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Carey Mulligan y Jake Gyllenhaal en 'Wildlife'.

Crítica de cine

El espacio entre las cosas: ‘Wildlife’, de Paul Dano

Pablo Roldán comenta la ópera prima de Paul Dano, basada en una novela homónima de Richard Ford, y protagonizada por Carey Mulligan, Ed Oxenbould y Jake Gyllenhaal.

Pablo Roldán
17 de octubre de 2018

La ópera prima de Paul Dano, que causa un furor importante en cada lugar donde se presenta, parte de una novela homónima de Richard Ford, traducida al español como Incendios. La novela empieza así: “En el otoño de 1960, cuando yo tenía dieciséis años y mi padre llevaba sin trabajo algún tiempo, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él”. En una primera frase, Ford condensó todas sus intenciones temáticas y narrativas para después ocuparse de los grises que ese pequeño gran acontecimiento determinaba.

En la película de Dano ocurre todo lo contrario. Wildlife nunca revela todo ni hace pequeños resúmenes: prefiere las sugerencias, los ambientes llenos de secretos, de tonos imperceptibles. Cada cosa está cuidada con una determinación casi perfecta, tal vez como los personajes del film quisieran sus vidas: un camino derecho, sin desvíos, que les permite siempre estar seguros de todo lo que hacen, tanteando las repercusiones de cada acto. Así, la película va en una dirección y sus personajes en otra. Dano, un perfeccionista, filma a una familia que va por una carretera sin avisos o señales de tránsito. Esa minuciosidad y revisión del detalle no es, en cualquier caso, una camisa de fuerza, como sí podría haberlo sido para otro realizador más torpe, que considerara que la perfección de un plano equivaldría a la gaseosa perfección de la película entera. En Wildlife, una nota escrita durante una clase, una ausencia, un pequeño cambio (dormir en el sofá y no en la cama, hacer la comida o no hacerla) equivalen a esa primera frase de la novela: una revelación de lo que sucede o de lo que sucederá. Ford nombra todas las piezas del rompecabezas; Dano las hace aparecer, pero no las dice en voz alta.

Tráiler de Wildlife, de Paul Dano

La película sigue a tres personajes, aunque su punto de vista es definido: el de Joe (Ed Oxenbould), el hijo de la pareja. Esto obliga a que los sucesos del film sean siempre pequeños descubrimientos. El niño que crece, descubre; nosotros que vemos, también. Y no se trata de descubrir para almacenar un montón de información sobre unos personajes, se trata de descubrir cómo se ve un corazón roto, cómo se ve el orgullo, asuntos para los que no hay palabras precisas, solo la intuición de que pasa algo. Joe le pregunta a su madre, la gran Carey Mulligan: “¿Papá está bien?”.

Para promocionar el estreno de la película en Estados Unidos, las empresa productora, IFC Films, le pidió a Paul Dano armar una doble función con dos películas que, de cualquier forma, lo alimentaron para hacer Wildlife como la hizo. Dano llamó al ciclo “Disturbios domésticos” y escogió La tormenta de hielo, de Ang Lee, y Still Walking, de Hirokazu Koreeda, un director con el que tiene una profunda conexión, no solo porque en Wildlife un niño descubre los funcionamientos del mundo de los adultos (como en Nobody Knows, After the Storm o Kiseki) sino porque el acercamiento a la infancia parte de la misma orilla. Pensar una película de Koreeda sin niños es imposible, pero viendo The Third Murder, que tiene la impresión de que el ambiente no da para tener niños, sentí que la infancia en Koreeda tiende a desaparecer, algo que también sentí viendo Wildlife, que sí sucede en un ambiente “natural” para los niños. Pero los que decide filmar Dano no son, en esencia, niños de verdad. Los niños en el cine de Koreeda nunca son niños, o nunca son tan niños. Corren, juegan, gritan a veces, hacen también cosas sin medir demasiado las consecuencias de sus actos, pero el asunto real de las películas del japonés parece ser el momento en que los niños dejan de serlo, así todavía tengan seis, siete, diez o catorce años.

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En estas películas (y en Wildlife, que en esencia es sobre ese dejar de ser) los niños no pueden ser solo niños (Joe, el niño de Wildlife, es también un detective que no tiene a quien reportarle sus avances) o no pueden ser niños de tiempo completo. Algo así como si la vida les hubiera hecho pensarse de otra manera. Tampoco es casual que Dano monte su película en “cadenas de respiro”, tal como lo hace Koreeda, que intercala sus escenas de las familias protagonistas con escenas de “respiro”, donde vemos planos del funcionamiento del pueblo (en Wildlife el tren que llega, la nieve que cae, el bus que pasa), de la naturaleza o, ahora sí, de los niños siendo niños (en Wildlife, por ejemplo, cuando Joe corre después del colegio con su amiga).

Un amigo me decía que también es una de esas escasas películas donde el niño o el adolescente no es un tipo desagradable, y aquí podría haber tenido “todas las razones” para serlo en las manos de guionistas falsos y deshonestos. En cambio, obligado a dejar de ser niño, Joe se convierte en un puente. En una película de un actor, los actores son, siempre, lo más importante. ¿Qué decir sobre ellos en Wildlife? Ver actuar a Carey Mulligan es una de esas experiencias que uno nunca puede olvidar: sus gestos, sus silencios, la forma de entonar las palabras, esa manera en la que piensa antes de decirle cosas a su hijo son de un poder y una grandeza excepcionales. Ed Oxenbould, ese pequeño niño australiano, retrato de una pureza única de la infancia y que, a pesar de todo, nunca deja de querer a sus padres está tan bien al lado de Mulligan que no hacemos sino creer que de verdad son madre e hijo discutiendo sobre las horas que pasan. Las dudas quedan en Gyllenhaal, quien no sabemos si por vicios de sus papeles anteriores no puede estar quieto en una escena o no mover los músculos para decir cosas, que a veces resulta fuera de lugar, como si fuera un hombre tan lejano a su personaje que ni siquiera como actor es capaz de representarlo. No lo sé con precisión. Sin embargo, los tres miembros de la familia (Gyllenhaal aparece poco, en todo caso) hacen un trabajo enorme.  

La película de Dano recuerda muchas cosas de ese cine mítico que fundó de nuevo a los Estados Unidos; también a ese cine de pistas silenciosas y socarronas que quería expandir esa fundación a la que consideraban, por supuesto, mentirosa. Sirk, Cukor, Laughton, Mankiewicz y Houston cruzan la mente. Aunque parezca una película de una mujer contra el Estado y las reglas (una cosa en lo que no había pensado hasta que a Mulligan se le sale un “¿Te imaginas qué pensarán los vecinos?”), Dano es mucho más inteligente y prefiere hablar de las cosas inagotables: descubrir que el amor se acaba. Lo descubre Mulligan, lo detecta su hijo y lo tiene que comprender Gyllenhaal. Más que seguir a una mujer que quiere salir de donde está, es una película de tres emociones distintas (los tres personajes) que van creciendo y van creciendo hasta que ya no pueden convivir juntas. Eso después de aprender lo más doloroso que enfrenta cualquier niño: que sus padres no son aquellos que él pensaba, que no había nada que pudiera decir para aliviar la tensión explosiva que se escondía en las paredes de su casa porque la suerte ya estaba echada.

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