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Érase una vez un patriarca

23 de junio de 2007


A propósito de la portada y el artículo de la edición # 1310 de la revista, me vino a la memoria un libro de García Márquez y a raíz de la visita de Bush a Colombia la relacioné con el libro de Gabo El Otoño del Patriarca, en ese maravilloso realismo mágico, nos cuenta la historia de una nación cuyo Presidente cedió a cambio de prebendas y apoyo a su régimen, el mar que bañaba sus costas y como por arte de magia, éste fue retrocediendo poco a poco hasta desaparecer y convertirse en un desierto. A sus habitantes más viejos sólo les quedó el recuerdo de ese mar ya ido, y los más jóvenes se acostumbraron a contemplar el desierto. Así como un recuerdo, se está convirtiendo poco a poco nuestra dignidad de Nación, si lo que se dice de la requisa a la guardia que iba a rendir honores al ilustre visitante del domingo 11 de marzo, por parte de agentes de seguridad extranjeros, es cierto. Cuando vemos las calles de la capital y la plaza de Bolívar vacías al paso de la fúnebre caravana, vacías no de personas, pues es más emocionante ver secarse una zanahoria al sol, que ver pasar a Bush, sino vacías de dignidad, sin identidad, como la cara lavada de un gamín sucio, que a la postre fue lo que se mostró. Ya el Himno Nacional, a fuerza de escucharlo dos veces al día, todos los días, produce en nosotros la misma emoción de una cuña radial de venta de seguros. ¿Será que resistiremos el juicio que de nosotros harán nuestros descendientes? ¿Habrá valido la pena tanta regalía y tanta sumisión? Es difícil pensarlo, pero es más real dudarlo. Por eso el tono en el que se refieren a Colombia en el exterior es muy diferente al que se oye cuando se refieren a países como Venezuela, Ecuador, y al mismo Bolivia, por mencionar a nuestros más cercanos vecinos, quienes comparten no pocas de nuestras miserias y nos hablan como se le habla al hermano ‘calavera’. No es de ahora, esa dignidad se viene perdiendo desde muchos gobiernos anteriores, cuando la veleidad de nuestros gobernantes es más fuerte que su sangre, y que por una palmada en el hombro, se olvidaron que es a nosotros los colombianos a los que se debían y no a los intereses de gobiernos poderosos y las grandes compañías colombianas que son, al fin y al cabo, las que se llevan la gran tajada del pequeño pedazo de pastel que mendigan.

William Castaño
Medellín

 
 

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