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María José Arjona. 'Serie Blanca – Acuerdate de Acordarte', 2009. Fotografía: Ted Hartshorn Cortesía de la artista y el Mambo.

Opinión Online

Oscuridad, luego acción

Entre el ‘performance’ y la moda.

ÁNGELA CARMONA
8 de marzo de 2018

Tal vez el otro lado existe

y es también la mirada

y todo esto es lo otro

y aquello esto

y somos una forma que cambia con la luz

hasta ser solo luz, solo sombra

-Blanca Varela



2012, Galería NC-Arte. Sobre el poder de la fuerza y el deseo: María José Arjona llevaba una falda negra hasta el piso y un body de cuero también negro, con varias correas que se entrelazaban a lo largo de su cuerpo formando una malla de estética bondage. Dos de las correas salían de su traje y la ataban a la pared, dejando a la artista bogotana en todo el centro del único foco de luz. Ella tenía un diamante en su boca que el público podía ganar.  Este 10 de marzo, Arjona inaugura Hay que saberse infinito, una antología de su obra que ocupa la totalidad del Museo de Arte Moderno de Bogotá (Mambo) hasta el 26 de mayo. La muestra cuenta con ocho performances.

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María José Arjona. ‘Vires – Cabeza con anteojera‘, 2010. Fotógrafa: Lucia Dovre. Cortesía de MARALOTO, Colombia y el Mambo.

Entender a los espectadores ha sido uno de los intereses constantes de algunos performers. Marina Abramovic puso el punto bien alto con Rhythm 0 y los más de cuarenta objetos que dejó sobre una mesa para que los asistentes experimentaran sobre la misma Abramovic. Rosas, tijeras, uvas, cuerdas y hasta una pistola con una bala. El público puede mostrarse quieto, expectante y casi ausente, pero al tener una sola oportunidad de acción, la fuerza animal se libera y explota. Arjona resistió las manos y la fuerza de varios que intentaron dominarla, e incluso herirla hasta lo más profundo. Abramovic con su traje destrozado, caminó intacta ante un público que corrió despavorido luego de seis horas de dominio y descontrol sobre el cuerpo de la artista.

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En cambio a Vanessa Beecroft no le interesa entender a su público, la artista italiana busca avergonzarlo. Sus obras cuentan con una fórmula que a muchos críticos molesta: varias mujeres ubicadas en una sala vacía de una galería o un museo, paradas ante el público, sin posar, solo estando presentes. A veces vestidas con alguna pieza de diseñador, en otras ocasiones en ropa interior, a veces desnudas o pintadas, mostrando cuerpos deseables, pero a la vez imperfectos. Beecroft roza sus piezas con la moda, el coletazo siempre está presente pero en los VB –nombre que le da a sus performances– no hay un interés comercial, en vez el enfoque son los trastornos alimenticios que siguen persiguiendo a la italiana. Sus presentaciones hacen parte de su propio estudio, del análisis de su bulimia, y su obsesión por ver los cuerpos imperfectos que le revelan sus propias imperfecciones.

Para Alexander McQueen, el enfant terrible de la moda de este siglo, era más excitante pensar primero en el show antes que en la colección como tal, y puedo nombrar un par de desfiles que quedaron en la historia por una mirada de vanguardia en la moda. No. 13 colección primavera-verano de 1999 planteaba la relación hombre-máquina cuyos diseños estaban inspirados en el movimiento Arts and Crafts del siglo XVIII. La actriz y activista Aimee Mullins desfiló con sus piernas de madera exclusivamente talladas por la marca para esta presentación. La última modelo apareció con un vestido silueta en A formado por más de cien capas de tul y se paró en el centro en una plataforma giratoria. Las dos máquinas tipo brazo que estaban en el centro del escenario, y congeladas durante el desfile, empezaron a moverse alrededor de la modelo. Unos instantes después expulsaron sorpresivamente pintura verde y negra salpicando con violencia aquel vestido, que ha sido expuesto en museos desde el Metropolitan en Nueva York hasta el Victoria & Albert Museum en Londres.

En el 2001 McQueen presentó el desfile VOSS inspirado en el fotógrafo neoyorquino Joel-Peter Witkin, los espectadores se encontraron con una caja de vidrio como pasarela y en el centro otra caja cerrada. Las modelos no solo desfilaban: posaban frente al vidrio, lo golpeaban, era como un hospital psiquiátrico en plena semana de la moda. Al final la caja del centro se abrió, y quedó expuesta una magnífica recreación de Sanitarium, la fotografía de Witkin. Michelle Olley apareció desnuda en un jardín nauseabundo con mariposas negras pegadas a su cuerpo rollizo expuesto ante un público acostumbrado a ver solo mujeres tan delgadas que se les ven los huesos.

En la actualidad quizás es Molly Goddard la diseñadora que más trastoca los límites del show en el mundo de la moda. Ya sean sus veinte jovencitas rebeldes que muestran una colección recreando un estudio de pintura o que preparan sandwiches casi para ir a la escuela en un escenario en plena desfile.  

El público, el traje, potencializar una idea que nace desde la oscuridad, porque como dice Arjona, todo nace de la oscuridad. Sea arte o sea moda, son creadores que buscan nuevas formas de impactar a las audiencia para expresar que en sus adentros hay gritos. Ahora me siento superficial comparando el trabajo de Abramovic o Arjona con los vestidos esponjosos de Goddard, pero todos son creadores, así encuentren alguna fórmula que se repita, una impronta que los acompaña tanto en la luz como en la sombra, hacia el infinito.