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Fotograma 'Rodin'. Crédito Shanna Besson.

Estreno

"Sólo encontramos la belleza trabajando": Rodin y su época llegan a cines colombianos

Una nueva película muestra como la obra del artista francés, como todo arte auténtico o eficaz, avanzó más allá de los límites impuestos por su época.

Halim Badawi
27 de marzo de 2018

Durante los últimos años varias películas y documentales han explorado ingeniosamente las vidas de los mayores artistas modernos: Renoir, Monet, Van Gogh y, más recientemente, el austriaco Egon Schiele. De una u otra forma, estas producciones han puesto en discusión asuntos tan vigentes (hoy más que nunca) como los límites del arte, el problema de la censura, el olvido, la incomprensión, el abordaje masculino sobre lo femenino, la relación del arte con las mujeres (no siempre ha sido justa), los vínculos (si es que los hay) entre arte y moral, y el erotismo y la sexualidad. Estas películas vienen a sumarse a otras, producidas hace ya algunas décadas, relacionadas con artistas icónicos del mundo moderno (y hoy del mercado del arte), todos con vidas atormentadas, todos de buhardilla y de cantina, todos recordados por haber sido incomprendidos por sus contemporáneos (pero hoy, todos símbolos de sus respectivas épocas): Modigliani, Picasso, Bacon, Pollock, Basquiat o Kahlo.

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Todas estas producciones parecen mandar dos mensajes contundentes: el primero, que todo arte que se pretenda a sí mismo como auténtico o eficaz (independientemente del medio o de la técnica) necesita avanzar más allá de los límites impuestos por su época –y esto evidentemente llevará a la incomprensión o al olvido–. Intentar romper los límites culturales e históricos amplía las fronteras del conocimiento y de lo sensible, las fronteras de la imaginación. Como bien nos recuerda la Ley de la Conservación de la Energía, la energía creadora también necesita transformarse, mutar de una forma a otra, jamás estancarse en el pozo del conformismo. Y lo segundo: todo genio necesita del tormento (y el tormento será el combustible para hacer películas más atractivas sobre los artistas). Los demonios internos, la precariedad y el exceso parecen generar la condición propicia para la creación más elevada, más sublime. No en vano, el artista y escritor William Blake afirmaba que "el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría".

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Rodin es uno de los artistas pivote de la modernidad europea y el escultor arquetipo de una nueva época. De hecho, sus trabajos más audaces parecen inaugurar, en términos cronológicos, el inicio del siglo XX. Rodin rompió con las convenciones de la escultura académica precedente y abrió el camino a las experimentaciones más audaces de otros artistas de su generación. Evidentemente su nombre hacía falta en el Olimpo de las producciones cinematográficas relacionadas con los grandes artistas de nuestra época. La película plantea no sólo un recorrido por el proceso de ejecución de algunas de sus piezas más icónicas (La puerta del infierno, El beso, Víctor Hugo, Balzac), sino también su relación personal y laboral con la escultora Camille Claudel, asistente de taller y amante, una historia que, en sintonía con la revaloración de las mujeres artistas (esas que a veces fueron olvidadas debido al peso de sus colegas masculinos, en este caso debido al peso histórico y político de una figura como Rodin, tan monumental como sus esculturas más recordadas), ha sido situada como contrapeso permanente en la película.

Claudel es presentada como apoyo intelectual en la obra del gran artista, como una de sus mayores críticas (Claudel hace comentarios muy agudos en el proceso de realización de los bocetos de las esculturas en arcilla y yeso, e incluso participa con sus manos en el modelaje de algunas piezas); Claudel también le aconseja a Rodin algunos aspectos técnicos o poéticos en algunas de sus obras más recordadas, como Los burgueses de Calais. Indudablemente la perspectiva de género, el acto de justicia histórica sobre una mujer tan extraordinaria como Claudel, se hace presente en cada momento de la producción –y sobrevuela cada momento en la vida de esta figura masculina, arquetípica de la modernidad–. No es sólo una película sobre Rodin, es una película sobre la dupla Rodin-Claudel, sobre su necesidad mutua, sobre su sistema de relaciones y afinidades personales, técnicas y estéticas; la película señala en el trasfondo la imposibilidad de un Rodin –al menos tal y como hoy lo conocemos– sin ella, y la imposibilidad de un mundo nuevo al menos tal y como hoy lo imaginamos sin él. El arte moderno es así: una suma de sistemas inesperados.

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