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A las malas y a las buenas

Hernando Gomez Buendia
29 de octubre de 2001

Que el doctor Horacio Serpa, antes campeón de la paz, marche ahora hacia el Caguán para protestar por los abusos de las Farc, da una medida justa de la crisis del proceso. Su copartidario Germán Vargas Lleras resumió bien las razones: 132 secuestrados en la zona de distensión, 23 tomas lanzadas desde San Vicente, siete pistas de aterrizaje clandestino, 8.000 hectáreas

en coca, 40 terroristas extranjeros entrenando a la guerrilla... a cambio de cero concesiones en 33 meses de diálogo.

Parece obvio entonces que hay que acabar la zona. Pero antes de eso tal vez sea útil hacerse dos preguntas:

1. ¿Dónde estarán los demás secuestrados de la guerrilla (más de 1.000), de dónde partirán los ataques al resto del territorio nacional, dónde estarán las otras pistas clandestinas (más de 100), dónde las 120.000 hectáreas adicionales de coca, a dónde solían llegar los cubanos o los libios? ¿Será que las Farc no abusan fuera de la zona, que no abusaban antes de la zona, que el ELN y las AUC no abusan sin la zona?

2. Está bien. Acabamos la zona ¿y qué hacemos después? ¿Bombardear las calles desiertas de San Vicente o los 42.000 kilómetros cuadrados de monte? Pero entonces: ¿en qué quedó la gigantesca ‘Operación 7 de Agosto’? ¿O por qué no se han bombardeado los otros 1.096.000 kilómetros cuadrados donde hay guerrilla y no hay distensión?

No digo que los cinco municipios despejados carezcan de valor para las Farc. Digo que, en lugar de demagogia, necesitamos una evaluación seria y confiable del costo militar de mantener la zona, para contraponerlo al costo de romper el diálogo y renunciar a la posibilidad —así sea lejana— de una salida menos animal.

Tampoco digo que el Estado deba o pueda bajarle a la presión militar. Al contrario: las Farc han aumentado su poder de fuego y Marulanda todavía mantiene la estrategia de “dialogar para ganar la guerra”. O, en todo caso, persiste la insurrección armada contra un gobierno legítimo.

Es más: después del 11 de septiembre, el gobierno no podrá evadir la “guerra mundial contra el terrorismo”, en este caso, el de las Farc, el ELN y las AUC. No porque los marines vayan a desembarcar en Cartagena, como quieren unos y temen otros: los terroristas de aquí no son musulmanes ni amenazan las ciudades de la Otan. Pero sí porque a Colombia se le abre la opción de contar con dos refuerzos decisivos:

1. Ayuda militar de Estados Unidos —helicópteros, radares, inteligencia— en mayor cantidad y dirigida, no contra la droga, sino explícitamente contra el terrorismo.

2. Congelación internacional de los fondos de las Farc, el ELN y las AUC, en forma tan expedita como hizo Bush con 27 organizaciones o individuos musulmanes.

Desde esta, muy distinta, correlación de fuerzas, podrían relanzarse los diálogos de paz. La propuesta de los notables da una base sumamente promisoria para ello:

1. No despierta la suspicacia de Marulanda, para quien pesa más la fuente que la idea.

2. Justifica o aun obliga a prorrogar la zona de distensión —como querían las dos partes— y aún le abre cierto compás de espera entre la opinión nacional e internacional.

3. Pone sobre el tapete siete cuestiones cruciales. La Constituyente o el referendo para adoptar los acuerdos: la guerrilla finalmente se somete a la política. El desarme de los rebeldes: la guerra tendrá un final. La vinculación del ELN: el proceso es unitario. El paramilitarismo: pertenece a la justicia, no a la política. El dinero: la guerrilla es un empleo. La tregua: a menos muertos, más progreso. La medición y supervisión por parte de terceros: no pudimos hacerlo solos.

Claro que la propuesta de los notables tiene vacíos que la hacen sumamente frágil. Frágil como la esperanza de una paz negociada, frágil como la buena voluntad de gentes tan retrecheras, tan curtidas y tan bien armadas.

Por eso vuelvo a mi punto. No es zanahoria o garrote. No es ayuda externa o acción interna. Es zanahoria y garrote, inteligencia para aprovechar el nuevo contexto externo e inteligencia para actuar internamente sobre las siete cuestiones esenciales.

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