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19 de agosto de 2017

Nada de pánico
En la edición n.°1840 se nos pregunta qué se puede hacer; y es un problema preocupante, una situación tremenda; pero ¡que no cunda el pánico!
Lo que hay que hacer es brindar ayuda, apoyo... crear nuevos empleos... pero hay que hacer las cosas bien. Nuevos trabajos, contratar el 70 por ciento colombianos, el 30 por ciento venezolanos, y, oigan bien, contratarlos (no explotarlos).
La hipocresía de los mal llamados empresarios colombianos destruye nuestra economía. Pues si no pagan por el trabajo, se acaba el dinero en circulación, y no hay quien compre... y la economía se arruina; pues no hay a quien vender. Lo más inteligente (y no solo respecto a los venezolanos, sino a la economía en general) es pagar bien y suficiente; eso incentiva el consumo y el gasto, y por ende se incrementan las ventas. Y todo eso fortalece y robustece la economía. Podríamos pasar de BBB a AAA.
P.D.: El alcalde de Barranquilla saca el 97 por ciento de aceptación; ¿es que solo le preguntaron a sus familiares, amigos y empleados?
Víctor Navarro
Barranquilla

Nada politiquero
Releyendo el n.° 1812 de SEMANA encuentro la diatriba del señor Fernando Martínez Rojas contra el alcalde Peñalosa. No soy bogotano ni vivo en Bogotá, pero trato de mantenerme informado. El alcalde Peñalosa en su gobierno anterior ha sido uno de los mejores burgomaestres de la ciudad; en el actual no es justo el juzgamiento del señor Martínez, pues prácticamente está empezando y todos los males que le endilga son pecados de los tres anteriores. No es honesto ni ecuánime su juicio, pues lo que menos tiene es de politiquero; son estos precisamente los culpables del caos de la ciudad y de todo el país.
León Sanín Vásquez
Bogotá

Penurias del escritor
La estrechez económica (como lo señala la edición n.° 1840) ha sido signo distintivo del escritor. Vivir de la publicación de los libros es una utopía. A la lista de escritores famosos que para subsistir han tenido que desempeñar algún empleo o actividad rentable (José Asunción Silva, León de Greiff, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Luis Vidales, entre otros) hay que agregar el nombre de Fernando Soto Aparicio, muerto en mayo de 2016. Era uno de los escritores que más libros vendían en el país, a raíz de la fama obtenida con La rebelión de las ratas. Este hecho le permitió durante mucho tiempo vivir de las regalías. Vino después la piratería de sus obras, y el lucro se fue al suelo. Como ya sus libros, que continuaron editándose de manera permanente, no le daban para vivir, se empleó como asesor de la Universidad Militar Nueva Granada. Y allí murió, a los 82 años de edad, pobre y enfermo, sin  haber obtenido el beneficio de la pensión.
En su época juvenil trabajó varios años en la Rama Judicial de Santa Rosa de Viterbo. Al buscar la acreditación de ese tiempo para agregarlo al tiempo trabajado con la universidad, y con la diplomacia durante el gobierno de Belisario Betancur, no apareció ese registro. Tampoco contaba con los años trabajados como guionista, ya que dicha labor la ejercía como contratista. En tales condiciones, tuvo que cumplir con el oficio laboral hasta el final de sus días. Cruel injusticia para quien tanto honor le dio a Colombia a lo largo de toda una vida de creación literaria.
Gustavo Páez Escobar
Bogotá

El Estado tiene culpa
En  SEMANA n.° 1837 el ministro del Posconflicto, Rafael Pardo, trata de explicar  causas del incremento exagerado de los cultivos de coca, que nos dejan mal plantados a nivel internacional. El ministro se refiere al alto valor del dólar frente al peso, lo cual estimula el negocio. También que los campesinos sabían de las venideras propuestas atractivas para quienes dejaran los cultivos.
Sobre su optimismo en que actualmente sí se logre la sustitución dice que ahora las Farc están apoyandola que hay mejores condiciones de control territorial. No  obstante, este aspecto no tiene mucho sustento en la realidad. Se tienen planes que son con los productores y no  contra ellos. Los programas de sustitución ligados a la erradicación.
Lo anterior debe recordar que fue el mismo Estado el culpable de que gran parte de los campesinos llegaran a los narcocultivos, por haber  quitado los apoyos para la producción agropecuaria lícita.
Por su parte, otros analistas hacen ver cómo las Farc fueron un sustento para que los ingresos cocaleros se repartieran dentro de sus cultivadores, de manera similar a como Federacafé lo hizo con los cafeteros.
Los problemas más graves que afrontamos son las economías ilícitas tanto en cultivos, en minería y en otros sectores desastrosos conectados todos con la corrupción imperante que nos afecta a todos los niveles.
Bueno será que los colombianos entendamos que con las  próximas elecciones  estaremos apoyando o rechazando a los corruptos y su entorno nefasto.
Fidel José Vanegas Cantor
Bogotá

Un acto indigno
Comparto plenamente la columna de la periodista María Jimena Duzán (SEMANA n.° 1838) en la que afirma que el exacerbamiento de los odios del hoy senador Álvaro Uribe “puede que le dé réditos políticos, pero es un acto indigno, sobre todo de un expresidente”.
Su conducta, como la de sus fieles seguidores, se explica por el fin del conflicto con las Farc, pues aunque ellos siempre habían negado la existencia de tal conflicto, ahora se han encontrado que su principal enemigo se ha desmovilizado, ha entregado las armas y, frente a sus negros presagios, ha cumplido con lo pactado en La Habana. En tal circunstancia, han visto necesario encontrar otros frentes de ataque como ha sido su reciente declaración contra los medios de comunicación a propósito de la temeraria acusación del senador Uribe a Daniel Samper Ospina de ser un violador de niños, o la construcción de un enfrentamiento entre cachacos y paisas con ocasión de la disputa por Belén de Bajirá. Todo esto se da en medio de una campaña política que recién comienza y que, por lo que se avizora, irá escalando los niveles de polarización y de odio, en un país que, por el contrario, debería estar festejando el proceso de paz de la guerrilla.
Hay que evitar a toda costa caer en este tipo de provocaciones y los medios y todos los colombianos tenemos la obligación de impedirlo y no caer en la trampa que nos proponen Uribe y muchos de sus correligionarios. No se trata de negar las diferencias ni de acallar las voces disidentes, pero sí de mantener el debate en los cauces de la razonada argumentación, sin apelar a aquello que eufemísticamente se ha dado en llamar las posverdades, que no son otra cosa que las mentiras y las falsas e infundadas acusaciones. Debemos abogar por una contienda electoral civilizada, en la que se respeten las diferencias, máxime en tiempos de posconflicto.
Juan Manuel Jaramillo U.
Manizales

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