La animación en Colombia no es un tema nuevo. ¿Quién no recuerda el comercial en que Dientópolis, la ciudad de modernos edificios construida sobre unos dientes se convierte en el campo de batalla de los ejércitos de Carietón y el Capitán Colgate? ¿O al niño de traje y sombrero de copa que llena paisajes de color a bordo de un Magicolor, doble punta, doble color?
Esos comerciales fueron creados respectivamente por Nelson Ramírez y Alberto Badal, nombres que para muchos dicen poco pero que para los animadores son una referencia: juntos suman unos 1.600 comerciales entre los setenta y ochenta. Y son nada más que los pioneros de la animación en el país, entre quienes también está Fernando Laverde con tres largometrajes, de los cuales el más renombrado es Cristóbal Colón, ganador de una Coral de Oro en el Festival de Cine de La Habana en 1982. Y un artista plástico, Carlos Santa, que exploró la animación experimental con sus animaciones surrealistas en blanco y negro, El ciudadano de la noche y La selva oscura. Y en televisión, un hito: Conexión Creativa hizo en los noventa la primera serie animada de Latinoamérica, El siguiente programa.
Sin embargo, esto no fue suficiente para consolidar un movimiento. El escenario era la publicidad, hacer series o cine era impensable. Según Juan Manuel Pedraza, graficador de Caracol Televisión y director de la investigación Cuadro a cuadro, historia de la animación en Colombia, que se expondrá en Loop, “antes, 10 ó 15 personas duraban mes y medio, 20 horas al día, para realizar 30 segundos de animación, además había que dibujar cuadro a cuadro de manera manual, mientras que ahora lo mismo se hace en cuatro días. También había que revelar en otros países, y el resultado se veía tiempo después, no como ahora, en pantalla”. Eran otros tiempos, en los que según Álvaro Sanabria, director de la primera especialización en animación del país, en la Universidad Nacional, “los equipos eran costosos y para pocos, por lo que no hubo competencia y el sector se desmotivó”.
Pero hoy la situación es otra. Las nuevas tecnologías y la información están a un clic de distancia, por lo que son más y más los interesados en la animación, y el cine colombiano, que avanza gracias a la Ley de Cine, también beneficia a las animaciones.
Play
El cortometraje se llama El último golpe del caballero. El caballero, con su armadura y su mazo al estilo Capitán Cavernícola, oye el grito. Es agudísimo, incesante. Quien grita es la princesa, encerrada en la habitación más alta de un castillo. Desesperado, el caballero corre a su encuentro, dando mazazos a sus oponentes. Después de mucho esfuerzo, por fin consigue llegar al lugar en el que se encuentra la princesa. La mira por unos segundos y, desesperado y agotado, la silencia con un mazazo.
Es un corto que en 2004 dio a conocer al director y animador caleño Juan Manuel Acuña, y fue noticia. Era el primero realizado totalmente en 3D y subido a formato de cine de 35 mm. Además era el primero en exhibirse en salas comerciales, inaugurando la disposición de la Ley de Cine según la cual los exhibidores debían rotar un corto diferente cada tres meses y mínimo 15 días al mes. El inusitado cubrimiento mediático que recibió indicaba que algo pasaba con la animación en Colombia. Y sí, algo pasaba: apenas el año anterior había nacido el primer festival del país especializado en la materia: Loop.
En 2003 el reconocido artista Juan Fernando Herrán, que dirigía la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, le propuso al profesor Óscar Andrade que organizaran un loop (una imagen o secuencia de imágenes que se repite continuamente) de animación en algún espacio. Andrade se emocionó con la idea pues muchos de los trabajos de sus alumnos eran animaciones: “No existían opciones de educación, pero cada vez más estudiantes usaban la animación para sus trabajos, y lograban productos sorprendentemente bien hechos”. Andrade lo había notado, también, como jurado de festivales: “Muchas veces los productos de imagen real eran superados por los de animación, y estos carecían de espacios especializados para mostrarse”. En ese contexto, la idea de Herrán fue un éxito y el loop de dos horas de animación en VHS se repitió y se repitió de 10:00 a 6:00 de la tarde durante varios días. La idea, además contó con tal aceptación que, recuerda Andrade, “nos llevó a programar unos meses después cuatro días de festival en el Museo de Arte Moderno de Bogotá con los representantes del momento, una muestra histórica y ocho horas de maratón de cortos”.
