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Dos nuevos estrenos del cine colombiano

¿Falsas ilusiones o crisis de talento?

En septiembre coinciden en la cartelera nacional dos nuevos largometrajes colombianos. Si en teoría existe un boom del cine colombiano y los presupuestos son cada vez más elevados, ¿por qué el resultado en pantallas es tan mediocre?

Jaime E. Manrique
15 de marzo de 2010

Un aire caluroso y lleno de desesperanza rondaba las calles cercanas al Centro de Convenciones de Cartagena en el pasado Festival de Cine de esa ciudad. El 2008 no estaba cargado de películas tan intensas y propuestas tan arriesgadas como el 2007 en la competencia de cine colombiano. No había ningún Colombian Dream, un riesgo de género como Al final del espectro o la fuerza de Apocalipsur. Este año lo único que podría dar la pelea o al menos alejarnos del suicidio cinematográfico era, quizá, Los actores del conflicto de Lisandro Duque, pero nadie la había visto… Eran las 7:10 p.m. del 29 de febrero. Duque era el escogido para abrir el festival. La película comenzó, terminó y el aire de desesperanza ya no rondaba, se había metido en los pulmones de todos, asfixiándonos. Las preguntas surgieron entre los asistentes: ¿existe un cine colombiano? ¿Tiene sentido esperar tanto tiempo para enfrentarse al final a películas tan malas? ¿Vale la pena botar la plata de esa forma? ¿No se puede confiar ni siquiera en los directores “consagrados”?

El pasado 22 de agosto se estrenó La milagrosa, una película colombiana dirigida por el mexicano Rafael Lara, y después de su paso sin mayores éxitos por el Festival de Cartagena, mas allá de un dudoso premio del público, en breve se estrena Los actores del conflicto. Ambas cintas, desde perspectivas, formas de narrar y pretensiones radicalmente distintas, abordan tópicos del conflicto colombiano.

La primera, pese a tener momentos lúcidos, en su búsqueda por querer atraer con sus efectos, desencanta por su suma de defectos. Desde un guión que carece de magia y atractivo, hasta unas actuaciones que no ofrecen ninguna perspectiva de verosimilitud. La segunda, hija de un director de amplio recorrido y vasta experiencia, del cual hay muchos trabajos valiosos, pude decirse que se desarrolla sumergida en la inocencia, se estanca en el intento humorístico frustrado y termina en el discurso panfletario que hace más evidente su precariedad general.

Al final, dos de las películas que podrían haber hecho del 2008 un año valioso, son resultados visiblemente alejados de cualquier consideración de éxito cinematográfico, descontando por supuesto al público, el cual es importante en términos industriales pero no es medida de calidad alguna, pues si así fuera, Rosario Tijeras, Soñar no cuesta nada y Paraíso Travel serían obras maestras del cine mundial y realmente son exitosas estrategias promocionales y mediáticas.

Sin embargo, sería injusto y poco sensato evaluar todo el cine colombiano a partir de dos películas y mucho menos emitir juicios tajantes; aunque sí nos permite reflexionar sobre el momento específico que estamos viviendo y que en el caso del largometraje de ficción es bastante desalentador, aunque se trate de un momento más en el camino.

Mar de mentiras

No es extraño que la gente después de ver Entre sábanas, El ángel del acordeón o Polvo de ángel, algunas de las películas del 2008, piense que eso que los medios de comunicación llaman Cine Colombiano no tiene sentido alguno. Y que gastarse el dinero en semejantes esperpentos que de arte nada y de entretenimiento menos, es un acto descabellado. Los productores de esas películas nunca van a recuperar la inversión en el mercado local y sus directores, a los ojos de muchos, carecen de talento.

Pero esas cintas son solo una parte mínima del todo. Según David Melo, director nacional de cinematografía del Ministerio de Cultura, “hay un pequeño grupo de largometrajes que ha recibido mucha atención del público y de los medios. La mayor parte de las películas de autor, los documentales o los cortometrajes de calidad han pasado casi invisibles para el público y para los medios masivos de comunicación”. Lo cierto es que el cine no está compuesto en exclusiva por los largos de ficción y es triste que los espectadores no tengan muchas opciones para acercarse a otras expresiones audiovisuales. Con todo, los largos son el termómetro natural de todas las cinematografías, y por eso es necesario seguir hablando de ellos.

En Colombia, el tema se vuelve más complejo cuando es evidente que para que una película tenga un público mínimo, necesita tener un convenio de divulgación con alguno de los dos canales privados. El problema es que los canales no tienen ningún tipo de espacio crítico o de análisis para el cine; su estrategia se limita a publicidad y a modelos hablando de lo maravillosas que son las películas; o a negar, en el caso del canal contrario a la producción, la existencia de la película como estrategia de competencia. Así, la gente va a ciegas a las salas, engañada por la estrategia y no interesada en lo que en realidad la película puede ofrecer. Al final, el resultado es la decepción generalizada.

