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Vincent Cassel y Marion Cotillard en Solo el fin del mundo'.

FICCI 2017

FICCI 57: Cine al margen

El Festival de Cine de Cartagena presenta obras y realizadores que transforman la visión del espectador a través de propuestas radicales que permiten otras formas narrativas en la pantalla. Entre los invitados se destacan Vincent Cassel y Apichatpong Weerasethakul.

Hugo Chaparro Valderrama Laboratorios Frankenstein©
1 de marzo de 2017

El cine como farmacia podría aconsejarle al público: tómese un Weerasethakul diario en contra de las rutinas audiovisuales. El tributo que el Festival de Cine de Cartagena le hace al director tailandés Apichatpong Weerasethakul confirma el interés del evento por el cine que transforma la visión del espectador a través de propuestas radicales que permiten otras formas narrativas en la pantalla.

El siglo XXI le dio la bienvenida a su cinematografía y el Festival de Cannes fue una plataforma para celebrar su radicalismo -otra forma de llamar a la autenticidad-, que contrasta con la corriente oficial de un cine complaciente y sin riesgos.

La sección Tributos enseñará en Cartagena las virtudes de un arte al margen -aunque la idea de lo marginal sea cada vez mayor en distintas geografías del mundo-. Otros directores que acompañarán a Weerasethakul son estimulantes por la forma como desvirtúan los rótulos que se desmoronan cuando tratan de clasificar un estilo.

Las ideas en acción que animan ante la cámara el talento de actores como Vincent Cassel y Denis Lavant ilustran las búsquedas formales y las variaciones de la vanguardia cuando sus directores se llaman Claire Denis -Beau Travail-; Monsieur Carax -Holy Motors, Los amantes del Pont-Neuf-; Tsai Ming-liang -un director en contra de las convenciones, incluso del espectador cuando reta y retarda la velocidad del ritmo en la quietud que se observa durante Journey to the West-; Xavier Dolan -otro chico consentido en Cannes por la dimensión de su precocidad, llegando su tren a la estación más reciente, Solo el fin del mundo, con el vigor que define su mirada- o Mathieu Kassovitz -quien consiguiera una categoría de clásico inmediato cuando se estrenó, a mediados de los años 90, La Haine-.

El festival como vitrina que enseña el material del que está hecho el cine contemporáneo en relatos que quieren ser excepcionales y renuevan el diálogo perpetuo entre forma y contenido, descubre que la pantalla continúa siendo un escenario de la innovación.

A los nombres que recorren el mundo fuera del entorno doméstico -no dejen de ver Austerlitz de Sergei Loznitsa; Elle de Paul Verhoeven, apoyando su retórica en la gloria hecha actuación según Isabelle Huppert; I Am Not Your Negro de Raoul Peck, con guión de James Baldwin, un escritor de talento superlativo, que está en los cielos de la literatura y la inteligencia en contra del racismo y la homofobia-, este cronista quiere destacar la última película de Rubén Mendoza para que no pase desapercibida en el festival o en la cartelera que la anuncie después con la proyección que merece -en la sala y en la memoria del público-.

Señorita María: la falda de la montaña descubre el aprendizaje de Mendoza en el oficio cinematográfico. Su equilibrio narrativo en esta aventura hacia la vida interior de un personaje, la señorita María, construye y define su mundo en el Boyacá profundo donde vive y sobrevive con sus pasiones.

Un relato conmovedor por la forma como Mendoza revela los dilemas pasionales de la señorita: su coraje para enfrentar la soledad que arrincona; su ternura con los animales; el respeto venerable que siente por la Virgen María; el extravío de una mujer en el cuerpo de un hombre y su dignidad para asumir, en contra de la insolencia y la torpeza, las burlas de un pueblo donde los prejuicios son sinónimo del riesgo. Un documental que narra con serenidad el dramatismo de una larga historia de 44 años, acercando al espectador hacia el protagonista a través de la cámara como un objeto útil para observar con respeto las confidencias que matizan su biografía.

Un alto al fuego en la tragedia nacional que atestigua la pantalla. Un registro compasivo en el que se evidencian otras formas de vernos y comprendernos, como permite la imaginación de una comunidad que tiene en la pantalla un espejo de sus relatos secretos, hechos públicos cuando la luz se hace cine.

Así, ¡buen festival, buenas proyecciones! ¡El cine al margen está cada vez más al centro del público y sus imágenes nutren los sueños que vemos despiertos!