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'Parasite' fue galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes de 2019, convirtiéndose en la primera película coreana que ha recibido dicho premio.

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Los olvidados: 'Parásito', de Bong Joon-ho

En la nueva película del director coreano, una ácida radiografía de la institución familiar se formula desde lo satírico, incluso desde lo caricaturesco, y desemboca en una salvaje disección de la lucha de clases.

Manuel Yáñez*
20 de diciembre de 2019

Dos años después de presentar Okja, su producción para Netflix, en la Competición Oficial del Festival de Cannes, el surcoreano Bong Joon-ho se alzó con una merecida Palma de Oro por la magnífica Parásito (2019), su nueva incursión en las aguas del cine de género más politizado. Aunando la vocación popular con una fuerte personalidad autoral, Bong ha sabido poner su laboratorio de invenciones fílmicas al servicio de un cine de entretenimiento no reñido con la crítica social. De hecho, su interés por estudiar los sinsabores de la marginalidad podría ser el nexo que hilvanaría su aproximación al género policíaco –en Memories of Murder–, a la monster movie –en The Host– y a la ciencia ficción distópica –en Snowpiercer y Okja–. Ahora, en la implacable Parásito, Bong lleva al extremo su interés por hibridar diferentes códigos de género, convirtiendo el retrato de sendos clanes antagónicos (uno adinerado, el otro mendicante) en un impetuoso cóctel de comedia negra, drama social y efectivas dosis de acción coreográfica. 

En Parásito, la ácida radiografía de la institución familiar se formula desde lo satírico, incluso desde lo caricaturesco, y desemboca en una salvaje disección de la lucha de clases. Bong no tiene remilgos a la hora de recrearse en la frialdad emocional y la asepsia espiritual de la familia opulenta, mientras que los pobres utilizan el embuste y la manipulación para huir de la miseria. Siguiendo las enseñanzas de Luis Buñuel, Bong no se permite ningún paternalismo, pero tampoco cede ante el moralismo: la película sabe atender a los condicionantes vitales y a las razones de los personajes. La idea de lo social como brutal campo de batalla ya vibraba con fuerza en Snowpiercer, donde un estratificado sistema de castas se desplegaba a lo largo de los vagones de un tren mortífero. En Parásito, por otra parte, Bong juega con el esquema narrativo de los siervos y capataces, los oprimidos y opresores, para componer un laberíntico y vivaz retrato de una sociedad deshumanizada y abocada a la autodestrucción.

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Sin miedo a caer en el esperpento, Bong elabora la rocambolesca trama de Parásito a partir de un sólido esqueleto arquitectónico. La familia arruinada malvive en un subterráneo donde subsiste gracias a empleos esclavizantes, mientras el clan acaudalado habita una moderna mansión palaciega. El abismo que se abre entre estos dos modus vivendi empezará a resquebrajarse cuando el hijo de la familia pobre se incorpore, mediante engaños, en el servicio de la familia rica. Un proceso de infiltración en el que participará toda la familia humilde y que desestabilizará el orden burgués, invocando el recuerdo de sendos referentes esenciales del cine de ascendencia marxista: The Servant (1963) de Joseph Losey, con su crónica claustrofóbica del modo en que un mayordomo acababa sometiendo a su “señor”, y Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini, donde un acomodado núcleo familiar se desmoronaba tras la aparición de un misterioso y apuesto intruso.

Capaz de convertir cada situación, cada giro de la trama, en una puerta abierta al virtuosismo escénico, Bong construye en Parásito un incisivo tratado sobre la alienación de los desfavorecidos, que ven su existencia reducida a la condición de puro resorte maquinal al servicio de los poderosos. Para denunciar esta lacra global, Bong abre pequeños espacios para la subversión (grosera o violenta) del orden establecido, pero la posibilidad de la verdadera transformación social se presenta como una utopía. Con su hilarante y monstruosa parábola sobre el mundo contemporáneo, Parásito describe una realidad sumida en la bancarrota espiritual, una realidad espeluznantemente similar a la nuestra.

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Publicado originalmente en la Revista Kinetoscopio edición 126, “Agnès Varda: Una ola en sí misma”.

*Periodista y crítico de cine, es colaborador de las publicaciones españolas Fotogramas y El Cultural, así como de la norteamericana Film Comment. Dirige el website Otros Cines Europa y es docente de las escuelas ESCAC y La Casa del Cine.