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Duelo por la Cacica

No sabe usted, Cacica, lo que he soñado yo con esas épocas bonitas que usted pintó en su biografía de Escalona.

José Dante
5 de noviembre de 2001

No sabe usted, Cacica, lo que he soñado yo con esas épocas bonitas que usted pintó en su biografía de Escalona. Cuando se podía viajar del Valle a Manaure sin tenerle miedo a más que a los tigres o peor aún, a un armadillo "con figura amenazante", como cantaba su compadre Escalona. Cómo quisiera yo poder criar a mis hijos en esa época que usted vivió; con libertad de ir al Molino, a la Loma de Potrerillo o nada mas al río Badillo o a Mariangola. Esa época cuando se podía andar de trotamundos por esos caminos de nuestro Macondo amado; época que apenas alcance a conocer montado en el destartalado volteo de mi abuelo y época que usted inmortalizó para mi enlutada generación con su prosa costumbrista.

Pero con su partida, Cacica, siento en este momento que ese sueño que usted describió se me va entre los dedos. Siento que estoy condenado a quedarme en tierra ajena añorando la blancura de la Sierra y la sonrisa de un acordeón que usted tanto amó. Una sonrisa musical que usted le regaló a Alfonso López y a Bill Clinton. Este domingo negro todavía no le veo el sentido a su partida (porque usted muerta no está. Está en nuestros corazones y sé que su padre Santander Araujo, Poncho Cotes, Jaime Molina y Octavio Daza le están preparando su parranda de bienvenida al lado de Papá Dios). ¿Cómo es que estos señores de las FARC -que se las pican de colombianistas en un país donde le rendimos tanta pleitesía a lo extranjero- le ciegan la vida a usted, la persona que nos enseñó a cargar la mochila arhuaca con orgullo?

¿Por qué silencian a una de las pocas personas que no se quedaba inerme frente a la corrupción que se carcome a nuestro país? A una persona que sacaba la cara por los de abajo y los de arriba mientras estuvieran en lo correcto? Recuerdo hace mas de 17 años cuando una empleada de la gobernación, quien estaba aprendiendo a manejar, le estrello la volqueta a mi abuelo con un carro de uso oficial. El policía le puso el parte fue a mi abuelo, un simple obrero. Y me acuerdo que usted se dio cuenta y salió por radio Guatapuri en su programa "La Cacica Habla" denunciando lo que a usted le parecía una injusticia.

Una pequeñez en comparación con las cruzadas que usted montó en su fructífera estadía entre nosotros. Pero Cacica, eso fue para mi muy disiente.

Por eso es que estoy dolido. No por usted, Cacica, porque usted ya esta en la gloria. Estoy dolido por lo que perdimos los que quedamos aquí; por mi comadre Conchi, su sobrina; estoy dolido por su hermana Mireya, amiga entrañable de mi abuela. Estoy dolido porque nunca le pude entregar la traducción de la pagina del festival que le prometí hace meses. Le robaron la voz a mi Valle. Hirieron a mi región en el alma, y ahora el Cerro Murillo sangra. Hablo con mi amiga Yvonne, con mi primo Naldo en Riohacha y veo que la esperanza se quiere ir con usted.

Sin embargo en las reflexiones de su partida veo que usted nunca perdió la esperanza. Nunca se calló. Veo que usted no permitió que un grupo de malandros le fueran a prohibir su libertad. ¿Usted exiliarse a la seguridad de Bogotá? hasta cuando era ministra de cultura se mantenía en un solo vaivén. Me recuerdo haber leído cómo le criticaba a su compadre Escalona haberse desterrado y haber cambiado sus botas de vaquero y sus camisas de cuadros por vestidos de tres piezas. Usted sí era verdad que no iba a soltar su mochila de tradiciones y leyendas.

Y aún en el Valle, ¿usted quedarse encerrada? "Dios lo libre," me la imagino diciendo. Por eso fue que arrancó para Patillal a la misa de las Mercedes ese fatídico lunes hace dos semanas. Porque usted iba a seguir andando de pueblo en pueblo. Usted iba a seguir disfrutando de su tierra. A usted las armas no le iban a destruir su mundo. Antes de ver eso se fue; como una verdadera Cacica chimila, arhuaca o wayuu: rodeada de nuestros paisajes y cantando las verdades con altivez.

Aunque dolido, en honor a usted, no voy a perder la esperanza. Voy a seguir su ejemplo. Recibo de mi Señor que voy a poder criar a mis hijos en esa tierra de ceibas y canhaguates. Que a la orilla del río les cantare las leyendas de Francisco el Hombre y las suyas.



Se enluta mi pobre pueblo
Te lloran los acordeones
Te nos fuiste Cacica
Guardiana de tradiciones


Se compunge la Nevada
Y gime el río Cesar
Me has dejado abandonada
Se lamenta Valledupar


Pero no muere la esperanza
Como la flor del canhaguate
No viviremos de añoranza


Tu herencia sigue adelante



José Dante Parra Herrera
Colaborador de SEMANA en Miami

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