Una sirena y un barco nos recuerdan las posibilidades del pasado, tal vez imaginario. | Foto: Istock

OPINIÓN

Los recuerdos imaginarios de Juan Gabriel Vásquez

El escritor colombiano reflexiona sobre los recuerdos a los que volvemos cada vez que nos vemos confrontados a una nueva situación, como la que enfrentamos hoy.

Juan Gabriel Vásquez*
29 de marzo de 2020

Hace un año, en la ciudad de Trondheim, en Noruega, el arqueólogo Erik Jondell me llevó a un recorrido privado por las ruinas de St Clemens, una iglesia medieval del año 1008 que acababa de ser descubierta. Hacia el final de la visita comenzamos a hablar de Leif Ericsson, hijo de Eric Rojo, que en 1001 navegó hacia al oeste desde Groenlandia, donde su padre había sido desterrado, y llegó a la península de Labrador, que bautizó Vinland por los viñedos que encontró allí. Pasarían 391 años antes de que Cristóbal Colón tropezara con una isla caribeña, y sin embargo le damos el crédito del descubrimiento de América. ¿Por qué? 

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Muy sencillo: porque su historia fue más potente. Sus cartas, escritas para ser publicadas y anunciadas por el poderoso narrador que era la Corona española, se aseguraron de que el mundo conociera la versión de los acontecimientos que hemos heredado. Los vikingos, en cambio, se guardaron sus historias para sí mismos. No vieron la necesidad de imponerlas a los demás; o tal vez no tenían la maquinaria política necesaria para hacerlo. El historiador mexicano Edmundo O’Gorman dice que América no fue descubierta, sino inventada. Fue inventada en las crónicas de Indias, donde las sirenas tienen cara de hombre y las playas están cubiertas de perlas negras; fue inventada en La verdadera historia de la conquista de la Nueva Hispania de Bernal Díaz del Castillo, donde se compara la capital azteca con las maravillas que se leen en Amadís de Gaula, una de las novelas de caballerías que le secaron el seso al pobre Don Quijote. Esas historias de criaturas mitológicas y tierras utópicas, ancestros remotos del realismo mágico, se convertirían en un primer borrador de la historia latinoamericana.

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En una novela de Toni Morrison he encontrado hace poco a un esclavo que tiene una modesta discusión con su dueño. Aunque tiene razón, es azotado brutalmente, para que no se le olvide, escribe Morrison, que “las definiciones pertenecían a los definidores, no a los definidos”. Morrison hablaría muchos años después de cómo, en el momento de escribir esa novela, tuvo que confiar en la memoria de sus gentes y no en la historia de Estados Unidos. “Sabía que no podía confiar en la historia registrada para darme la comprensión que quería”, dice. “Sin embargo, había y hay otra fuente que tengo a mi disposición: mi propia herencia literaria de narraciones de esclavos”. Echó mano de esa herencia para escribir sus novelas; en esas novelas hay, ahora, un pasado que antes no existía o era invisible; en esas novelas hay todo un mundo de hombres y mujeres que antes eran definidos y que en las novelas han pasado a ser, por fin y para siempre, definidores.

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Esto es lo que hacen, lo que pueden hacer, las novelas. Pero ahora se me ocurre que la novela no es solo el lugar donde recuperamos el pasado y lo preservamos, donde el lado oculto de la experiencia humana puede salir a la superficie, donde recordar lo que podría haber sido también es una forma de rescatar lo que la versión oficial ha borrado. También es un lugar de futuro. Me refiero a lo que dice Paul Valéry: “El futuro, por definición, carece de imagen. La historia le da los medios para ser pensado”. En otras palabras, cada vez que los seres humanos nos vemos confrontados a una nueva situación –como la que enfrentamos hoy, por ejemplo– cada vez que nos vemos frente a la urgencia de tomar decisiones sobre algo que nunca hemos experimentado, no reflexionamos sobre el asunto tal como se presenta, sino que miramos hacia el pasado escrito. En palabras de Valéry, miramos hacia nuestros “recuerdos imaginarios”. Me gusta pensar que ese pasado, que esos recuerdos imaginarios, existen también en el universo generoso y abarcador de la novela. Allí vamos, a ese lugar donde se encuentra nuestra imaginación y nuestra memoria, nuestro conocimiento y nuestra empatía, para preguntar qué podemos hacer, cómo podemos comportarnos en esta situación extraña que nos ha tocado vivir. 

*Escritor.

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