¿Cuántas veces hemos oído del boom del cine colombiano? Para los noticieros y los periodistas culturales, copiar comunicados de prensa y usar en su redacción las frases promocionales que proponen los “estrategas” de las agencias es una constante. Casi que cada película colombiana que se estrena genera un titular que, palabras más, palabras menos, habla del renacimiento del cine colombiano. Esas son informaciones sin contexto ni investigación, contribuyen a la ignorancia del público y no ubican a los espectadores en la situación real.

Los medios de comunicación de forma irresponsable han creado falsas expectativas sobre el estado del cine colombiano. Muchos de ellos creen que les están haciendo un favor a los directores o productores cuando solo están creando una bola de nieve de mentiras que al final se verá reflejada en la deserción del público de las salas, cansado de que le vendan “una superproducción como nunca antes se ha visto”, “la mejor película del cine colombiano” o “una historia llena de magia para toda la familia”. El resultado no es más que películas colombianas en el estado normal de un país que vive un proceso de evolución.

Entre la nada y lo incierto

Para todos es claro que la Ley de Cine, que se firmó en 2003 y comenzó a funcionar en 2004, ha dinamizado el proceso cinematográfico y que se han estado sentando las bases para una industria en el futuro. Sin embargo, la ley no es un hada madrina que llega de la noche a la mañana y dice “Hágase el cine”, y el cine se hace, y mucho menos buen cine. El proceso de construir una cinematografía sólida toma varios años e incluso décadas de trabajo constante. Se necesita que se hagan muchas películas, las cuales, seguramente, como sucede en industrias reales —véase Estados Unidos o India—, un alto porcentaje son malas.

Para Andrea Afanador, coordinadora de las convocatorias del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, creado por la Ley de Cine, “no se puede esperar que todo lo que se realice sea una obra maestra, una cinematografía debe ser tan diversa en miradas, puntos de vista e historias como en realizadores. Tenemos un cine colombiano que se está construyendo y creo que a lo que debemos apuntar es a encontrar la manera de contar nuestras propias historias utilizando las herramientas que ofrece el audiovisual. Este es un proyecto que necesita tiempo, estamos ya en el camino y eso es ganancia pero es ingenuo esperar que todos los realizadores sean niños genios del cine, superdotados del audiovisual, esa es una gran tara”.

Después de cuatro años de tener una serie de mecanismos para financiar la realización de películas colombianas, todavía muchos productores están aprendiendo ?aún a dominarlos y han sobredimensionado las expectativas de recuperación. Aunque no se deba esperar maestría de quienes hacen cine y mucho menos creer que ya es tiempo de hacer una evaluación general y dictar sentencias, sí es necesario abogar, si no por el talento —algo tan difícil de definir—, al menos por la rigurosidad y el profesionalismo.

Talento escurridizo

En un negocio tan costoso como el cine, en el que la calidad artística es una variable que no se soluciona con fórmulas o dinero, todos los involucrados en el proceso de filmación y promoción deberían al menos tratar de ser los mejores en sus áreas. Es fácil ver directores más preocupados por la financiación que por la película que van a contar y al final se han desgastado tanto en lo primero que ya lo segundo, que es lo más importante, lo hacen por descarte, a las patadas y como salga.

Según Daniel García, dueño de Día-Fragma Fábrica de Películas, empresa que produjo los cortometrajes La cerca y En agosto, y que acaba de ganar el World Cinema Fund del Festival de Cine de Berlín con el proyecto de largometraje La sociedad del semáforo, “el cine colombiano tiene talento pero en cantidades reducidas. En nuestro medio cualquier personaje que haya escrito una historia se cree guionista, cada director de audiovisual, léase publicidad, TV, etc, cree que puede dirigir una película, y así sucesivamente en la cadena del personal técnico. Gracias a esto tenemos la calidad que tenemos en las pantallas, la mala recuperación en las taquillas y a inversionistas descontentos”.

Cuando una labor artística,?con componentes industriales y necesitada de conocimientos técnicos, se vuelve una moda, todo tiende a la mediocridad. En Colombia quienes han empezado a construir caminos, dan saltos apresurados por falta de paciencia, se niegan a vivir los procesos y los resultados se ven reflejados en la calidad de las películas. Afanador es tajante en su conclusión: “Si la inteligencia es un talento entonces el cine colombiano sí carece de talento. A nuestro cine le falta ser más inteligente y menos idealista. El cine colombiano está, por mucho, en la pubertad y el cine es como un ser vivo que madura con el tiempo. Ahora tenemos que hacer lo posible para que no sea un adolescente eterno”.