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Fotograma 'El hombre de al lado'.

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‘El hombre de al lado’: la mirada y el miedo

Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz protagonizan una comedia siniestra sobre las relaciones humanas. Dirigida en 2010 por Mariano Cohn y Gastón Duprat, es una de las películas más valiosas del llamado “nuevo cine argentino”.

Laura Martínez Duque
19 de abril de 2018

El hombre de al lado comienza con una pantalla dividida en dos mitades –una blanca y otra gris– enmarcando los títulos iniciales. Los nombres de los protagonistas, Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz, desaparecen cuando un martillazo impacta la parte gris. Con cada golpe la parte blanca tiembla, agrietándose, hasta que un pequeño orificio deja pasar la luz y revela que aquel fondo es en realidad una pared demolida en tiempo real. Filmada desde adentro y desde afuera en dos planos yuxtapuestos.

Esta secuencia inicial, simple y potente, condensa buena parte del espíritu de la película. El hombre de al lado esta construida a partir de dualidades, ruidos e invasiones a los espacios simbólicos y reales. De aquellas estructuras que los seres humanos necesitan erigir sobre la base de quienes son (o quienes quieren ser) para relacionarse con otros seres humanos. Y lo que sucede cuando dos estructuras, supuestamente antagónicas, colindan y están obligadas a relacionarse. Una película sobre el terror de mirar al hombre de al lado. Al diferente.

Leonardo (Rafael Spregelburd) es un diseñador poliglota y aburguesado que goza del enorme éxito de la silla Kachanovsky. Esta creación suya, (bautizada con su apellido), ganó el premio de “la silla del año” en una bienal europea, vendió más de 500.000 unidades en todo el mundo y elevó el status de su creador al nivel de permitirle vivir en la Casa Curutchet. La única casa diseñada por el arquitecto suizo Le Corbusier en toda Latinoamérica.

Más allá de que su hija se rehúsa a hablarle, de la pasivo-agresiva relación con su esposa, y de los turistas que se acercan diariamente a fotografiar su casa, la vida de Leonardo transcurre cómodamente hasta que un día se despierta con la percusión de unos martillazos que retumban en su mansión. Cuando sale a investigar el origen del ruido descubre que el muro de un edificio lindero está siendo perforado para instalar una ventana a escasos metros de su propia ventana.

Leonardo amedrenta a los albañiles e impide que sigan rompiendo la pared. Aun cuando vive en una suerte de museo residencial –casi todo vidriado– alega la violación de su privacidad y exige hablar con el dueño. Finalmente conoce a su vecino Víctor, (Daniel Aráoz), un provinciano de acento muy marcado, vendedor de autos usados, afable, de humor franco pero inquietante que insiste en su idea: “necesito atrapar unos rayitos de sol que a vos te sobran”. Y así, a menos de cinco metros de distancia, entre una de las tantas ventanas de Leonardo y la ventana frustrada de Víctor, comienza una relación que acabará derrumbando sus estructuras.

Efectivamente una ventana es una pantalla irresistible. El artificio del cine (la gran pantalla-ventana) prueba cuánto nos gusta estar a oscuras, mirando otras vidas, otros humanos. Por fuera del contrato del cine, el diseño urbano y arquitectónico (el hacinamiento en la mayoría de los casos) habilita el voyerismo cotidiano. El acto de espiar la intimidad del otro puede adoptar muchas formas, más o menos obsesivas, pero todas tienen que ver con un juego de identificación y deseo. La ansiedad de verse en el otro y advertir la propia carencia.

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Leonardo puede evitar la construcción de ese ojo abierto que amenaza con mirar hacia su intimidad. Lo que ya no puede detener es su propia tensión puesta en marcha a partir de esa irrupción. El rechazo y la atracción por ese hombre de al lado que encarna su antítesis. Es la verdadera naturaleza de Leonardo la que queda a la vista de todos. Y también su derrumbe.

A pocos años de habitar la casa diseñada por Le Corbusier en 1954 el médico cirujano Pedro Domingo Curutchet abandonó la magnífica residencia con ventanales reemplazando muros, rampas en lugar de escaleras y un enorme álamo atravesado en el corazón de la casa. Simplemente él y su familia no aguantaron el hecho de vivir en una vitrina. La sensación de ser constantemente observados, el exceso de luz. El arquitecto de la modernidad que consideraba la casa como una “máquina para vivir, un estuche de la vida” diseñó la locación perfecta para una película que años después plantearía la siguiente teoría: tal vez el profundo miedo de mirar al otro es, en realidad, el miedo de mirarnos a nosotros mismos.

*El hombre de al lado se proyectará el martes 24 de abril a las 5:30 pm en el Cineclub de la Universidad Central.