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De Juan Camilo Restrepo

Quiero agradecer la referencia que hace SEMANA a mi nombre, en la crónica ‘El candidato oculto’ aparecida en la edición de febrero 5.

Juan Camilo Restrepo
19 de marzo de 2001

Quiero agradecer la referencia que hace SEMANA a mi nombre, en la crónica ‘El candidato oculto’ aparecida en la edición de febrero 5.

Permítanme una breve anotación sobre el juicio allí recogido, según el cual, mi paso por el Ministerio de Hacienda me “chamuscó” políticamente. Es normal que cuando un Ministro de Hacienda actúa buscando los mejores intereses del país —como fue mi caso— sin pensar en su provecho político, esa actitud ‘chamusca’, le genera costos políticos a quien la asume. Me siento orgulloso de haber iniciado la reestructuración de la banca pública que requirió de medidas valerosas, que a muchos no les gustaron, como la liquidación de la Caja Agraria y del Banco Central Hipotecario. Tuve el coraje de firmar el acuerdo con el FMI y de explicarlo al país, así me hubieran llovido críticas. Tuve la firmeza para hacer bajar las tasas de interés de los niveles estratosféricos en que las encontramos, así tuviéramos que recurrir a los ‘sombrerazos’. Durante mi gestión se adelantó la más dura batalla contra el contrabando en muchas décadas. La implantación del 2 por mil pisó callos. Pero permitió que no se viniera sobre los ahorradores la estantería del sistema financiero y cooperativo que encontramos. No fueron pocos los intereses que hubo que tocar, cuando desde el Ministerio se tramitaron las más ambiciosas leyes de reforma estructural que ha sacado adelante este gobierno, como la del fondo de pensiones territoriales, el nuevo estatuto financiero, la del saneamiento de los fiscos departamentales y municipales, la de juegos de suerte y azar, la ley de vivienda y la de reestructuración empresarial. Todo esto permitió que cuando entregué el Ministerio en junio pasado la economía colombiana estaba creciendo al 3 por ciento; la tasa de inflación era la más baja de los últimos 30 años; los intereses habían descendido a niveles razonables; se había cortado la espiral revaluacionista iniciada en los 90; tanto el déficit fiscal como el de cuenta corriente se habían corregido notablemente; y las bases de la recuperación estaban sentadas.

Todas estas políticas exigieron desde luego una gran dosis de coraje político que obviamente ‘chamusca’ a quien las lideró. Es el costo político transitorio que debe pagar un ministro de Hacienda que no se conformó con pasar agachado frente a los problemas que le correspondió afrontar. Pero todas las ‘chamuscadas’ son transitorias. Estoy persuadido que con el tiempo que es “el mejor de todos los antologistas” al decir de Borges, se valorará con justicia el esfuerzo gigantesco que se hizo entre 1998 y el 2000 para rescatar la economía colombiana.

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