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NOSTALGIAS COSTUMBRISTAS

5 de octubre de 1998

El informe especial de la edición de SEMANA #852, nos estimula a evocar la modalidad de los caminos reales y las trochas por donde se transitaba cuando no había carreteras. Para esa época, la extensión de las campiñas, la vera de los estrechos senderos y las riberas de los ríos estaban habitados por gentes buenas que ni ejercían ni eran víctimas de la violencia. Se podía pescar de noche y de día en los incontaminados ríos y riachuelos, sin peligro alguno. Uno de tantos caminos, merecedores de especial recordación, por su importancia y sus especiales características, era el que se recorría de Bogotá a Villavicencio, puerta de entrada a los Llanos Orientales. Hasta mediados de 1930, se viajaba en automóvil hasta Quetame y de allí adelante en mula, a caballo o a pie, por una trocha bordeada por profundos abismos. La vista que se admiraba en su travesía era de una rústica belleza por la gama de colores de su vegetación, la gran cantidad y variedad de las aves, su alegre trinar y la policromía de su plumaje. En la última etapa del viaje, y a lo alto del camino, en un sitio que se llamaba Chirajara se divisaban, en su ilímite vastedad, los Llanos Orientales. Era una ventana abierta a un mundo nuevo y de exótica belleza. El espectáculo visual primero y más tarde el recorrido por la extensa llanura, el disfrute de sus ríos y el contacto de sus gentes y su alegre música, se constituían en indescriptible goce y en inolvidable aventura. Hacia finales de los años 30 se dio al servicio la carretera hasta Villavicencio. Una primera avanzada al progreso y a la civilización. (?). Jorge Arbeláez Manrique Cali

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