La falta de educación sobre la correcta disposición de los residuos y del plástico afecta los océanos. | Foto: Santiago Estrada

Medioambiente

En deuda con los océanos

Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo y Otros ecosistemas marinos, escribe sobre las grandes plagas que están acabando con la biodiversidad de nuestros océanos, y ofrece alternativas para mitigar su impacto y crear un futuro sostenible.

Sandra Bessudo*
14 de junio de 2020

En el mar que sueño, las maravillosas especies de fauna marina que conocemos (y las que aún no) ocupan ese lugar que les corresponde por derecho en las profundidades. Nada ni nadie las amenaza. En ese sueño el agua y las playas están libres de plástico y metales pesados, como las conocí de pequeña, porque el país por fin entendió que nuestros océanos también son nuestro aire: generan oxígeno gracias al plancton, los mangles y los pastos marinos. Pero es tan solo un sueño. Para que sea realidad, todos los seres humanos debemos cambiar.

Colombia, al igual que el resto del planeta, tiene una deuda pendiente con los océanos. Hay dos problemáticas principales que los convierten en zonas de alto riesgo. La primera tiene que ver con las artes de pesca destructivas, la sobrepesca, la pesca ilegal, la no declarada y la incidental. Respeto profundamente a los pesca- dores que mediante este oficio de subsistencia ancestral llevan el alimento a sus comunidades, pero hago claras mis críticas cuando esta actividad se realiza a escala industrial. He visto cómo se destruye la biodiversidad bajo la excusa del fomento a este sector económico, que utiliza cada vez más la tecnología para saquear los recursos marinos del planeta.

Ese es el caso, por ejemplo, de la pesca con palangre para capturar atún. Esta la llevan a cabo enormes buques que se abanderan en Colombia para abastecerse, pagando una patente al año irrisoria. No solo pescan atún, también caen tiburones, tortugas, delfines, aves y otras especies como pesca incidental. El producto de su actividad se vende fuera del país a mejores precios. Esta pesca es exportada al extranjero para luego regresar a nuestro país bajo el concepto de pescado congelado o enlatado. Esta dinámica, además, aumenta significativamente la huella de carbono. ¿Es un retorno justo? ¿Es eso sostenible?

El denominado “fomento” también promueve el uso de tecnologías para ubicar a los peses y de palangres más grandes, es decir, más anzuelos, los cuales han trascendido, incluso, a la pesca artesanal. Esta práctica acaba con lo poco que queda. La pesca de arrastre, por su parte, es un crimen permanente contra la diversidad marina, pues para capturar al camarón se terminan matando cientos de especies, que son devueltas sin vida al mar.

No podemos usar la naturaleza de manera insostenible, como lo hemos venido haciendo desde la época de la industrialización. Estamos a tiempo para tomar mejores decisiones y educar a la población en general frente al cuidado y la preservación de los mares.

Debemos ser conscientes de que, desde las montañas y a través de los ríos –que estamos contaminando– llegan también los desechos al mar. Somos responsables de lo que arrojamos y de lo que consumimos. No es amigable con los océanos, por ejemplo, consumir especies amenazadas o muy pequeñas, que no han tenido tiempo de reproducirse. Ni saquear nuestros mares o utilizar detergentes y otros productos contaminantes.

Es hora de invertir en investigación científica de calidad que nos dé la oportunidad, por ejemplo, de reproducir en cautiverio especies nativas sin introducción de especies invasoras. Esto permitiría garantizar la seguridad alimentaria de una forma sostenible. Además, con información clara, transparente y pertinente, el Estado puede tomar mejores decisiones tanto para la producción como para la preservación.

Mar de plásticos

El segundo problema es la contaminación. La falta de educación sobre la correcta disposición de los residuos y del plástico afecta los océanos. La basura destruye las playas del mundo, que además de ser importantes para el turismo son zonas de anidación. He visto a las tortugas poner sus huevos en medio del plástico. Y, por si fuera poco, este material se convierte en microplástico; este es consumido por las especies marinas, que son, a su vez, consumidas por las personas, generando afectaciones en la salud.

A estos desechos se suma la contaminación causada por vertimientos de ciudades y por la minería ilegal. En investigaciones realizadas junto con las universidades Javeriana y de Los Andes, hemos evidenciado concentra- ciones de mercurio que se encuentran en el tiburón y en sus aletas. La gente de la costa, que antes se podía comer un tiburoncito, hoy está comiendo muchos pero además ingiere mercurio, lo cual puede generar problemas genéticos y malformaciones.

Tenemos una gran ventaja. Colombia, el país más biodiverso por kilómetro cuadrado del mundo, por fin está reconociendo su riqueza y esto debe aprovecharse para la enseñanza, la generación de pertenencia y, ojalá, la implementación de un desarrollo verdaderamente sostenible, basado en el respeto por la naturaleza, que es la que nos regala el aire que respiramos, el agua que bebemos y las materias primas que hemos aprendido a aprovechar.

El cambio está en nuestras manos. Es importante la generación y utilización de tecnologías limpias, dejar de consumir especies en peligro, evitar la utilización de productos contaminantes para el agua, detener la introducción de especies invasoras a nuestros mares, frenar la deforestación y sembrar, ojalá, árboles nativos. Y hay acciones más sencillas que podemos hacer desde nuestros hogares: reciclar, desenchufar los aparatos eléctricos que no estamos usando, apagar las luces, ahorrar y cuidar el agua y tener nuestras propias huertas.

Todas esas acciones, aunque sean a pequeña escala, pueden generar cambios enormes en nuestros océanos. Es hora de empezar.

*Fundadora y directora de la Fundación Malpelo y Otros ecosistemas marinos.

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