Desde entonces, Loop, organizado por Taller Jaguar Digital, ha crecido. Hoy dura 15 días, tiene invitados internacionales, estrena largometrajes latinoamericanos por los que no apuestan las distribuidoras, organiza un concurso entre cerca de 200 trabajos y ha entregado más de 12 millones de pesos en premios. Y este año ofrece por primera vez un concurso de producción de videojuegos y la exposición de historia de la animación nacional Cuadro a cuadro.
Punto de encuentro
Para Diego Álvarez —autor de Wendidali, el primer corto animado colombiano nominado en el Festival de Sundance, en 2003—, “antes de Loop la gente tenía sus cosas guardadas, ahora hay dónde mostrarlas, tenemos un lugar para conocernos y ver qué hacemos”.
Además, ha hecho valiosos esfuerzos de difusión. Uno fue una recopilación de cortos entre los que la organización de Rencontres Cinéma d’Amérique Latine un festival en Toulouse, Francia, seleccionó 20 para una muestra en su edición de este año. Otro, la serie de 13 capítulos que se emitió desde el 25 de abril hasta el 18 de julio, en Señal Colombia, y que presentó entrevistas a pioneros de la animación nacional y una muestra de cortos de sus festivales, que representó 30.000 pesos por minuto emitido a sus autores. Y su página de internet tiene 100 de las 250 animaciones que conforman su archivo y un centro de noticias con entrevistas e informes actualizados.
Sanabria afirma: “Loop es un indicio de que actualmente, si bien no hay producción grande, hay un despertar”.
Por ejemplo, en los últimos años no solo se abrió la especialización en la Universidad Nacional, sino también un diplomado en animación experimental en la Javeriana. Según cifras del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, desde que se abrieron las convocatorias en 2004 y hasta el cierre de 2007 se han premiado nueve productos entre cortos y largos en distintas categorías. Y el apoyo está dando resultado: al caso de El último golpe del caballero se suma el premio que recibió el pasado 8 de marzo Rojo red, que ganó el primer lugar en la categoría de cortometrajes en Fantasporto, el festival de cine fantástico más reputado del mundo, que se realiza en Portugal.
Sin embargo, el entusiasmo no debe ser desbordado. Aunque cada vez son más y mejores los productos, aún no se puede hablar de un movimiento. Para Juan Manuel Acuña, que después de El último golpe del caballero hizo el corto Los ciclos y prepara un largo animado, “hay una democratización de la tecnología y la información que hace que mucha gente esté trabajando y, sobre todo, realizando productos de gran nivel. Pero para hablar de movimiento tendría que haber existido una escuela estética, obviamente ligada al desarrollo económico. Por ejemplo, la escuela de Europa del este dijo ‘hagamos líneas simples, no podemos ser Disney, y eso consolidó un estilo. Aquí eso aún no pasa”.
Para Diego Álvarez, que gracias a una beca para desarrollo de guión del Ministerio de Cultura adelanta un largometraje sobre los poemas de Rafael Pombo, “hay buen nivel pero no nos podemos comparar con países como Brasil y Argentina, sobre todo porque nos saltamos la etapa del 2D. Falta mucho por aprender y hacer”.
Según Óscar Andrade, para generar industria lo primero debe ser que la academia tome en serio a la animación como medio de expresión: “Es subvalorada, la gente la relaciona con lo infantil o lo popular, pero se trata de un arte complejo: requiere lo que el cine de imagen real, desde dirección de actores hasta arte y fotografía, además hay que dibujar e ilustrar”.
Para Acuña, “la gente debe quitarse la pretensión de hacer lo que hace Pixar, aquí no hay plata para eso. Hay que buscar la forma de traducir las técnicas en un lenguaje que sin alejarse de lo estético permita crear un estilo”.
Lo cierto es que el primer paso está dado. Los primeros esfuerzos académicos, la Ley de Cine, el rentable mercado de la publicidad para televisión y puntos de encuentro como Loop lo demuestran.
Han pasado cinco años desde que unos visionarios profesores oprimieron play a un loop de animación de dos horas en VHS. Un loop que aún no se detiene.