Luego de estudiar Bellas Artes, el maestro Carlos Reyes regresó a Tibirita para abrir un taller, que fue arrasado por un incendio en 1995. Aun hoy trabaja por recuperar el arte que se perdió entre las llamas. | Foto: David Amado

CRÓNICA

Carlos Reyes, el pintor que reinventó la iglesia del municipio de Tibirita

Hasta allá viajó el reconocido actor Humberto Dorado Miranda, quien relata con detalles su encuentro con el artista y describe esa obra religiosa del siglo XXI, en la que aparece el papa Francisco.

Humberto Dorado*
27 de agosto de 2018

En una mañana de domingo, en mitad de uno de nuestros frecuentes puentes festivos, salí de Bogotá por La Caro, animado por la curiosidad de conocer la obra del maestro pintor Carlos Hernando Reyes Carvajal en la iglesia de Tibirita, un municipio situado en el rincón noreste de Cundinamarca, frontera con Boyacá, en el camino del Valle de Tenza y no distante del Casanare.

En un principio teníamos la idea y la noticia de que se trataba de una obra de arte religiosa del siglo XXI. Pero esto fue solamente el principio. Habría mucho más. Veamos.

Con el espíritu picado por la curiosidad y “al ritmo del antojo” vimos clarear el alba. Esto, gracias al madrugón al que nos sometimos y a que hoy se pueden visitar muchos más lugares desconocidos del departamento. Antes era imposible hacerlo porque lo impedían los hechos violentos que tenían demonizada, y excluida de todo paseo, a la región cundinamarquesa de los Almeida.

El desayuno fue en un restaurante curiosamente llamado El Bersito, ubicado en la espléndida doble calzada de la Carretera Central del Norte, que tiempo atrás, por su intención lírica, despertó la curiosidad de la notabilísima poeta María Mercedes Carranza. Aunque más tarde comprobaría, no sin cierta decepción, pero con gran sentido del humor, que el nombre del restaurante no tenía que ver con lo que ella creía, fue bautizado así en honor a un hijo que se llamaba Elber. Elbercito, con ‘b’. El Bersito. La desilusión de la gran poetisa fue compensada con la exquisitez de las garullas del lugar.

Como una exhalación pasó el tiempo, gracias a la buena vía y después de terminar de cruzar el puente sobre el embalse de El Sisga y el restaurante de la trucha, está el cruce para Machetá, que es en realidad la entrada de una vía alterna a nuestros Llanos Orientales. Si usted llega a Chocontá quiere decir que se pasó. Pero no hay problema, se come una de sus mogollas chicharronas y se devuelve para intentarlo de nuevo.

Hay baños termales en el camino: hasta ahí era la frontera de nuestros paseos dominicales. Hoy, con el ambiente más tranquilo, podemos ir más allá. Debemos pasar Machetá. En el retén me advierten que hay cierre de la carretera más adelante, en Macanal. Respiramos, pues la entrada a Tibirita es mucho antes. Avanzamos hacia la izquierda y comienza un breve premio de montaña y finalmente una bajada desde el cruce con la carretera que conduce al municipio boyacense de La Capilla; doblamos a la derecha y de pronto aparece la iglesia de Tibirita, espléndida, sobre el pueblo. Vamos directo al parque principal, no sin antes tragar un poco de saliva al ver la olla humeante de uno de los atractivos gastronómicos de Tibirita: sus tamales.

El maestro que fue y volvió

Caminamos por la nave central de la iglesia principal, Nuestra Señora de los Dolores, ojeando los poderosos arcángeles pintados en las columnas. Aquí fue el primer impacto: el primor y la delicadeza con que están elaborados estos personajes llenos de color y gracia, con las proporciones anatómicas perfectas, las texturas claramente trabajadas y las posturas elegantes y dinámicas. En la parte frontal, el altar está escoltado por los arcángeles Rafael y Gabriel, a la izquierda; y Miguel y Uriel, a la derecha, los cuatro mirando al centro, cuidando al celebrante.

El maestro Carlos Hernando Reyes es un hombre amable, serio, pero con un lacerante sentido del humor lleno de sorna y picaresca. En su juventud, de Zipaquirá llegó al Seminario Mayor de Bogotá y, contra la voluntad de sus padres, estudió Bellas Artes, y lo que es significativo: después de renunciar a la vocación sacerdotal, de aceptar su condición terrenal y de adquirir los secretos y aprender las leyes de la pintura clásica, volvió a su pueblo y encontró el camino de esta, su pintura sagrada. La obra que se ve aquí, de proporciones magníficas, es su legado.

La obra del ábside la patrocinó la señora Inés Gutiérrez Calderón, en vista de que ya había creado la serie de arcángeles que rodean la nave central, empezando por el ángel custodio, el de la guarda, el cual se encuentra en la primera columna a la derecha.

“Con la venia del padre, le sugerí que retiráramos la cruel imagen de Jesucristo clavado en la cruz, porque era todo lo contrario de lo que representa la pintura del ábside, que es la resurrección, el regreso de Jesús a la vida, caso único en la historia de la humanidad”, explica el maestro, quien recreó el magno episodio como una invitación a subir al reino de los cielos. Y el enorme crucifijo, me consta, descansa solitario en la sacristía. De modo que este es un mensaje para que los paisanos tibiritanos aspiren a llegar a ese reino. La escena es animadísima y el artista incluyó, además del papa Francisco, al obispo, a su mecenas, la señora Inés, a sus padres y a algunos amigos que pidieron figurar en el óleo sobre estuco que domina el altar mayor.

Pero la gran sorpresa es que el maestro Carlos Reyes, quien es un hombre jovial y hospitalario, nos mostró su proyecto de casa museo con su gran obra laica. Aquí está la historia de Tibirita, sus costumbres, sus personajes, sus paisajes, parte sustancial de su pasado: el antiguo esplendor de la vida comercial con el mercado que se hacía antes en el actual parque principal, cuando la agricultura estaba en auge vital.

En cuadros de todos los tamaños y cada uno con su historia, se ve el mercado de la alverja, las romerías, las fiestas, las controversias de los políticos, y los retratos de las mujeres trabajadoras, hechos con oficio y gusto, en formatos y técnicas variadas, desde el boceto a carboncillo hasta el sobrio y elaborado retrato de expresión reveladora.

Terminé este viaje con la certeza de haber visitado dos mundos maravillosos –uno real y otro pintado– y con el impulso íntimo de compartir esa emoción que depara la obra de Carlos Reyes, con su alegría de pintar. Y de la dicha de haber descubierto un destino que ahora, en tiempos de paz, uno no se debería perder. 

*Actor