La llegada a Marte es más que un mito. Este año la NASA abrió un proceso de reclutamiento de astronautas para su exploración. | Foto: Istock

OPINIÓN

El 2020 que predijeron las películas y series de televisión

Un divertido análisis del escritor Andrés Ospina sobre lo vaticinado en Dejémonos de vainas y películas como Mad Max, el Quinto Elemento y Back to the Future.

Andrés Ospina*
29 de marzo de 2020

Lanzar presagios es prestarse al error. Aun así, los instintos especulativos incorporados por la naturaleza en cada uno de nosotros parecieran empujarnos hacia ese ejercicio, a veces masoquista... a veces divertido… a veces ingenuo. En la historia abundan ejemplos ridículos sobre supuestos porvenires que no llegaron y que, casi con seguridad, nunca vendrán. O por lo menos no como nos los figuramos en su momento.

Vistos a la distancia, esos ‘destinos imaginarios’ podrían ser divididos en dos categorías. Dentro de la primera caben aquellos caracterizados por una expectativa desmesurada de bienestar: turismo interestelar, dispositivos de teletransportación, automóviles voladores, sustitución express de órganos vitales, expediciones a Marte, adelantos médicos impresionantes, criaturas biónicas, ingeniería genética para el perfeccionamiento de la especie, alargamiento significativo de la expectativa de vida, aparte de algunos avances adicionales aún lejanos, pero hace mucho dados por seguros.

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Del otro lado están los augurios pesimistas, construidos al acomodo de nuestras paranoias o culpas: versiones hiperbólicas de la desdicha venidera… invasiones alienígenas, civilizaciones tribales sumidas en canibalismo por la escasez, guerra por la supremacía contra una nueva raza de androides con capacidades superiores, un planeta plagado de desechos radioactivos, de híbridos robóticohumanoides o de simios que tiranizan a la gente. Notémoslo o no, nuestros arquetipos de futuro están viciados por influencias externas filtradas a través de la lente de nuestro propio horizonte de prejuicios. Cada quien ostenta, así, una visión de futuro concordante con la generación, los valores y el contexto de los que proviene. Construimos nuestra idea de porvenir basados en qué tan seguros o mal encaminados nos sintamos y una proyección de lo próximo a partir de cuán tecnófilos o tecnófobos seamos.

Quienes crecimos durante la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo, recibimos nuestra “percepción original de futuro” por televisión, doblada a la mexicana e importada del Primer Mundo, gracias a la Robotina que Los Supersónicos tenían por doméstica. También vía cinematográfica. Mad Max nos pintó un futuro posbélico y de chatarra. El Quinto Elemento, uno oscuro, hacinado y hostil. Buck Rogers nos llevó a aventuras por un universo lejano en el tiempo, donde la Tierra ya ha desaparecido. Star Trek, a un entorno regido por los videoteléfonos, modalidad de telecomunicación que a diferencia de lo insinuado por Dick Tracy en realidad se cae con frecuencia, tiene el audio desfasado y se pixela demasiado. El Auto Fantástico vislumbró el GPS, tan parecido a la inteligencia artificial con quien David Hasselhoff sostenía interesantísimos coloquios. Las patinetas y los autos voladores de Back to the Future no son el mayor mérito de la saga, sino haberse anticipado a Donald Trump con el personaje de Biff Tannen en su fase despótica de magnate de los casinos en 1985.

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En su vasta mayoría, las anteriores fueron vislumbres del futuro abordadas a partir de la óptica primermundista. Bobalicón sería haber pensado desde el entorno local en exploraciones intergalácticas, cuando ni siquiera la capital ha podido consolidar un sistema eficiente de transporte público o el país una infraestructura decente de trenes. De ahí, quizá, el sonadísimo fracaso de La dama del pantano, una de las producciones televisivas locales de corte futurista más recordadas de comienzos de este siglo y no precisamente por la acogida de la que fue objeto ni por la impronta positiva que dejó en su escasísima audiencia.

Pocos han tenido la fortuna de Verne o de Da Vinci al lanzar vaticinios. El porvenir, en suma, nunca se parece a como lo suponemos. Que se sepa nadie profetizó, digamos, el smartphone, tal como lo conocemos y usamos. Aun así, con respecto a eso de las visiones de futuro no he encontrado una más afortunada que la siguiente, redescubierta hace unos días. Y lo mejor: procedente de la entraña local. Se trata de un capítulo de la comedia televisiva Dejémonos de vainas fechado en 1989. Para los jóvenes o desinformados, estamos hablando de uno de los más célebres seriados del género en la Colombia de los ochenta y noventa. Quienes no lo hayan visto: para eso está YouTube. Ignoro si el mérito sería del maestro Daniel Samper Pizano (argumentista), del también maestro Bernardo Romero Pereiro (director) o del azar, pero ese solo episodio constituye un oráculo en donde mirarse.

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La trama de la pieza audiovisual en cuestión, intitulada El año 2020, es como sigue: Juan Ramón Vargas (jefe del hogar) y Ramiro de la Espriella (amigo entrañable de este último, por demás oriundo de tierras caribeñas) aúpan a Josefa Chivatá (responsable de labores culinarias y de aseo en la casa) para que les proporcione cuanto antes una fritanga rebosante de colesterol, elaborada a partir de ingredientes satanizados por la cultura tan en boga en 2020 de la alimentación saludable. Justo cuando se aprestan a devorarla, Margarita (hija del matrimonio Vargas y estudiante de medicina) se acerca a reprocharlos dado que tal dieta impedirá que ambos lleguen vivos y vigorosos al año 2020. Cada uno de los miembros del elenco inicia luego su propia ruta de ensoñaciones y pesadillas a partir de la perspectiva de la todavía lejana fecha. Sumidos en la preocupación, los involucrados se rehúsan a degustar el platillo de la controversia.

A diferencia de las mencionadas Mad Max, de Back to the Future o del Quinto Elemento, la visión de futuro (ya presente) allí reflejada no desborda la realidad ahora comprobable ni exagera modas o tecnologías, con la única excepción del viaje de John Clemens Junior a la Luna. Incluso acierta en mayor grado que sus homólogas hollywoodenses cuando María Josefa, descendiente inmediata de la estirpe Chivatá, controla una agenda en línea a lo Google Calendar. Al final, aferrados a sus pésimos hábitos, los Vargas (Margarita incluida), las Chivatá y el costeño consiguen sanarse de esa fobia contagiosa a la que deciden denominar “el síndrome de 2020” apurando con alevosía aún mayor que la inicial fritanga antes repudiada. Cosa paradójica: Carlos de La Fuente, actor que entonces encarnaba a Juan Ramón, falleció justo en ese (o en este) 2020 al que su personaje tanto temía. La tía Loli, o Erika Krum, bien supieron adivinarlo sus parientes, tampoco está ya entre nosotros.

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Quizá sea un delirio místico alentado por los recientes sentimientos, entre ‘conspiranoicos’ y solidarios, que los hechos en curso han ido suscitándonos, pero me pareció descubrir una revelación y una dicotomía en lo anterior. Quizá todos deberíamos ser como los Vargas de 1989: despreocupados, resignados, rendidos a los imperativos de la inmediatez, menos angustiados por lo que vendrá y abandonados al hedonismo no culposo. O tal vez, mejor, podríamos optar por transformarnos en lo opuesto a ellos, si se trata de sobrevivir: previsivos, ‘largoplazistas’, solidarios y conscientes de nuestra interdependencia. Sin trivializar ni exacerbar el pánico: nosotros decidimos. No vaya a ser que el síndrome 2020 cobre almas. “¡Las cachas!”.

*Escritor.