Muchos cacaoteros transforman el fruto que cultivan en sus fincas en productos de chocolatería. | Foto: Daniel Reina

AGRICULTURA

En Pauna se cambió la ilegalidad de la coca por la seguridad del cacao

Este producto llegó al occidente de Boyacá como una solución para los agricultores de la zona que durante años hallaron en los cultivos ilícitos la única manera de subsistir.

6 de agosto de 2018

A Juan Urbano no le incomoda decir que cultivaba coca, que peleó contra el Estado en 2005 cuando empezaron a erradicar forzosamente sus cultivos y que gracias a esa plantación pudo mantener durante muchos años a su familia. Hoy, su historia es otra. Ahora se encarga de explicarles a otros agricultores que desde que dejó los cultivos ilícitos tiene una vida más tranquila y se convirtió en un líder para su región.

A finales de la década de los noventa los campesinos del municipio de Pauna, en el occidente de Boyacá, vieron en la coca una alternativa para hacer frente a los problemas económicos que les generaba tener uno o varios cultivos de cacao, papaya o guayaba. Descubrieron que plantarla en unas cuantas hectáreas, a pesar de los altos costos de producción, les generaba grandes ganancias.

Hace 15 años, las montañas de esta región se llenaron de coca. Las pequeñas trochas que conducen a las fincas de los agricultores y la poca presencia de las autoridades facilitaban la ilegalidad e hicieron que en poco tiempo este fuera el cultivo más extendido en el territorio.

Gracias al programa de Familias Guardabosques del Gobierno, a finales de 2006 y comienzos de 2007, Juan y otras 368 familias en Pauna, sustituyeron la coca por el cacao. “En cada municipio del occidente de Boyacá se crearon pequeñas organizaciones de productores que veían en este proyecto una posibilidad para sus familias. A nosotros nos sembraron un sueño y el cacao se nos convirtió en eso”, comenta Urbano.

Ganarse la confianza y cambiar la forma de subsistencia de los campesinos no fue fácil, pero el deseo de los agricultores por transformar su estilo de vida logró que familias como la de Katherine Estupiñán también erradicaran sus plantaciones.

“Hubo un tiempo en el que nadie ocultaba sus cultivos. Todos los sembraban a la orilla de la carretera y era tan normal como cultivar plátano o yuca. Cuando comenzaron los problemas la gente empezó a recapacitar y a entender que ese no era un negocio tan fácil como lo pintaban”, dice Katherine, y cuenta que su padre empezó a cultivar coca porque sus amigos se lo recomendaron.

Mientras Juan y Katherine cuidan y recogen cacao todas las mañanas en sus fincas, cientos de personas en la bolsa determinan el valor que este tendrá en el mercado. Por ejemplo, en 2016 el kilo de cacao estuvo a 9.000 pesos, en 2017 a 4.000 pesos y este año subió a 6.000. Para ellos, la volatilidad del precio de su producto representa qué tanto podrán sembrar en la próxima cosecha y qué tanto podrán comer sus hijos al día siguiente.

“El problema del cacao es que no tiene un precio estable. Hay días en los que a uno no le dan ganas ni de cogerlo porque se sabe que será más la inversión que la ganancia, pero toca, porque de eso vivimos”, comenta Estupiñán.

Con el fin de obtener los mejores precios en el mercado y agrupar a las familias de cacaoteros, existen diferentes asociaciones que se encargan de comprar el producto de los agricultores y transformarlo en bombones y chocolatería. Ese es el caso de Rosa Padilla, una mujer que ha sacado adelante su hogar gracias a los productos que ella misma hace con el cacao que da su finca, bajo el nombre de Rosa Chocolates.

De todas las familias que cultivan cacao en Pauna, 222 pertenecen a la Asociación de Productores de Cacao (Aprocampa), que se encarga de comprar los productos como los de Rosa Chocolates y los granos que se cosechan en la región para transformarlos y finalmente venderlos en Distrito Chocolate, una tienda que les pertenece y que se encuentra ubicada en el barrio La Candelaria en Bogotá.