Diego Trujillo, actor. | Foto: Esteban Vega

OPINIÓN

El actor Diego Trujillo y su divertida catarsis de la vida en cuarentena

Desde que comenzó el aislamiento no ha tenido un momento de sosiego: vive abrumado por los oficios domésticos, las reuniones virtuales, los chats familiares, memes y cadenas de oración.

Diego Trujillo*
26 de abril de 2020

"Del ahogado, el sombrero", dice el dicho, como tratando de infundir optimismo en medio de la desgracia, o como una manera sarcástica de señalar el lado positivo de lo trágico. Tengo a mi favor estar acostumbrado a la soledad, más que eso, a disfrutarla. De modo que los 21 días de confinamiento que cumplo hoy han sido de alguna manera un premio y no un castigo. Claro, confinamiento relativo este, en que estamos aislados encerrados en nuestros aposentos, pero totalmente conectados con el exterior gracias al increíble avance de las comunicaciones.

No puedo dejar de pensar en la gran pandemia de 1918: la gripa española, que arrasó con más de 50 millones de personas en una época en que los medios de comunicación eran precarios y por lo tanto enterarse de lo que ocurría en el mundo, en tiempo real, era prácticamente imposible. Así que pensándolo bien, y parodiando el refrán, se podría decir que “del coronavirus, internet”.

Definitivamente no estamos solos. Cuando empezó todo esto asumí que tendría por fin un verdadero retiro espiritual. Un tiempo prolongado conmigo mismo. La excusa perfecta para bajarle el ritmo al trabajo y dedicarme a leer y escribir. Pues bien, gracias a esta poderosa red informática llevo tres semanas metido en mi casa sin tener un minuto de sosiego. Desde que empezó el encierro no me alcanza el tiempo para nada, nunca antes había tenido tanto quehacer. Y no hablo de los oficios domésticos, que me han abrumado a tal punto que una noche soñé que lavaba platos en la casa de J Balvin, sino que gracias al naciente concepto del teletrabajo, ahora debo asistir a reuniones virtuales, recibo ofertas para dar clases de cocina online, atiendo de manera permanente diversos grupos de Whatsapp, que me envían noticias de último minuto, fotos, memes y cadenas de oración.

Gracias a este prodigio tecnológico mi relación familiar se ha estrechado como nunca; ahora veo a mis hijos todos los días en videoconferencias, tomo clases virtuales de yoga, y si me queda tiempo, escucho con atención a mis colegas –actores y actrices–, que han descubierto en el Instagram Live una poderosa herramienta para mantenerse vigentes: leyendo cuentos clásicos, dando consejos para hacernos mejores personas, o haciendo recetas de cocina vegana. Llego al final del día casi sin alientos, con el único aliciente de meterme a la cama, conectarme con ella, y tener una intrépida sesión de sexo virtual.

*Actor.

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