¿Cuánto vale educar a una persona?
Que la educación es esencial para el desarrollo económico del país, que es lo más importante que uno puede dejarle a los hijos, que no es un gasto sino la mejor inversión posible, son frases que se han convertido en lugares comunes de la retórica gubernamental y académica, pero no se reflejan en la estructura del presupuesto público.
Sin necesidad de recurrir a grandes teorías y especulaciones podemos ver qué se necesita para educar a una persona, desde la niñez hasta que esté en condiciones de ser productiva y autónoma.
Lo primero, desde luego, es asegurar un desarrollo básico en la primera infancia. Esto supone una buena alimentación, acceso a los sistemas de salud y un entorno familiar estimulante, tanto en aspectos cognitivos como afectivos. Cuando estas condiciones no se dan –y no suelen darse en el universo de la pobreza, donde nace y vive más del cincuenta por ciento de la población-, un niño o niña está en una gran desventaja con respecto a quienes sí tuvieron esas oportunidades.
Una vez que los niños de menores recursos llegan a los cinco años, son admitidos en la educación pública. (Si son ricos van al preescolar desde los dos años, porque sus padres pueden pagar). Para educarlos de manera que adquieran las herramientas mínimas para sobrevivir y progresar, se requerirán un mínimo de 12 años de escolaridad y cerca de 17 para conseguir una educación razonablemente completa para desempeñarse en un nivel profesional.
Para que todos esos años no sean un desperdicio de tiempo y dinero es indispensable que las instituciones educativas (jardines, colegios, universidades) sean de buena calidad. Esto significa tener instalaciones apropiadas, equipos, laboratorios, bibliotecas y computadores. Desde luego, se requiere desarrollar currículos, modelos pedagógicos, investigaciones, evaluaciones y otros dispositivos académicos. Pero todo esto será inútil si no se cuenta con directivos y maestros muy bien calificados y motivados con su trabajo, lo cual implica el desarrollo de procesos permanentes de formación y remuneraciones decentes.
La mayor parte de los niños y niñas que pasan buena parte del día en el colegio requieren alimentación, además de refuerzos nutricionales indispensables en muchos casos. En las zonas más pobres se imponen servicios de salud escolar. En las grandes ciudades y en zonas rurales es imprescindible el transporte.
Todo esto cuesta mucho dinero y cuando los niños tienen más carencias se necesitan compensaciones económicas, si es que se cree de veras en la equidad. Veamos, entonces, cuánto estiman las familias ricas que cuesta la educación de sus hijos, que llegan al mundo escolar con muchas ventajas básicas y, por lo tanto no necesitan tantas atenciones como los niños y niñas más pobres.
En Bogotá las tarifas privadas más altas están en el orden de los diez a los diez y ocho millones de pesos por año, sin contar contribuciones adicionales como bonos, donaciones voluntarias, viajes fuera del país, etc. Las tarifas medias oscilan entre los tres y los seis millones al año.
El Ministerio de Educación y el Ministerio de Hacienda, por su parte, consideran que la educación de un niño pobre en la educación pública vale más o menos novecientos mil pesos al año. Pero además le preocupa al Departamento de Planeación Nacional que el gasto en educación se ha disparado y pretende modificar el sistema de transferencias para no afectar la financiación del plan de desarrollo del nuevo cuatrenio.
Las cifras son elocuentes. Bogotá, que ha hecho un gran esfuerzo financiero para mejorar la calidad de la educación pública en la ciudad, recibirá de la nación $995.090 por cada niño matriculado en el sistema en 2007, pero gastará $1’711.541 para poder ofrecerles un mínimo de calidad aceptable. Esto explica que la tercera parte del presupuesto de la ciudad se invierta en educación.
Sobra decir que quienes dirigen el país y educan a sus hijos en colegios y universidades privadas del más alto rango, saben cuánto vale educar un niño o una niña, pero a la hora de hacer la política pública para el resto de la población piensan los números de otra manera. Es claro que la posición del gobierno de Bogotá, reflejada en su presupuesto, es muy diferente a la del gobierno nacional. Eso es lo que diferencia una concepción política de otra.
Por puro juego sugiero a los lectores hacer un ejercicio paralelo: ¿cuánto vale tener un soldado?, ¿cuánto vale entrenarlo, sostenerlo, alimentarlo, equiparlo, moverlo, armarlo? Me parece que en Internet hay información suficiente para hacer esta tarea.