Además de compartir recetas tradicionales, el Jardín Botánico enseña a preparar aguas medicinales, pomadas, aceites esenciales, jabones y ensaladas con los frutos de su huerta. | Foto: Julián Galán

EDUCACIÓN

Lecciones de cocina en el Jardín Botánico de Bogotá

Cada primer día del mes hay 60 cupos disponibles para acceder a los cursos gratuitos de cocina que ofrece el Jardín Botánico.

10 de enero de 2018

En el occidente de Bogotá existe un lugar paradisiaco compuesto por espacios naturales, lagos, aves que se bañan en sus aguas y miles de especies de plantas coloridas: el Jardín Botánico José Celestino Mutis, que desde 1955 se dedica al estudio de las plantas, como hiciera el sabio naturalista al que debe su nombre.

Entre los programas de estudios del jardín se encuentra el de agronomía urbana, fundado en 2004. Este enseña a los bogotanos a cultivar sus propias huertas en casa, de forma que puedan conocer de dónde vienen sus alimentos, obtener hortalizas y frutas orgánicas –sin químicos ni insecticidas–, tener a la mano especies para el consumo que no se consiguen en el supermercado e incluso plantar árboles frutales. Estos objetivos alimenticios se complementan con un buen uso del tiempo libre, el fomento de la salud física y mental y la recuperación de recetas tradicionales como las brevas con arequipe, el postre de naranjas agrias que trajeron los españoles durante la Colonia y el tradicional dulce de papayuela de las abuelas.

Aunque las capacitaciones que ofrece el Jardín Botánico –de forma gratuita dos veces al mes– están abiertas al público, existen programas y asistencias técnicas de huertas urbanas que dan prioridad a personas en situación de vulnerabilidad. Como uno de los propósitos de estas huertas es la autosostenibilidad, el Jardín Botánico ofrece a sus asociados el servicio de generación de abonos propios o la posibilidad de obtenerlos directamente del jardín.

Existen dos formas de crear abonos: a través de la lombricultura, las lombrices se alimentan con desechos (especialmente de plantas dañadas) para producir humus con sus heces –la ventaja de esta técnica es que evita que esos desechos vayan a dar a rellenos como Doña Juana–; y con el compost, los desechos orgánicos crudos no cárnicos (como las heces del caballo, las gallinas o las cabras) que se procesan hasta obtener un producto de aspecto terroso.

La primera planta

El primer paso para empezar una huerta urbana es plantar los vegetales propios. Si bien lo ideal es cultivar la semilla, es recomendable comenzar adquiriendo las plántulas en un vivero. Una vez en casa, deben ser sembradas en tierra desde la base del tallo. Si la planta es adulta, es importante hacerlo a unos 20 o 40 centímetros bajo el suelo, dependiendo de la especie.

Foto: Julián Galán

Édgar Lara, profesor de los programas de agricultura urbana del Jardín Botánico, recomienda mantener las plantas al aire libre y regarlas día de por medio, aunque asegura que se puede hacer diariamente y que algunas deben protegerse de los fuertes rayos del sol y de la lluvia. También aconseja, una vez esta haya crecido o producido frutos, cortar solo las hojas o frutas que se vayan a consumir, de forma que el vegetal que todavía no va a la mesa se preserve por más tiempo. Lara sugiere además evitar el uso de tijeras y utilizar las manos, retirar la maleza y las hojas secas que vayan surgiendo para que la planta pueda continuar obteniendo sus nutrientes. Los tréboles, en cambio, nutren el suelo y ayudan al sano crecimiento de las plantas, por lo que deben dejarse en su sitio.

Tan solo en Bogotá es posible cultivar aproximadamente 120 especies de hortalizas y 45 especies de árboles y arbustos comestibles, varios de ellos crecen en la huerta urbana del Jardín Botánico; junto con plantas como lechuga, tomate, cilantro, curuba, cereza, orégano, limonaria y hierbabuena, especies no tan comunes como el kale, la hoja de ajo y el árbol chachafruto.

Las huertas urbanas no solo contribuyen a la buena salud y la economía, sino que rescatan la importancia del trabajo agrícola y construyen tejido humano, pues su buen mantenimiento y salud dependen del trabajo en equipo, ya sea con los miembros del hogar o de la comunidad que las comparte. Así que sus beneficios no solo se ven reflejados en la mesa.