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Fotograma de ‘Eisenstein en Guanajuato’.

Reseña

Greenaway, Eisenstein y México

En ‘Eisenstein en Guanajuato’, su más reciente película, el siempre exigente Peter Greenaway se aleja de los pintores holandeses y sus secretos para examinar la estancia del cineasta soviético en esa ciudad mexicana.

Simón Zarama Pombo
13 de junio de 2016

Estamos en Italia y vemos a una mujer que ha quedado embarazada. Pasado cierto tiempo los rumores comienzan a circular en Roma. La cámara se detiene frente a un par de personajes. Con una sonrisa y de una manera algo capciosa, uno de ellos se vuelve hacia el escandalizado sacerdote. “Pero padre -dice-, pensé que los católicos creían en el nacimiento virginal”. A lo que el sacerdote contesta, receloso de la joven, “Oh, desde luego… Pero no por fuera del matrimonio”.

El humor y la agudeza son solo una pequeña parte de lo que caracteriza a Peter Greenaway, quizá uno de los cineastas más importantes en la actualidad. Formado como artista plástico, en su obra el británico ha intentado aproximarse siempre a la pintura, emulando el claroscuro de pintores españoles, y aprovechando lo que ofrece la imagen digital. Con compositores como Michael Nyman o Brian Eno, la música en su obra no ha sido en ningún modo descuidada. Sus creaciones son tan ricas, y lo son en tantos niveles simultáneos, que quizá no sea suficiente con ver sus películas una vez.

Greenaway comenzó su carrera cinematográfica haciendo listas de forma compulsiva: listas de baños, listas de pinturas, listas de palabras que comienzan con la letra H, listas de cosas verticales (sí, de cosas verticales), listas y listas de cuanto entonces se le vino a la cabeza. En 1980 dirigió The Falls, su primer largometraje: una lista de 92 enfermos con una extraña condición que les hacía adquirir algunos rasgos de las aves. Vinieron después cuatro magnificas películas con un argumento igualmente extravagante, películas con un concepto de la simetría muy semejante al que maneja hoy Wes Anderson (A Zed & Two Noughts, y Drowning by Numbers, son buenos ejemplos). En 1989 participó en la creación de A TV Dante, una adaptación de los ocho primeros cantos del Infierno, en donde utilizó pequeñas pantallas en el interior de la pantalla para que distintos expertos, como David Attenborough, explicaran todas las cosas que son inaccesibles para espectadores y lectores de ésta generación. En una palabra, las pantallas dentro de la pantalla eran las notas al pie de página que uno encontraría si leyese el poema en una edición actual.

En los noventa, sin embargo, la popularidad de Greenaway estaba decreciendo. Su trabajo se hacía cada vez más complicado, más intelectualmente exigente, sus películas se hacían menos narrativas; su obra, en consecuencia, no era fácil de apreciar. “El cine está muerto”, decía entonces Greenaway, y no era un comentario como “hoy en día hay que cambiar de celular cada dos meses” o “los niños de ahora no son como los de antes”. Todo lo contrario: el cine ahora es obsoleto, y el anciano director, que casi cumple los ochenta, se ve a sí mismo en la vanguardia, intentando construir una nueva forma de arte, y realiza proyectos descabelladamente ambiciosos como The Tulse Luper Suitcases, -otra obra con listas y más listas- en donde interactúan las películas con libros, juegos, televisión e internet.

En su última película, Eisenstein en Guanajuato, Greenaway nos habla de los días en los que el director soviético Sergei Eisenstein pasó en esa ciudad. Eisenstein filmaba allí ¡Que viva México!, una extraña obra, terminada casi cuarenta años más tarde, compuesta por una fracción documental que parece transcurrir en una paradisiaca isla polinesia y por una parte de ficción con un no del todo inesperado manifiesto comunista que va subiendo de tono mientras los proletarios se dan cuenta de los abusos de los que siempre han sido víctimas, y que termina por transformarse en una amenaza nada sutil, dirigida a todos los burgueses, y escrita con letras enormes en la mitad de la pantalla (amenaza hecha, no casualmente, mientras en el fondo se celebra el día de los muertos).

“Los únicos temas que existen son el sexo y la muerte”, dice Greenaway, y lo repite como un mantra cada vez que está en una entrevista. Según él, durante su estancia en México, Eisenstein experimentó por primera vez, y de primera mano, estas dos cosas. El director se abandonó al amor y a la lujuria; vivió, como dice el personaje, “por primera vez en el presente”. La producción de la película se vio afectada por la irresponsabilidad y el descuido del artista, y el proyecto se interrumpió antes de que Eisenstein pudiese terminarlo. Sin embargo -dice Greenaway - ese momento marca un punto importante en la carrera del artista, quien a partir de entonces hizo de su obra no solo una herramienta para hacer propaganda comunista, sino una forma de expresión de dimensiones mucho más humanas (por otro lado, nosotros aprendemos, que si hay algo que tienen en común los capitalistas estadounidenses y los comunistas de la Unión Soviética, es que cuando van a México, los unos y los otros terminan perdiendo la cabeza).

La película ha dividido a la crítica. El complicado estilo cinematográfico, la fragmentación de la imagen y el constante movimiento de la cámara pueden resultar agotadores para cualquier espectador en un teatro; se ha dicho que la película carece de argumento, y se ha dicho que no es lo suficientemente fiel ni a los personajes ni a la historia “Pero no existe la historia -dice Greenaway-, existen solamente historiadores”, y continua reescribiendo sin tapujos la vida de Hendrick Goltzius, desenmascarando conspiraciones en las pinturas de Rembrandt (cosas estas que ha hecho en todas sus últimas películas).

Sea como sea, es admirable la lucidez y el ingenio que demuestra Greenaway en este punto de su vida, sin lugar a dudas superior a la de muchos otros cineastas de su tiempo (Werner Herzog y Woody Allen, por ejemplo). Para bien o para mal, se debe reconocer lo arriesgado y ambicioso (para algunos, arrogante) de esta última película. Y precisamente por lo inusual de su sofisticada estética, aquel que quiera verla debería intentar hacerlo, si es posible, en un teatro, (sabiendo de antemano que a la película le espera una muy limitada distribución en el país).