El Escape Occidental es un fenómeno orográfico sobresaliente, con un gran valor ambiental y cultural. | Foto: César David Martínez

EL CAMPO

Es hora de mirar hacia los cerros occidentales

Por su riqueza natural, estos cerros (de los que poco se habla), deberían convertirse en un paisaje protegido del país.

Germán Ignacio Andrade*
10 de septiembre de 2017

Las discusiones sobre el paisaje bogotano se centran principalmente en los cerros orientales. Son los que valoramos desde la ciudad, porque los vemos, y en ocasiones visitamos. Pero sabemos muy poco de los cerros suroccidentales, que cuentan con importantes ecosistemas de zonas áridas; e ignoramos casi totalmente los cerros occidentales. Allí está la gran sorpresa escondida de la naturaleza a la que pueden tener acceso los habitantes y visitantes de la sabana de Bogotá. En efecto, a medida que se consolida una ciudad regional, urge construir una visión de la naturaleza también a esa escala.

Basta volver por un momento a la geografía básica: a la sabana la rodea una gran serranía coronada con paramos, áreas silvestres con montes y matorrales, plantaciones forestales y en fin, paisajes rurales. Entre ellos sobresale el Escarpe Occidental, frecuentemente observado desde el aire cuando se inicia la aproximación hacia el aeropuerto de la capital. Se trata de un fenómeno orográfico sobresaliente, una gran pared de roca, telón de fondo de los 14 municipios de los que hace parte. Su valor ambiental y cultural es grande: por la belleza de su paisaje de acantilados y su importancia ecológica, por la presencia de relictos de bosques nativos y nacimientos de las aguas que benefician a más de 300.000 habitantes del departamento.

Recientemente, las expediciones del Instituto Humboldt en la parte alta del municipio de San Francisco confirmaron la riqueza de su biodiversidad, incluyendo especies amenazadas y algunas nuevas para la ciencia. Hoy, este podría ser un gran destino de turismo cultural y de naturaleza del centro del país.

Una parte de este territorio está protegido legalmente por la CAR, el distrito de manejo integrado Cerro de Manjui-Salto del Tequendama y el de Cuchilla de Peñas Blancas y Subia. Pero su conservación es más formal, y casi siempre se queda en el papel. Sin embargo, grandes extensiones en la parte de San Francisco, por ejemplo, no cuentan con ninguna protección, y su integridad podría verse afectada por algunas pretensiones de minería en varias de las zonas más sensibles. Pero lo realmente necesario es que estos secretos de la región estén a disposición de los ciudadanos.

La Red de Reservas de la Sociedad Civil (Resnatur), que agrupa las reservas Miralejos, Reserva Natural Sumapaz, Tenusacá y el Parque Chicaque, se acercaron a la CAR con varias miles de firmas solicitando declararlas Parque Natural Regional. El proceso parece detenido. Esta figura legal protegería unas 15.000 hectáreas. Pero el potencial natural y cultural va mucho más allá. Habría mucho espacio para innovar. En realidad se trata de todo un paisaje que podría ser protegido, figura que también está en la ley, aunque olvidada, que no se refiere solo a conservar lo que allí queda, sino a la revitalización natural y cultural de toda la región. La Gobernación de Cundinamarca podría liderar esta iniciativa como parte de un proyecto de desarrollo basado en la cultura y la naturaleza.

Los atractivos naturales que allí existen son numerosos. Algunos podrían convertirse en destinos bien manejados, como la laguna de Pedropalo, la reserva de Chicaque –ejemplo sobresaliente de restauración ecológica– o sitios de ‘paseo de olla’ como Aguascalientes, en San Francisco, que requieren urgentemente manejo. Otros destinos podrían ir preparándose para el futuro, como una gran área natural única nacional en el Salto del Tequendama. En fin, están los bosques nublados del alto Gualivá, el Chorro de Plata en San Francisco, por solo mencionar algunos.

Los visitantes aumentan, a pie, en bicicleta de montaña, y ya llegan las motocicletas. Algunos sitios de la parte alta están en riesgo y la indiferencia de las autoridades es total. Más abajo de las rocas, el territorio se viene poblando de manera desordenada. Pero la ganadería mal manejada podría dar paso a hermosas fincas, y toda la región podría beneficiarse de un gran programa de restauración ecológica y apropiación cultural. Ahí está detrás de los cerros occidentales, un ejemplo de lo que podría ser el primer paisaje protegido de Colombia. Lleno de oportunidades, el futuro que seguimos creando no es siempre el mejor. ¿Qué nos falta?

*Profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes.