata.

Su foto favorita es la de la niña con los muñecos de peluche. A ella le encantan y ya está llegando a esa misma edad. El libro ha sido una muy buena manera de hablar de esos temas que son tan complicados. Teníamos miedo de sacarlo porque es muy personal, pero creo que ha sido muy bueno para ella. Ha hecho que se sienta orgullosa de proceder de Colombia, y tiene ganas de ir allá.

En inglés, Dog Days es una frase hecha. ¿Podría decirme qué significa y por qué está en el título del libro?

Le puse ese nombre desde el principio. A mí me interesa la poesía, y me gustó la manera como sonaba Dog Days Bogotá. En cuanto a la expresión, dog days of summer hace referencia a un periodo de espera, y existía este elemento de espera. Nosotros estábamos en un periodo de limbo. Y claro, están los perros mismos. Yo sé que también hay una connotación negativa, y eso me disgusta. Es un título lírico y trato de no pensar demasiado en él.

¿Planea exhibir el trabajo en Bogotá?

Me encantaría. Alguien sugirió que las fotos aparecieran en pancartas para un festival, pero yo dije que no. Sentí que no le convenía al proyecto. Debe ser algo más pequeño.