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Vlad, hijo del dragón

Gustavo Adolfo Arroyave Zuluaga<br>Medellín
12 de febrero de 2006

Acerca de la reseña de una de esas novelas de poca monta que llenan de dólares a sus autores, en que se trata sobre el nombre de Drácula, me permito aclarar que la génesis de este mote es bastante más compleja de lo que muestra el artículo (SEMANA #1.228). Resulta que el famoso Vlad, conocido por el apodo de 'Empalador', príncipe de Valaquia y nacido en Transilvania (1428-1476), debe su honroso sobrenombre de Drácula a su padre. Vlad Dracul (padre de Drácula) obtuvo su 'apellido' de Segismundo de Luxemburgo, quien en 1435 lo invistió caballero de la Orden del Dragón, sociedad destinada a proteger al rey alemán, defender el Imperio, propagar el catolicismo y luchar contra los turcos. Cuando Vlad regresó a su país, fue llamado por la nobleza, como reconocimiento a su investidura, 'Dracul' (Dragón se dice 'Draco' en latín y 'Drac' en húngaro). Y claro, Vlad hijo firmaría luego, orgullosamente, con el patronímico: Vlad Draculae ('Vlad hijo de Dracul'). Pero ahí va el juego de confusiones: En la mitología rumana no existían los dragones y en la iconografía ortodoxa se representa al Diablo como dragón. Además, por el parecido fonético ('Dracul' es demonio en Rumano), la gente del pueblo entendía 'Vlad Dracul' como 'Vlad el Diablo'. Y claro, su heredero era hijo del Diablo. Y lo parecía. Sobre empalados, además de los 24.000 turcos de su primera gran victoria militar, se sabe que un imborrable día de San Bartolomé, en 1459, Vlad hizo ensartar a los 30.000 habitantes de Blasov, una ciudad transilvana insurrecta, y organizó un festín en el centro de este nuevo Bosque de Empalados todavía aullantes. Y se especula que ese día Vlad embebía su pan con la sangre aún caliente de las víctimas. De ahí a la leyenda de la inmortalidad por beber sangre y el vampirismo hay una trama aun más larga.

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