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CONTRA LA INTUICIÓN

Venezuela o el reflejo de nuestros propios demonios

La primera tergiversación de nuestro debate sobre las elecciones venezolanas tiene que ver con el tema del fraude. De la nada, en Colombia se empezó a construir una narrativa del sistema electoral venezolano que poco tiene que ver con su verdadera historia.

Revista Arcadia
11 de diciembre de 2015

Desde hace mucho tiempo Venezuela dejó de ser un tema de política exterior para Colombia. La crisis venezolana se ha venido convirtiendo en un tema de discusión interna que atraviesa muy nítidamente las diferencias entre el Uribismo y el Santismo y que por tanto, ha adolecido de las tergiversaciones propias de ese debate político. La conversación pública sobre este tema es tanto o más distorsionada que la conversación nacional alrededor de temas internos.

Para el momento en el que esta columna sea publicada ya serán conocidos los resultados de las elecciones del 6 de Diciembre en el país vecino y es probable que las características de la discusión colombiana sobre Venezuela que describo aquí sólo tiendan a hacerse más notorias y a profundizarse.

La primera tergiversación de nuestro debate sobre las elecciones venezolanas tiene que ver con el tema del fraude. De la nada, en Colombia se empezó a construir una narrativa del sistema electoral venezolano que poco tiene que ver con su verdadera historia: nos inventamos una fábula de acuerdo con la cual el fraude electoral en ese país ha sido sistemático y una herramienta que el chavismo ha usado frecuentemente para mantenerse en el poder. Sobra recordar que, a pesar de las denuncias de la oposición venezolana, todavía no hay evidencia incontrovertible de que el fraude hubiese sido un factor decisivo en las pasadas elecciones en ese país. Además, si uno mira la historia electoral venezolana recientemente con algo de seriedad, difícilmente puede probar que exista un uso indiscriminado y masivo del fraude electoral.

Cuando esta narrativa empieza a flaquear, la solución es intentar ampliar un poco más la categoría analítica de “fraude” para hacer referencia a otros fenómenos que difícilmente caben en este concepto: que si el oficialismo venezolano hace uso de la política del miedo, eso es fraude; que si el oficialismo usa del aparato del estado para ganar las elecciones, es fraude. Si ampliamos el concepto de esa forma, creo que lo despojamos de toda utilidad porque en ese caso, el fraude sería una regla y no una excepción en casi todos los sistemas electorales del mundo.

Y no sólo se trata con demasiada flexibilidad la categoría sino que, además, haciendo uso de una falacia un tanto graciosa, se asume que si la oposición no gana es porque hubo fraude. Las encuestas ciertamente daban por ganadora a la oposición pero hay dos problemas con este argumento: de un lado, las últimas encuestas mostraban una disminución de la diferencia en intención de voto entre gobierno y oposición lo que sugiere una tendencia de la que se puede desprender cualquier resultado, y de otro, ¿de cuando acá nos volvimos tan creyentes en las encuestas cuando de puertas para dentro sabemos que tienen, con pocas excepciones, altísimas probabilidades de pifiarse? ¿O es que sólo creemos en las encuestas cuando nos conviene?

La otra distorsión tiene que ver con las figuras venezolanas que decidimos incorporar en la conversación. Aquí optamos por la parte de la oposición vinculada con Leopoldo López y María Corina Machado; a Capriles pocas veces lo escuchamos. Se trata entonces de la parte de la oposición a la que más fuertemente ha perseguido el gobierno y cuyos derechos han sido más flagrantemente violados. Pero también es la parte de la oposición con el discurso más radical y menos democrático: los pasados llamados a acabar con el régimen sin importar cómo así lo revelan.

Privilegiar a este interlocutor (Lilian Tintori, esposa de López se ha convertido en la voz de la oposición en los medios de comunicación dominantes en Colombia) puede guardar relación con que nuestra conversación sobre Venezuela se ha alejado de la necesidad de presionar al gobierno vecino para que respete las libertades políticas que constante y flagrantemente viola; se ha alejado del intento de buscar una transición negociada hacia un régimen más institucionalista y democrático que genera la menor inestabilidad posible; y se ha acercado a una muy impaciente y peligrosa necesidad de sacar al chavismo del poder.

La actitud democrática en Colombia está flaqueando cuando se trata del tema venezolano por la misma razón de siempre: porque somos democráticos sólo teniendo en mente los resultados y no los medios. Entonces si el resultado no nos gusta, podemos poner entre paréntesis los medios con una facilidad enorme. Y eso nos pone al mismo nivel de un oficialismo venezolano interesado en mantenerse en el poder y que no repara en los medios de los que tenga que hacer uso para lograrlo.